viernes, marzo 9

Si supieras que nunca has estado en Londres, volverías de Tokio

« (...) El desconcierto había empezado, quizás, en una clase de párvulos, mientras coloreaba duendes sonrientes con mucho cuidado de no salirme de los bordes, porque salirse de esos bordes era un síntoma inequívoco de torpeza y de retraso, porque eso no era bonito. 

Recuerdo la preocupación desmedida por dibujar correctamente, no bien, sino correctamente, aquella obsesión por los bordes, el silencioso aplauso de la maestra al verlo, y nadie, jamás nadie vino a decirme "caca, caca, caca" , mientras sacaba la lengua por el esfuerzo que suponía no traspasar ningún borde, ni el borde del ojito del duendecito, ni el borde del gorrito del duendecito, ni el borde del zapatito del duendecito.

Nadie vino a hablarme de las sombras ni de los churretes ni del más allá de los bordes, yo solita me impuse con tres o cuatro años la tarea de agradar, el sacrificio de mi imperfección porque sí, sin más, a cambio de un recreo sin altibajos y de un buen puñado de "progresa adecuadamente".

Claro que sí, todo este espectáculo puede venir de ahí, de cuando aquellas primeras ansias de hacer las cosas bien (...) »


María Sirvent