« -¡Y tú también te callas! ¿Quién te has creído que eres?
Ahí sentado…diciéndole a la gente lo que tiene que hacer.
No sabes cazar ni cantar.(Jack)
Ahí sentado…diciéndole a la gente lo que tiene que hacer.
No sabes cazar ni cantar.(Jack)
-Soy el jefe. Me eligieron. (Ralph)
-¿Y qué más da que te elijan o no? No haces más que dar órdenes estúpidas…
-Piggy tiene la caracola.
-¡Eso es, dale la razón a Piggy, como siempre!
-¡Jack!
La voz de Jack sonó con amarga mímica:
-¡Jack! ¡Jack!
-¡Las reglas!-gritó Ralph-. ¡Estás rompiendo las reglas!
-¿Y qué importa?
-¡Las reglas son lo único que tenemos!
-¡Al cuerno las reglas! ¡Somos fuertes…, cazamos!
¡Si hay una fiera, iremos por ella! ¡La cercaremos, y con un golpe, y otro, y otro…!
¡Si hay una fiera, iremos por ella! ¡La cercaremos, y con un golpe, y otro, y otro…!
(...)
Ahora también Jack gritaba y ya no se podían oír las palabras de Ralph. Jack había retrocedido hasta reunirse con la tribu y constituían una masa compacta, amenazadora, con sus lanzas erizadas. Empezaba a atraerles la idea de atacar; se prepararon, decididos a llevarlo a cabo y despejar así el istmo. Ralph se encontraba frente a ellos, ligeramente desviado a un lado y con la lanza preparada. Junto a él estaba Piggy, siempre en sus manos el talismán, la frágil y refulgente belleza de la caracola. La tormenta de ruido les alcanzó como un conjuro de odio. Roger, en lo alto, apoyó todo su peso sobre la palanca, con delirante abandono. La roca dio de pleno sobre el cuerpo de Piggy, desde el mentón a las rodillas; la caracola estalló en un millar de blancos fragmentos y dejó de existir. Piggy, sin una palabra, sin tiempo ni para un lamento, saltó por los aires, al costado de la roca, girando al mismo tiempo. La roca botó dos veces y se perdió en la selva. Piggy cayó a más de doce metros de distancia y quedó tendido boca arriba sobre la cuadrada losa roja que emergía del mar »
William Golding