« A los que alguna vez me hablaron de afectos, y me obsequiaron con rencores…
A quienes me lapidaron con las piedras de la incomprensión, las críticas acerbas,
y el desprecio… Piedras que tiempo después rompieron sus propios tejados.
y el desprecio… Piedras que tiempo después rompieron sus propios tejados.
A la persona que un día dijo amarme y me regaló indiferencia y humillación convencida de que me hundía… ¡pobre infeliz!
A cuantos llevan tantos años odiándome… ¡Qué pena me dan!
A ellos y a ellas, mi más sincero agradecimiento, ¡si! Porque han sido el acicate, el estímulo, el detonante, la piedra filosofal que ha servido para encontrarme a mi mismo, para recuperar la posición que desde siempre me correspondió… A ellos y a ellas, ¡si!, recordándoles que ni todos los ojos lloran el mismo anochecer, ni todos los labios sonríen en la misma alborada.
Al darles otra vez las gracias quiero significarles, por si aún no lo han aprendido, que en este mundo ruin, donde moramos, odios y rencores, desprecios e indiferencias, envidias y falacias, nunca están justificadas aunque tengan justificación. Sirven para nada. Para nada.
Porque al fin, Dios es tan tremendamente justo, generoso y equitativo, que nos sitúa a cada cual en el lugar exacto que nos merecemos. Una vez más, mis queridos detractores, a todos, sin distingo… ¡GRACIAS! »
Franciso Caudet Yarza