« Kafka cree en el deber de incorporarse a un mundo al que rehúye, porque ama la soledad que le duele. Terrible conflicto. Con el propósito de restablecer los desgarros de la infancia, Kafka buscó el aislamiento, y en éste se forjó un universo propio que se transformará, para el adulto, en su literatura. La soledad penetra en la intimidad. En ella vive, en ella escribe. Así, se convierte en su «voluntad», la desea. Por eso afirma que el mejor momento de su vida fue la temporada de soledad completa en Zürau, donde [...]
[…] “pensaste que habías terminado con todo, donde te limitaste únicamente a aquello que, dentro de ti, era incuestionable, donde eras libre [...], en el refugio de tu enfermedad, y cuando al mismo tiempo no tenías mucho que cambiar de ti mismo, sino tan sólo volver a trazar con más firmeza, el viejo, mezquino diseño de tu naturaleza”. (Cartas a Milena, p. 68).
Mezquino diseño de su naturaleza… La soledad lo excluye del mundo.
Kafka cree en el deber de cumplir con los requerimientos del orden social, por eso no abandona el odiado trabajo; pretende contraer matrimonio – el más importante de dichos requerimientos – a sabiendas de que no lo podrá realizar en cuanto que es lo que más se opone a su «voluntad»: la «horrible» soledad que ama. Se instala, pues, en una “zona fronteriza entre soledad y compañía”, pero ésta es agotadora.
Intenta no dirigir más la mirada hacia el mundo, pero al darle la espalda, entre otras cosas siente transgredir el «programa» de infancia y, por ende, el hacer debido frente a sus padres:
[...] “la concordia familiar sólo se ve perturbada por mí, y conforme pasan los años de modo cada vez más grave, con frecuencia no sé qué hacer ni qué pensar, sintiéndome profundamente culpable ante mis padres y ante todo el mundo” (Cartas a Felice, t. I, p. 215).
[...] “Lo cierto es que, desde siempre, a pesar de toda maldad, desconsideración, egoísmo, desamor, he temblado ante ellos [los padres] y sigo haciéndolo hoy, porque uno no puede dejar de hacerlo, y aunque ellos, mi padre por una parte y mi madre por la otra, han destruido casi sin remedio mi voluntad, a pesar de todo quiero ser digno de ambos. Ellos me han engañado, y sin embargo no puedo rebelarme contra la ley natural sin volverme loco”. (Diarios (1914-1923).
Viene a la mente “La metamorfosis”. Gregorio Samsa quiere ser digno ante sus progenitores: “¡Señor principal, tenga consideración con mis padres!” (p. 26). Pero ya no lo es, se ha convertido en insecto y, en esta condición, está impedido para cumplir con la normatividad del mundo. Finalmente se deja morir, y al hacerlo otorga absoluto respeto a sus padres.
Pero Gregorio se transforma en insecto por haber sido digno de sus padres, por no haber sido él, por su sumisión. Respetar la voluntad egoísta de los progenitores conlleva la conversión en un ente horripilante, ya que ha dejado de ser él mismo para ser lo que los otros desean.
Honrar a los padres, esto es, respetar el programa de infancia, significa la destrucción de la individualidad en cuanto que su voluntad de adulto es la soledad para la literatura. El proceso mental es un expediente defensivo. Lo cierto es que Kafka ha conferido valor a dicho programa; tanto es así que, al mismo tiempo, piensa que su indudable inclinación hacia la soledad – el desierto – lo hará “sucumbir como un perro” (M. Brod, Kafka, p. 83).
(…)
Para 1922, la elegida soledad lo ha llevado a la completa desesperación. De este año, en el que las anotaciones del diario son de una sinceridad desgarradora, selecciono una cita que muestra lo que ha sido el transcurrir de su existencia y a lo que se ha llegado; asimismo, hay en el texto el análisis del porqué de su problemática:
“Un poco inconsciente, cansado de deslizarme cuesta abajo; aún quedan armas aplicadas muy raras veces. Me acerco tan pesadamente a ellas, porque no conozco el placer de usarlas; no lo aprendí de niño. No sólo no lo aprendí “por culpa de mi padre”, sino también porque quería destruir la “calma”, alterar el equilibrio, y por ello no podía permitir que naciera una persona nueva en otra parte”.
[...]. “En realidad también tengo “culpa” en este aspecto” [...].
[...] “ahora soy ciudadano de este otro mundo que se comporta, con respecto al mundo habitual, como el desierto con respecto a la tierra cultivada (llevo cuarenta años emigrando de la tierra de Canaán), miro hacia atrás como un extranjero; es cierto que pertenezco también a ese otro mundo – lo he traído conmigo como herencia paterna; soy el más insignificante y el más temeroso de sus habitantes” [...].
[...] “las esperanzas infantiles (especialmente respecto a las mujeres): “Puede que me quede en Canaán”, y entre tanto, llevo ya muchísimo tiempo en el desierto y sólo existen visiones de desesperación [...], y Canaán debe representarse como la única tierra prometida, porque no hay otra para el hombre.” (Diarios (1914-1923), p. 210) ».
Franz Kafka