« Había una mujer que acababa de cocer pan. Le dijo a su hija:
- Ve a llevarle esta hogaza calentita y esta botella de leche a tu abuelita.
Y la niña partió. En la encrucijada se topó con un bzou,
(un hombre lobo), que le dijo:
- ¿Adónde vas?.
- Le llevo esta hogaza calentita y esta botella de leche a mi abuelita.
- ¿Qué camino tomarás? – le preguntó el bzou-
¿el de las agujas o el de los alfileres?
- El camino de las agujas, le dijo la niña.
- Vale, entonces yo tomaré el de los alfileres.
La pequeña niña se distrajo recogiendo agujas.
Mientras tanto, el hombre lobo llegó a la casa de la abuela,
la mató y puso un poco de su carne en la despensa
y una botella de su sangre en el estante. La niña llegó y llamó a la puerta.
- Empuja- dijo el bzou- está cerrada con paja mojada.
- Buenos días, abuelita.
Te traigo una hogaza calentita y una botella de leche.
- Ponlo en la despensa, mi niña.
Coge la carne que está allí, y bebe de la botella de vino que hay sobre el estante.
Mientras ella comía, un pequeño gato decía:
¡Que puerca! Se come la carne de su abuela y se bebe su sangre.
- Desvístete, mi niña- dijo el hombre lobo- y échate aquí, junto a mí.
- ¿Dónde dejo el delantal?
-Tíralo al fuego, mi niña, ya no te va a hacer ninguna falta.
Y cada vez que le preguntaba dónde dejaba todas sus otras prendas,
el corpiño, el vestido, las enaguas, las largas medias, el bzou respondía:
-Tíralas al fuego, mi niña, no las necesitarás nunca más.
Cuando se tumbó en la cama, la niña dijo:
- Ay, abuelita, ¡qué peluda eres!
- Así no paso frío, mi niña.
- Ay, abuelita, ¡qué uñas tan largas tienes!
- Así me rasco mejor, mi niña.
- Ay, abuelita, ¡qué hombros tan anchos tienes!
- Así puedo cargar la leña para el fuego, mi niña.
- Ay, abuelita, ¡qué orejas tan grandes tienes!
- Así te oigo mejor, mi niña.
- Ay, abuelita, ¡qué agujeros de la nariz tan grandes tienes!
- Así aspiro mejor el aroma de mi tabaco, mi niña.
- Ay, abuelita, ¡qué boca tan grande tienes!
- Es para comerte mejor, mi niña.
- ¡Oh abuelita, me he puesto mala¡ Déjame salir.
- Mejor háztelo en la cama, mi niña.
- Ay, no, abuelita, quiero ir fuera.
- De acuerdo, pero no tardes mucho.
El bzou le ató un cordón de lana al pie y la dejó salir.
Cuando la niña estuvo fuera, ató el cordón a un ciruelo q
ue había en el jardín. El hombre lobo se impacientó y dijo:
- ¿Estás haciendo mucho? ¿Estás defecando?.
Cuando vio que no le respondía nadie, salió de la cama de un salto y vio que la niña había escapado. La siguió pero llegó a su casa justo cuando ella cerraba la puerta tras de sí, poniéndose a salvo ».
P. Delarue y M.L. Tenèze, en Le conte populaire francais, Erasme, París, 1957