« - Su marido colecciona libros, ¿no es así?
- Tiene una habitación llena.
- ¿Qué clase de libros?
- De toda clase. Es un hombre muy culto.
- ¿No le interesaban algunos en especial?
La mujer reflexionó brevemente.
- Puede que los muy antiguos – dijo –, pero no lo sé.
Yo casi nunca entro en la biblioteca.
- ¿No comparte la afición de su marido?
- Oh sí, me encantaba leer. Sobre todo novelas románticas y poesía. Por desgracia, ya no puedo hacerlo.
- ¿Por un problema en la vista? – preguntó don Lázaro –. Ahora existen lentes correctoras muy eficaces.
- Mis ojos están bien – repuso la señora Brissot –. Lo que está mal es otra cosa. – Dejó escapar un suspiro –. Cuando tuve el accidente, no solo me fracturé la espalda; también me golpeé la cabeza y quedé inconsciente. Más tarde, cuando recobré el conocimiento, descubrí que no podía leer. Veía las letras, pero no significaban algo para mí; eran simples garabatos sin sentido. Y después de treinta años, eso sigue siendo lo que veo cuando abro un libro: garabatos.
- ¿Los médicos no han podido ayudarla?
- Los médicos están tan sorprendidos como yo. Dicen que el golpe debió lesionar la parte de mi cerebro que se ocupaba de la lectura y que no pueden hacer algo para remediarlo. – Sonrió con tristeza –. Aquella caída no me robó solo las piernas del cuerpo, sino también las del alma ».
César Mallorquí