miércoles, diciembre 26

Homenaje a Catalunya

« En el Cuartel Lenin de Barcelona, un día antes de alistarme en las milicias populares, vi a un miliciano italiano delante de la mesa de los oficiales. Era un joven de veinticinco o veintiséis años, de aire resuelto, pelo entre rubio y rojo, y espaldas poderosas. La gorra de cuero le caía decididamente sobre un ojo. Estaba de costado, la barbilla en el pecho, mirando con un frunce de confusión el mapa que un oficial había desplegado en la mesa. Advertí en su cara algo que me conmovió profundamente. Era la cara de un hombre que mataría y daría la vida por un amigo, la clásica cara que se espera en un anarquista, aunque era probable que fuese comunista. En aquella cara había franqueza y ferocidad, y también ese respeto enternecedor que sienten los analfabetos por sus presuntos superiores. Era evidente que el mapa era chino para él; era evidente que interpretar un mapa representaba para él una hazaña intelectual extraordinaria. No sabría decir por qué, pero creo que no he conocido a nadie —quiero decir a ningún hombre— con quien haya simpatizado con tanta rapidez. En la conversación de los de la mesa se mencionó que yo era extranjero. El italiano levantó la cabeza y dijo de inmediato:

—¿Italiano?
—No, inglés —respondí en mi mal español—. ¿Y tú?
—Italiano.

Al salir se me acercó y me estrechó la mano con fuerza. Qué extraño que podamos sentir tanto afecto por un desconocido. Fue como si su espíritu y el mío hubieran salvado el abismo del idioma y las tradiciones y se hubieran compenetrado a fondo. Esperaba haberle caído tan bien como él a mí. Pero yo sabía que para conservar aquella primera impresión no debía volver a verlo; y huelga decir que no volví a verlo. Siempre se trababan relaciones así en España.

Menciono a este italiano porque se me ha quedado vivamente grabado en la memoria. Con el uniforme raído y aquel rostro feroz y enternecedor, tipifica para mí el clima especial de aquellos tiempos. Está unido a todos mis recuerdos de aquella fase de la guerra: las banderas rojas de Barcelona; los trenes destartalados y llenos de soldados mal vestidos, que se arrastraban hacia el frente; los pueblos grises, alcanzados por la guerra, que nos salían al paso; las gélidas trincheras de las montañas ».

 
George Orwell