« En el oeste de Virginia la noche es muy serena y azulmente brillante. Donde vivo no hay postes de luz cercanos ni alguna casa que quede lo suficientemente en frente como para verla desde mi ventana. De todos modos tengo los ojos abiertos y estoy tirado en el pasto con las manos bajo la nuca. Veo el fulgor de las estrellas fusionandose entre las nubes y el cielo me devuelve la mirada.
Me viene a la mente el recuerdo de una pascua hace algunos años en que mi mamá nos trajo a Dara Lynn, Howard y a mi, conejos de chocolate. Yo ya me habìa acabado el mio, pero Dara Lynn solo le daba una probadita al suyo y lo guardaba en su mesa de noche, envuelto en el papel metálico rosa con amarillo. Eso me volvía loco.
Un día fui y me comí una de las orejitas del conejo de chocolate. Desde luego, Dara Lynn hizo un berrinche espantoso. Cuando mamá me había preguntado si había sido yo, dije que no. Podía sentir cómo se me encendían las mejillas y el cuello.
-¿Estás seguro, Marty?- Preguntó.
Yo me limité a asentir con la cabeza y me fui un ratito a mi cuarto. Fue uno de los días más horribles de mi vida. Después de que transcurrió como una hora mamá salió al pórtico donde yo me mecía lentamente en el columpio y se sentó junto a mi.
-Marty- me dijo-. Dara Lynn no sabe quién se comió la oreja de su conejo de chocolate, y yo tampoco, pero Dios si lo sabe. Y en este preciso instante Dios mira hacia acá abajo con la expresión más triste de sus ojos y puede ver a la persona que se comió el chocolate. La Biblia dice que lo peor que nos puede pasar es separarnos del amor de Dios. Espero que lo ecuerdes...
Yo solo tragué saliva y no respondí. Pero antes de irme a dormir, cuando mamá volvió a preguntarme sobre el conejo, volvi a tragar saliva y lo admití. Ella hizo que me hincara y le pidiera perdón a Dios. Eso no fue tan malo. Honestamente después me sentí mejor.
Pero entonces me dijo que Jesús quería que fuera a la recámara de Dara Lynn a decirle lo que había hecho, y Dara Lynn volvió a hacer un berrinche tremendo. Me lanzó una caja de crayolas y pudo haberme roto la naríz. Me llamó"Cerdo asqueroso". Mamá nunca dijo si eso también entristeció a Dios ».
Phyllis Reynolds Naylor
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