martes, diciembre 25

El ardor de la sangre

« —Cuando dejes este mundo, no tendrás que echarlo de menos, o más bien cuando el mundo te deje a ti, como ha hecho conmigo… —comenté, porque a veces tengo la sensación de que la vida me ha escupido como un mar encrespado y he ido a parar a una orilla triste, como una barca vieja aunque todavía resistente, pero con los colores desteñidos por el agua y corroídos por la sal.

Si supiéramos lo que recogeremos por adelantado ¿quién sembraría su campo? Los días se arrastran y los años vuelan.

Hay un momento de perfección en que todas las promesas maduran y acaban cayendo como frutos en sazón, un momento que la naturaleza alcanza hacia el final del verano, pero no tarda en dejar atrás; entonces empiezan las lluvias de otoño. Con las personas ocurre igual.O un nuevo amor, sí. Pero lo mejor para que llegue, y me refiero a un amor auténtico, limpio y sano, es no pensar demasiado en él, no llamarlo. Si no, te equivocas. Le pones la máscara del amor a la primera cara vulgar que se te presenta.

Tranquilidad es su palabra favorita; para ellos es sinónimo de felicidad, o más bien sustituye a la falta de felicidad. Nadie merece que lo admiren con tanto fervor. Como nadie merece que lo desprecien con demasiada indignación…

Las personas mienten, pero las flores, los libros, los retratos, las lámparas, la suave pátina que el uso deposita en todos los objetos, son más sinceros que los rostros. Antaño solía observar todas esas cosas y pensaba: “Son felices el uno por el otro. Es como si el pasado no hubiera existido. Son felices y se quieren.”.¿Quién conoce a la verdadera mujer? ¿El amante o el marido? ¿Son realmente tan distintas la una de la otra? ¿O están tan sutilmente mezcladas que resultan inseparables? ¿Están hechas de dos sustancias que una vez combinadas forman una tercera que ya no se parece a las otras dos? Lo que sería tanto como decir que a la verdadera mujer no la conocen ni el marido ni el amante. Sin embargo, se trata de la mujer más sencilla del mundo. Pero he vivido lo bastante como para saber que no hay corazón sencillo.

Cuando la dejé marchar, ya la quería menos »