« Toda consideración abstracta, aunque se refiera a problemas humanos, no sirve para consolar a algún hombre, para mitigar alguna de las tristezas y angustias que puede sufrir un ser concreto de carne y hueso, un pobre ser con ojos que miran ansiosamente ( ¿hacia qué o hacia quién? ), una criatura que sólo sobrevive por la esperanza. Porque felizmente el hombre no está sólo hecho de desesperación, sino de fe y de esperanza; no sólo de muerte sino también de anhelo de vida; tampoco únicamente de soledad sino de momentos de comunión y de amor. Si prevaleciese la desesperación, todos nos dejaríamos morir o nos mataríamos, y eso no es de ninguna manera lo que sucede. Esto demuestra la poca importancia de la razón, ya que no es razonable mantener esperanzas en este mundo en que vivimos. Nuestra razón, nuestra inteligencia, constantemente nos está probando que ese mundo es atroz: la razón es aniquiladora y conduce al escepticismo, al cinismo y finalmente a la aniquilación. Pero, por suerte, el hombre no es casi nunca un ser razonable, y por eso la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades. Y este mismo renacer de algo tan descabellado, tan sutil y entrañablemente descabellado, tan desprovisto de todo fundamento es la prueba de que el hombre no es un ser racional. Y así, aunque los terremotos arrasan una vasta región de Japón o de Chile, ....... una guerra cruel y sin sentido para la inmensa mayoría de sus víctimas mutila y tortura, asesina y viola,....... a los sobrevivientes, los que asistieron, espantados e impotentes, a esas calamidades de la naturaleza o de los hombres, esos mismos seres que en aquellos momentos de desesperación pensaron que nunca más querrían vivir y que jamás reconstruirían sus vidas ni podrían reconstruirlas aunque lo quisieran, esos mismos hombres y mujeres, esos precarios seres humanos empiezan de nuevo, como hormiguitas tontas pero heroicas, a levantar su pequeño mundo de todos los días; mundo pequeño, es cierto, pero por eso más conmovedor. De modo que no son las ideas las que salvan al mundo, no es el intelecto ni la razón, sino todo lo contrario; aquellas insensatas esperanzas de los hombres, su furia persistente para sobrevivir, su anhelo de respirar mientras sea posible, su pequeño, testarudo y grotesco heroísmo de todos lo días frente al infortunio. Y si la angustia es la experiencia de la Nada, ¿ no será la esperanza la prueba de un sentido oculto de la existencia, algo por lo cual vale la pena luchar ? Y siendo la esperanza más poderosa que la angustia, ya que siempre triunfa sobre ella, porque si no todos nos suicidaríamos, ¿ no sera que ese sentido oculto es más verdadero que la famosa nada? ».
Ernesto Sabato