« Vuelvo de Aubergenville. Hasta tal punto saciada de aire libre, de sol brillante, de viento, de aguaceros, de cansancio y de placer que ya no sé dónde estoy. Sólo sé que he tenido una crisis depresiva antes de cenar, en la habitación de mamá, sin causa normal o visible, pero cuyo origen era la tristeza de ver que se acababa este día maravilloso, de separarme completamente de su atmósfera.
Nunca he podido acostumbrarme a que las cosas agradables tengan fin. No me esperaba esta crisis de desesperación. Creía haber olvidado estas chiquilladas, pero ha ocurrido sin que me diera cuenta, sin que tampoco intentara combatirlo.
Los ojos se me cierran aunque no quiera. El día desfila a jirones por mi mente embrutecida, vuelvo a ver la partida en la estación bajo un chaparrón y un cielo gris; el viaje en tren con las bromas alegres, la impresión de que todo iba a salir bien este día, el primer paseo por el jardín con la hierba mojada, bajo la lluvia, y la brusca aparición del pequeño campo, la partida de ‘deck tennis’ antes de comer, la mesa de la cocina y el almuerzo muy animado y divertido, y luego todos han ayudado a fregar los platos, Françoise Pineau los secaba metódicamente, Job los ponía en su sitio, con la pipa en la boca. Jean Pineau ordenaba un tenedor y un plato al mismo tiempo; el paseo por la carretera de la meseta, a pleno sol, el chubasco recio y breve, mi conversación con Jean Pineau, el regreso al pueblo, el paseo hasta Nézel, bajo un cielo límpido, y un horizonte cada vez más amplio y luminoso, la merienda simpática con el chocolate sin azúcar e insípido, el pan, la mermelada; la sensación de que todos éramos felices, el regreso con Dense y Nicole, mis mejillas ardiendo; la hermosa cara de Jean Pineau enfrente de mí, con sus ojos claros y sus rasgos enérgicos, las despedidas en el metro y las sonrisas que expresaban el placer sincero y franco del día.
Todo esto me parece a la vez extrañamente cercano y extrañamente lejano. Sé que se ha acabado, que estoy aquí, en mi habitación, y al mismo tiempo oigo las voces, veo los rostros y las siluetas como si estuviese rodeada de fantasmas vivos. Es porque el día no es ya del todo presente y no es aún pasado. La quietud a mi alrededor bulle de recuerdos y de imágenes ».
Hélène Berr