« Todo era normal, hasta que Gemma se volvió fluorescente. Si alguien la hubiese estado observando de manera detenida, habría notado que la fluorescencia de Gemma se iba manifestando de manera gradual, pero la realidad es que todos estaban ajenos a la situación, y se enteraron cuando la luminiscencia era imposible de ignorar. Esto sucedió a mediados del invierno, cuando los días son cortos y las velas no alcanzan para estocar a tanta oscuridad. Uno de esos días, la familia percibió una claridad casi total que llegaba a modo de inundación desde la habitación de Gemma.
Encontraron a la muchacha sentada en su cama, bordando en el bastidor; parecía no darse cuenta de que su cuerpo emanaba luz, una luz que cegaba a quien osara mirarla de frente. Le preguntaron que qué le pasaba, y si se sentía mal. Asombrada, contestó que no le pasaba algo y que se sentía perfectamente. Le preguntaron, entonces, que qué era esa luz, y ella dijo que no sabía, pero que la tenía desde hacía tiempo, aunque tampoco sabía si el verbo correcto era tener, ya que la luz pare-cía obrar de acuerdo a una voluntad propia: Gemma no podía dejar de ser fluorescente.
El médico que la revisó se mostró estupefacto, y le recetó una precavida dieta a base de verduras y legumbres. La abuela aseguró que Gemma debía estar pagando algún grave pecado, y de ahí en adelante se dedicó a llorar y a perseguir a la muchacha con una palangana que rebalsaba agua bendita. Los padres decidieron atrincherarse dentro del castillo, agobiados por la vergüenza de ver cómo su hija experimentaba algo a todas luces, valga la ironía, inédito en la comarca.
Una tarde de agosto, la abuela descubrió a Gemma recostada en el pasto, a orillas del lago. A su lado, uno de los muchachos que labraban la tierra la abrazaba. Se decían cosas en el oído y reían. La abuela vio cómo el cuerpo del joven emanaba una fluorescencia idéntica a la de Gemma, y comprendió. Se metió en el castillo dando alaridos de santurrona inquisidora, y los padres de Gemma acudieron en su auxilio. El muchacho fue apaleado y echado del castillo, de la comarca y del reino, y Gemma se fue apagando de a poco, de manera gradual, hasta volver a ser una chica normal, sin rastros de fluorescencia ».
Gilda Manso