« Hola, soy Dios, cualquier Dios, el que quieras. Si últimamente he sido noticia porque muchos matan o mueren en mi nombre o por tanta gente que se pregunta honestamente cómo – en caso de existir – puedo permitir semejantes barbaridades, ahora ya solo soy publicidad de autobús: está claro que voy a menos.
En confianza: incluso yo, en horas bajas, a menudo me pregunto si realmente existo o solo soy una necesidad de los humanos que no se bastan consigo mismos. Debo de existir – digo yo-, ya que soy imprescindible en el lenguaje de cada día: en el adiós, el "si Dios quiere" o en el "me cago en Dios", expresión de mal gusto, pero comprensible ante según qué contrariedades. Si, según se dice, soy inmensamente bueno y sabio, ¿cómo voy a molestarme por estas u otras tonterías? Al fin y al cabo, pues yo los hice así – la ciencia ahora dice que no, que todo fue viniendo solo (y yo lo respeto)- alguna responsabilidad debo de tener.
A los que de verdad no soporto son a esos que sacan provecho de mí, distorsionando a favor suyo mis pobres enseñanzas. Pero también tengo, claro está, a mis favoritos: ahora disfruto mucho revisando el cine de Bergman o releyendo a Kierkegaard, Beckett, Cioran… ¡Qué gracia tienen los puñeteros!
Bueno, los dejo, que ahora me toca atender a los que rezan. Cada día son menos. Y lo entiendo. Me cuentan sus cosas, me piden favores… y yo no les respondo porque no sé qué decir, pero aprendo mucho de ellos. Ya lo decía el filósofo: “Soy humano y nada humano me es ajeno”. Y a mí, pese a mi condición probablemente divina, me pasa tres cuartos de lo mismo. Hala, que sean felices conmigo o sin mí. Adiós »
Juan Ollé