martes, febrero 14

Geralt de Rivia II

« Se acercó a él y de pronto le echó los brazos al cuello. Geralt previó su movimiento hábilmente y con rapidez evitó sus labios, la besó con frialdad en la mejilla, la abrazó con el brazo sano, con torpeza, con reserva y delicadeza. Percibió cómo la muchacha se frenaba y retrocedía poco a poco, pero sólo a la distancia de los brazos, aún descansando en sus hombros. Él sabía lo que esperaba, pero no lo hizo. No la atrajo hacia sí.

Essi le soltó, se dio la vuelta hacia el ventanuco sucio y entreabierto.

-Por supuesto -dijo de improviso-. Apenas me conoces. Olvidaba que tú apenas me conoces.

-Essi -contestó él, al cabo-. Yo...

-Yo tampoco te conozco apenas -estalló, interrumpiéndole-. ¿Y qué más da? Te quiero. 
Nada puede evitarlo. Nada.

-¡Essi!

-Sí. Te quiero, Geralt. Me da igual lo que pienses. Te quiero desde el momento en que te vi, allá, en la fiesta...

Calló, bajó la cabeza.

Estaba de pie delante de él y Geralt lamentó que fuera ella y no el ser pez con su sable escondido bajo el agua. Con el ser pez tenía al menos una posibilidad de salir del paso. Con ella no.

-No dices algo -afirmó un hecho-. Nada, ni una palabra.

Estoy cansado, pensó, y horriblemente débil. Tengo que sentarme, se me nubla la vista, he perdido sangre y no he comido... Tengo que sentarme. Maldito cuartucho, pensó, así estallara en la próxima tormenta tocado por un rayo. Esta maldita falta de muebles, dos malditas sillas y una mesa, que sirve para separar, ante la que hablar es tan fácil y tan seguro, se puede incluso sujetar la mano del otro. Y yo tengo que sentarme en el jergón, tengo que pedirle que se siente junto a mi. Y el jergón lleno de cáscaras de guisantes es muy peligroso, de aquí no puede uno ni siquiera escaparse, retirarse...

-Siéntate junto a mí, Essi.

Se sentó. Con una pequeña vacilación. Con delicadeza. Lejos. Demasiado cerca.

-Cuando me enteré -susurró, rompiendo un largo silencio-, cuándo escuché que Jaskier te había traído cubierto de sangre, salí corriendo de casa como una loca, corrí a ciegas, sin prestarle atención a nada. Y entonces... ¿sabes lo que pensé entonces? Que es magia, que me echaste un encantamiento, que en secreto, a traición, me hechizaste, con tus Señales, con tu medallón de lobo, con tus ojos malos. 


Así pensé, pero no me detuve, seguí corriendo, porque comprendí que lo deseaba... que deseaba estar bajo tu poder. Y la realidad resultó ser aún más terrible. No me habías echado ningún hechizo. ¿Por qué, Geralt? ¿Por qué no me hechizaste?

Él guardó silencio.

-Si esto fuera magia -siguió-, todo sería sencillo, fácil. Me doblegaría ante tu poder y sería feliz. Y así... Tengo... No sé qué me pasa...

Diablos, pensó Geralt, si Yennefer cuando está conmigo se siente como yo ahora, la compadezco. Nunca más me asombraré. Nunca más la odiaré... Nunca.

Porque puede que Yennefer sienta esto mismo que yo siento ahora, sienta una profunda seguridad de que debiera conceder lo que es imposible de conceder, incluso aún más imposible que la relación entre Agloval y Sh'eenaz. La seguridad de que no bastaría un pequeño sacrificio, de que haría falta sacrificar todo y no se sabe siquiera si eso sería suficiente. No, no voy ya a odiar a Yennefer porque no pueda y no quiera darme algo más que un pequeño sacrificio. Ahora sé que un pequeño sacrificio es muchísimo.

-Geralt -gimió Ojazos, sujetando la cabeza entre los brazos-. Me da mucha vergüenza. Me avergüenzo de lo que siento, que es como una maldita anemia, como un resfriado, como el asma...

Él callaba.

-Siempre pensé que sería un hermoso y elevado estado del alma, noble y orgulloso, incluso si producía la infelicidad. ¿Acaso no he escrito tantos romances sobre algo así? Y resulta que esto es orgánico, Geralt, terrible y absolutamente orgánico. Así se siente alguien que está enfermo, que ha bebido veneno. Porque del mismo modo que alguien que haya bebido veneno se está dispuesto a todo a cambio del antídoto. A todo. Incluso a la humillación.

-Essi. Por favor...

-Sí. Me siento humillada, humillada porque te lo he confesado todo, olvidándome de la dignidad, que obliga a sufrir en silencio. Porque con mi confesión te he metido en problemas. Me siento humillada por causarte problemas. Pero no puedo hacer otra cosa. Carezco de fuerzas. A merced de la gente, como alguien con una enfermedad terminal. Siempre he tenido miedo de las enfermedades, del momento en que esté débil, sin fuerzas, sin saber qué hacer, sola. Siempre he tenido miedo de las enfermedades, siempre he pensado que una enfermedad sería lo peor que me podía pasar...

Calló.

-Sé -gimió de nuevo-. Sé que debiera estarte agradecida de que... de que no te aproveches de la situación. Pero no te estoy agradecida. Y esto también me avergüenza. Porque odio ése tu silencio, ésos tus ojos aterrorizados. Te odio. Porque callas. Porque no mientes, que no... Y a ella también la odio, a ésa tu hechicera, de buena gana le clavaría el cuchillo. Porque... la odio. Mándame irme, Geralt. Ordéname que salga de aquí. Porque yo sola, de propia voluntad, no puedo, y quiero salir de aquí, ir a la ciudad, a la taberna... Quiero vengarme de ti por mi vergüenza, mi humillación, quiero encontrar al primero que pase...

Pena negra, pensó Geralt, al escuchar cómo su voz iba decayendo como una pelota de trapo por una escalera. Se va a poner a llorar, pensó, dos frases más y se pondrá a llorar. ¿Qué hacer, dioses, qué hacer?

Los hombros encogidos de Essi temblaron con fuerza. La muchacha volvió la cabeza y comenzó a llorar, con un llanto bajito, terriblemente sereno, incontenible.

No siento nada, afirmó con horror, nada, ni la más mínima compasión. Esto, el que ahora abrazo su espalda, es un gesto pensado, medido, no espontáneo. La abrazo porque siento que es preciso, no porque lo desee. No siento más.

Cuando la abrazó dejó inmediatamente de llorar, se limpió las lágrimas, agitando con violencia la cabeza y volviéndose de tal modo que no pudo verle la cara. Y luego se aferró a él más fuerte, apretando la cabeza contra su pecho.

Un pequeño sacrificio, pensó, sólo un pequeño sacrificio. Al menos esto la tranquilizaría, el abrazo, el beso, unas serenas caricias... Ella no desea más. E incluso si lo quisiera, ¿qué? Un pequeño sacrificio, un muy pequeño sacrificio, pues ella es hermosa y se lo merece... Si quisiera más... La tranquilizará. Un acto de amor quedo, sereno, delicado. Y yo... A mí, al fin y al cabo, me da todo igual, porque Essi huele a verbena y no a lila y grosella, no tiene esa fría y electrizante piel, los cabellos de Essi no son un negro tornado de rizos brillantes, los ojos de Essi son hermosos, blandos, cálidos y celestes, no arden con un frío, impasible y profundo violeta. Essi se dormirá después, volverá la cabeza, abrirá ligeramente los labios. Essi no se sonreirá con expresión de triunfo. 

Porque Essi... Essi no es Yennefer ».

Andrzej Sapkowski