sábado, diciembre 1

El demonio del conformismo

« Me precipité, en contra del mejor juicio y en el nombre de la certeza. Debo reconocer y confesar a las autoridades públicas que he traicionado a la gente. Incluso persuadí a mis aliados de que era un peligroso enemigo. Mi primogénito y mi esposa estaban asombrados. Cuando regresé al hogar desde el tribunal popular donde me había aniquilado a mí mismo, mis más cercanos parientes me suplicaron que parara de desempeñar el rol de la delación, al menos en casa. Pero yo quería ser un hombre de principios, sucediera lo que sucediera. Me arrodillé ante mi hijo y ante mi esposa y les pedí en nombre de lo que era más sagrado para ellos que me perdonaran por mi falsedad. Mis seres queridos intentaron apaciguarme, como si estuviera enfermo, pero yo insistí en lo que había declarado públicamente. Trataba de evitar ser dividido entre la vida privada y pública, porque sabía que eso me abocaría a la locura. Mis seres queridos no podrían soportar vivir con un traidor que se aferra a su falsedad como si ésta se tratase de un principio. Ellos comenzaron a buscar y encontraron diferentes personas, personas que adoptaron una u otra postura. No sé cómo, pero ellos fueron sometidos a juicio público por traidores y sentenciados. Y yo, en el nombre de mis principios sagrados, pedí para ellos la máxima pena, requiriendo que mi esposa y mi hijo fueran condenados a muerte. Tras esta acción, todo lo que quedó de mi fue un principio, un terrible principio: dependencia y conformidad. Podréis entender que después de esto yo permanecí atado a la vida sólo por el hilo de este principio.

Yo, Bartolomeja Boleraz, antiguo escritor, que fui la ostensible conciencia del pueblo, me remonté con el espíritu de los tiempos sobre las alas de la historia, como un pequeño balón, como una pequeña burbuja. Yo comprendo ahora que pude no alzar el vuelo de esta manera. Una tormenta se levantó repentinamente y me arrojó a la tierra. Nuestro helicóptero se precipitó sobre un empapado campo abierto. En ese instante mi inocente maletín, repleto de documentos, se movió con presteza, como un sable, haciéndome un corte en la parte superior del cráneo.

Finalmente la herida de la cabeza se abrió y el contenido de mi cerebro se esparció como una copa de vino. Caí del helicóptero y como un amante apreté mi rostro contra la fragante tierra labrada ».
 
Dominik Tatarka