"Lacan escribe el acontecimiento significante con la notación S₁, en la que el número 1 marca que se trata de un acontecimiento único -un síntoma es siempre del orden del Uno y la letra S señala la palabra significante. Entonces, considerar que el síntoma tiene una cara significante indica que es Uno, que ese Uno sorprende y se impone al paciente a su pesar y además que se repite; es decir que habrá otro Uno, luego otro Uno, etcétera.
Pero afirmar que el síntoma es significante subraya no sólo que es Uno, que se nos impone y escapa, pronto a repetirse, sino sobre todo que sobreviene justo a tiempo para interrogarnos. El síntoma en tanto significante no es un sufrimiento que padecemos pasivamente, por decirlo así. No, es un sufrimiento interrogante y, en el límite, pertinente. Pertinente como un mensaje que nos enseña hechos ignorados de nuestra historia, nos dice lo que hasta ese momento no sabíamos. Otro ejemplo de significante podría ser el chiste; el chiste considerado como una réplica espontánea que se dice sin saber, pero tan oportuna y precisa que todos ríen. Ahora bien, el síntoma puede tener la misma virtud. Puede manifestarse en la vida del sujeto de modo tan oportuno que, a pesar de su carácter doloroso, aparece como esa pieza faltante que, una vez vuelta a situar en el rompecabezas, revela nuestra vida bajo una nueva luz, sin que por ello el rompecabezas esté acabado.
Justamente, el alcance significante del síntoma reside en la pertinencia de aparecer en el momento justo, como la pieza indispensable para suscitar en el paciente, y a menudo en el analista, una nueva pregunta, quiero decir la pregunta adecuada que abre el acceso al inconsciente considerado como un saber: "¿Pero cómo es posible que este síntoma reaparezca tan oportunamente que, más allá del hecho de que yo sufra, esclarece mi vida con una nueva luz? ¿Cuál es entonces esta combinatoria que, por encima de mi voluntad, organiza la repetición de mis síntomas y asegura que uno de ellos aparezca justo a tiempo para que yo descubra que mi infortunio depende tan sólo de mi deseo?" Esta pregunta es muy diferente de aquella que planteaba el problema de la causa del síntoma e instituía el sujeto-supuesto-saber. Aquí, el sujeto ya no interroga al síntoma en tanto signo, no es el "por qué" lo que le preocupa, sino el "cómo". ¿Cómo se organiza el desfile de los acontecimientos de su vida? ¿Cuál es el orden de la repetición? Estas preguntas son adecuadas porque conducen a la hipótesis del inconsciente como estructura. Para explicarme bien, quisiera volver con más claridad sobre la distinción signo/significante.
Entendámonos. Tomar el sufrimiento del síntoma bajo el ángulo de la causa implica hacer del mismo un signo; mientras que sorprenderme por padecer este mismo malestar en un instante propicio, como si estuviera impuesto por un saber que ignoro, implica reconocerlo como significante. Retomemos la interrogación del analizante sorprendido, interrogación que abre al inconsciente: "¿Quién sabía?... ¿Quién sabía que esa palabra que hace reír o incluso ese síntoma que me esclarece debía situarse en tal momento preciso para que finalmente yo comprendiera?" La respuesta de la teoría analítica es la siguiente: "Aquel que supo situar el síntoma o el chiste, con entero conocimiento para sorprender y hacer comprender, no es un sujeto sino el saber inconsciente." Sí, en efecto, el inconsciente es el orden de un saber que el sujeto porta pero que ignora. Pero el inconsciente no es solamente un saber que conduce al sujeto a decir la palabra justa en el momento justo -sin saber sin embargo lo que dice-, es también el saber que ordena la repetición de esta misma palabra más tarde y en otro lugar. En suma, el inconsciente es un saber, no sólo porque sabe situar tal palabra en tal instante, sino también porque garantiza lo propio de la repetición. Digámoslo en una fórmula: el inconsciente es el saber de la repetición.
Pero ¿qué es la repetición? Recordemos la idea principal. Que un significante se repita idéntico a otro quiere decir que hay siempre un acontecimiento que ocupa el casillero formal del Uno, mientras que otros acontecimientos ausentes y virtuales están a la espera de ocuparlo. Estamos, insisto, en presencia de dos instancias: la primera es la instancia del Uno que corresponde al acontecimiento que efectivamente sobrevino, la segunda es la instancia de todos los otros acontecimientos ya pasados y por venir que ocuparon o van a ocupar el casillero del Uno. Afirmar que el inconsciente es el saber de la repetición significa que no sólo es un saber que sabe situar la palabra justa en el momento justo sino que, además, hace girar el carrusel de los elementos pasados o por venir que hayan alguna vez ocupado, o deban ocupar, el casillero del Uno, es decir el lugar del significante manifiesto. El inconsciente es el movimiento que asegura la repetición, o más bien que asegura la renovación de la ocupación del lugar del Uno. En suma, ¿qué queremos hacer entender con esta visión formalista de la dinámica del saber inconsciente? Que el inconsciente es un proceso constantemente activo que no cesa de exteriorizarse mediante actos, acontecimientos o palabras que reúnen las condiciones que definen a un significante, a saber: ser una expresión involuntaria, oportuna, desprovista de sentido y situable como un acontecimiento en ligazón con otros acontecimientos ausentes y virtuales".
Juan David Nasio
Cinco lecciones sobre la teoría de Lacan
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