« —Ha entrado alguien.
Él abrió los ojos. Era una biblioteca, en el interior de una casa en silencio absoluto. Llevaba puesto su mejor traje. Sí, recordó todo con relativa fluidez. Hizo un esfuerzo para mirar por encima del hombro y sólo vio el escritorio débilmente iluminado, donde estaba antes, como si lo recordase de un sueño. Desde el rincón donde estaban no se veía la puerta. Pero no se oía algo, ni el menor sonido. Ella estaba equivocada, ansiaba que ella se hubiese equivocado, y en realidad así era. Se volvió hacia ella y se disponía a decírselo cuando ella le apretó más fuerte el brazo y él volvió a mirar atrás. Briony entró lentamente en el campo de visión de la pareja, se detuvo junto al escritorio y les vio. Se les quedó mirando estúpidamente, con los brazos caídos a los costados, como un pistolero en un duelo del Oeste. En aquel instante de repliegue él descubrió que hasta entonces nunca había odiado a alguien. Era un sentimiento tan puro como el amor, pero desapasionado y glacialmente racional. No había algo personal en ello, porque habría odiado igual a quienquiera que entrase. Había bebidas en el salón o en la terraza, y era donde se suponía que Briony debía estar, con su madre, y el hermano al que adoraba, y sus primos pequeños. No había razón alguna para que estuviese en la biblioteca, excepto encontrarle y denegarle lo que le pertenecía. Vio con claridad lo que había ocurrido: había abierto una carta cerrada para leer su nota, que la había asqueado, y a su oscura manera se sintió traicionada. Había ido en busca de su hermana, sin duda con la jubilosa intención de protegerla o de amonestarla, y había oído un ruido desde el otro lado de la puerta de la biblioteca. Impelida por la profundidad de su ignorancia, de imaginaciones tontas y de su rectitud de niña, había entrado a imponer un alto. Y apenas tuvo que hacerlo; de común acuerdo, ellos se habían separado y se habían vuelto, y ahora se adecentaban discretamente la ropa. "Todo había acabado" ».