« Aunque han pasado ya dos meses, recuerdo aquel día perfectamente. Cualquier hora o minuto de aquel infausto lunes puede ser rememorado por mí hasta el más ínfimo detalle. Recuerdo salir de casa y saludar a la vecina que entraba justo en aquel momento, como cada día, con su periódico y la barra del pan bajo el brazo. Recuerdo los 8 minutos 53 segundos que estuve en la cafetería desayunando, repitiendo la invariable rutina de los días laborables. Ya entonces notaba una extraña sensación que sólo podía describir como inquietante, precisamente porque era lo único que podía decir de ella, ya que no sabía ni definirla ni tampoco explicar su causa.
La sensación se acentuó al entrar en el metro, buscar un hueco en el vagón y comenzar el tránsito de 23 minutos 17 segundos hasta mi destino. ¿Qué era lo que me provocaba aquella inquietud? Incapaz de concentrarme en la lectura, reflexionaba sobre la posible causa de mi anormal estado; miraba a mi alrededor y no veía más que las mismas imágenes de cada día, los mismos sonidos, los mismos colores,… Salí casi a la carrera hacia la calle, empujando a varias personas, buscando la luz y el aire, convencido de que se trataba de algún tipo de episodio claustrofóbico. De hecho deseaba que así fuera, de ello me quería convencer a fin de encontrar una explicación, aunque fuera poco convincente, para justificar mi angustia.
Al salir a la calle, la inquietud no sólo permanecía, sino que parecía multiplicarse. Miraba alrededor, contemplaba detalles, examinaba el cielo buscando algún fenómeno meteorológico especial, me miraba los brazos y las piernas buscando alguna señal de algo anormal, diferente, … pero nada, absolutamente nada, todo era aparentemente normal, excepto mi angustia, mi injustificada inquietud.
Dirigirme a la oficina, subir en el ascensor, saludar a los compañeros y ocupar mi mesa no cambió en nada mis sensaciones, de hecho las confirmó. Sentado en mi mesa, miraba alrededor, observando a mis compañeros, buscando aquello que se salía de lo habitual … necesité casi 5 minutos pero lo encontré, ¿cómo se me podía haber pasado por alto?, sí, no había duda, de eso se trataba: ¡todos sonreían!.
Los observaba con una mezcla de asombro e incredulidad; todos sonreían de una forma aparentemente franca, afable, sencilla … No había risas, ni carcajadas, ni gestos fuera de lo normal excepto esa limpia sonrisa permanente en el rostro de todos y cada uno de ellos, como lo estaba, entonces me di cuenta, en el rostro de mi vecina, de la camarera de la cafetería y del resto de personas que tomaban su café matutino, en el de todas y cada una de las personas que había visto en el metro, incluyendo a aquellas a quien en mi carrera hacia el exterior había pisado y empujado. El hecho de haber descubierto el motivo de mi inquietud no hizo que esta desapareciera, acaso lo hizo unos segundos para luego volver multiplicada: aquello no era en absoluto normal, ojalá fuera un sueño, pensaba. Tenía que encontrar la explicación:
- ¡Rafa!- me dirigí a uno de mis compañeros - ¿Por qué sonríes?
- ¿Qué?, ¿qué hablas?, para sonreír estoy yo un lunes por la mañana.
Su respuesta apareció en un tono molesto pero rodeada en todo momento por esa contagiosa sonrisa. Me levanté y me dirigí a la cafetería de la oficina, donde me encontré a cuatro compañeros comentando el fin de semana ya consumido.
- ¡Buenos días a todos! – saludé – ¿Qué es lo que me he perdido? ¿Por qué estáis todos sonriendo?
Se miraron entre ellos manteniendo sus sonrisas, pero en sus miradas se traducía la sorpresa por mi comentario.
- ¿Sonriendo?, ¿es alguna broma o algún chiste?
- Ehh … Sí, un .. un chiste, pero olvidé como sigue.
- Estás bien, tu también. Anda, vamos a trabajar.
Se marcharon todos, sonrientes, hacia sus mesas. No entendía algo, pensaba en una broma que toda la oficina me hubiera preparado pero, obviamente, nunca mi vecina ni la gente del metro podrían estar involucrados. De repente, una horrible certeza me vino a la mente, temblando corrí hacia el lavabo para mirarme al espejo y confirmarla … efectivamente, el espejo me devolvía una mirada angustiosa, aterrorizada … sobre un rostro sonriente. Quedé observando , petrificado, aquella expresión que no era la mía, como tampoco podía ser la de todas las personas que durante el día me había cruzado. Sudaba y temblaba todo mi cuerpo … ¿de quién era esa sonrisa que me devolvía el espejo?, ¿de quiénes eran todas esas sonrisas que se me aparecían por todas partes?
El pánico me paralizó. Al cabo de unos minutos entró un compañero que preocupado me preguntaba, sin perder su sonrisa, qué me ocurría. Yo estaba sentado en un rincón del baño, inmóvil, incapaz de atreverme a mover un músculo, de ponerme a la altura de aquel espejo y de nuevo ver esa horrible sonrisa en mi cara.
Vinieron más compañeros que discutieron, sonrientes, sobre qué me podía ocurrir hasta que decidieron, sin perder la sonrisa, llamar a una ambulancia. Me llevaron a urgencias del Hospital Clínic, me atendieron varios médicos que no perdieron la sonrisa en ningún momento, me hicieron radiografías, TACs, y todo tipo de pruebas. Dos días después el Dr. Sancha vino a mi habitación y me lo explicó, con esa estúpida sonrisa en su rostro, me contó lo del síndrome de Merken-Hagen, lo de que sólo se conocían tres casos en toda la historia (aunque los anteriores se consideraban casi leyendas porque se produjeron hace varios siglos y no había pruebas “fehacientes”), y, sin perder por un momento la sonrisa, pero, eso sí, con un tono tan bajo que apenas pude escucharle lo de que me quedaban entre dos y tres meses de vida.
- Eso es lo que le hace sonreír, – le dije – el poder experimentar directamente con un caso tan raro, ¿verdad? Seguro que será la estrella de todos los congresos médicos a los que vaya.
Le odio, como odio a mis antiguos amigos y a mis familiares que me venían a visitar hasta que les prohibí que lo hicieran: todos sonrientes y satisfechos pese a que sus falsas palabras querían expresar tristeza y dolor. Pero no, su cara hablaba por ellos, sonreían inevitablemente sabiendo que podrían explicar a sus parejas y a sus amigos que conocían a ese tipo raro del que se hablaba en la prensa. Como la cara de los doctores y enfermeras que me atienden en este odioso hospital: todos sonrientes y emocionados de poder tratar a un caso tan extraño. Falsos. Los maldigo a todos.
Me están matando, lo sé, puedo ver mi cuerpo que se consume día a día … pero también puedo ver en el espejo como mi gesto se mantiene sonriente, no conseguirán quitarme la sonrisa jamás. Sé que todos me quieren ver muerto, pero no les obsequiaré con alguna lágrima, con ningún gesto de tristeza. Pienso sonreír hasta el día de mi muerte, y aun lo haré después, cuando contemple como esa estúpida sonrisa desaparece de sus rostros cuando vean que mi cadáver les sonríe. Será la sonrisa victoriosa del ganador. Como deseo que llegue ese momento ».
No es mi vida