« La niebla entró el sábado y aún no se ha ido. Desde entonces, hace ya varios días, no sabría decir exactamente cuántos, tengo una sensación extraña, como si me encontrara flotando en medio de la nada... »
« También ha coincidido con que nadie me ha visitado ni me ha llamado por teléfono durante este tiempo. Por eso me invade el temor de que, cuando por fin se diluya la niebla, no quede algo a mi alrededor, nada en el mundo. Ni un edificio. Ni una persona. Ni un perro. Nada, absolutamente nada.
Tampoco me atrevo a salir a la calle. Quizás al traspasar el portal caiga al vacío. He dicho que durante estos días de niebla nadie se ha puesto en contacto conmigo, pero he de confesar que una fuerza invisible me impide que sea yo quien tome la iniciativa de llamar por teléfono a la familia y los amigos. Creo que en el fondo me atrae esta enorme sensación de soledad, tal vez porque en el fondo tengo la certeza de que pronto la niebla desaparecerá y todo volverá a ser como antes.
Hay otro detalle que me inquieta. A pesar de haber vivido frente al mar, no he oído en algún momento la sirena de los barcos. Ni el sonido del mar. Ni los gritos de las gaviotas. Ni el ruido de los vecinos. No oigo ni veo algo. Desde que recuerdo, decidí mantener cerradas las puertas y las ventanas para que la niebla no penetrara en la casa y me aislara todavía más del resto de las cosas. Sé que no puedo seguir así, como un topo o un refugiado, el resto de la vida. Apenas me quedan reservas en la despensa y, aunque he perdido el apetito, tendré que salir a comprar alimentos. He calculado que si como poco, poseo reservas de comestibles para sobrevivir por semanas. Precisamente el día que llegó la niebla, aquel sábado por la mañana, fui a primera hora a comprar a las tiendas del barrio. Lo solía hacer todos los sábados.Vivo en un duermevela constante. Me tiendo en el sofá y hago...nada. Ya no leo. No veo la televisión. No oigo el transistor. Sería terrible que la niebla se hubiera instalado en la pantalla del televisor y en las ondas de la radio. Que todo se hallara envuelto en la fría y blanca mortaja de la niebla.
Trato de dormir en vano. No tengo sueño. Cada segundo que pasa compruebo cómo la niebla me separa de la vida. Procuro no pensar en mi mujer, que la mañana del sábado salió también a comprar y todavía no ha vuelto; ni en mi familia, que, para mi, se fueron de excursión y tampoco han regresado. Todo es muy raro. Cierro los ojos para no pensar. Los mantengo cerrado durante mucho tiempo. Luego los abro y no veo algo. Sólo la niebla. La niebla que se ha colado por la rendija de la puerta y se ha extendido por las habitaciones. Voy a tientas hasta el baño. Me miro en el espejo... y no veo a alguien ».