jueves, octubre 8

La tregua

"Pero ella estaba conmigo, podía sentirla, palparla, besarla. Podía decir simplemente: Avellaneda. Avellaneda es, además, un mundo de palabras. Estoy aprendiendo a inyectarle cientos de significados y ella también aprende a conocerlos. Es un juego. De mañana digo: Avellaneda, y significa: Buenos días (Hay un Avellaneda que es reproche, otro que es aviso, otro más que es disculpa.) Pero ella me malentiende a propósito para hacerme rabiar. Cuando pronuncio el Avellaneda que significa: Hagamos el amor, ella muy ufana contesta: ¿Te parece que me vaya ahora? ¡Es tan temprano!. Oh, los viejos tiempos en que Avellaneda era sólo un apellido, el apellido de la nueva auxiliar (sólo hace cinco meses que anoté: La chica no parece tener muchas ganas de trabajar, pero al menos entiende lo que uno le explica), la etiqueta para identificar a aquella personita de frente ancha y boca grande que me miraba con enorme respeto. Ahí está ahora, frente a mí, envuelta en su frazada. No me acuerdo cómo era cuando me parecía insignificante, inhibida, nada más que simpática. Sólo me acuerdo de cómo es ahora: una deliciosa mujercita que me atrae, que me alegra absurdamente el corazón, que me conquista. Parpadeé conscientemente, para que nada estorbara después. Entonces mi mirada la envolvió, mucho mejor que la frazada; en realidad, no era independiente de mi voz, que ya había empezado a decir: Avellaneda. Y esta vez me entendió perfectamente".


Mario Benedetti




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