" — Sí, la situación es desesperada-respondió Haplo a su lado—. Lamento haberte metido en esto amigo mío.
— ¿De veras lo soy?-preguntó a Haplo con timidez.
— ¿Eres qué?
— Eso, eso que has dicho: amigo tuyo-apuntó con turbación.
— ¿Yo te he llamado así?-Haplo se encongió de hombros—. Seguramente se lo decía al perro-apuntó, pero acompaño sus palabras de una sonrisa.
— Sabes que no... — insistió Alfred rojo de satisfacción.
— Sí, Alfred, eres amigo mío.
Haplo le tendió una mano firme y poderosa, tatuada de runas azules en el revés.
Alfred alargó la suya, blanca, arrugada, de muñecas huesudas y huesos finos, con la piel fría y sudorosa de miedo.
Las dos manos se encontraron, se asieron y permanecieron firmemente encajadas.
Dos seres que se tendían la mano a través de una abismo de odio. En aquel momento, Alfred miró en su interior y se encontró. Y ya no tuvo miedo."
Margaret Weis
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