“Mi abuelo tenía el ceño más eficaz que he conocido. Un día estábamos en la mesa. No recuerdo qué hice –probablemente arrojé chícharos contra las estatuas de latón-, pero sé que mi abuelo no dijo nada, nomás frunció el ceño y yo me escondí debajo de la mesa.
Cuando me preguntaron '¿Qué te pasa, niño?, ¿qué haces allí debajo?', volví a mi lugar y seguí comiendo. Ni mi abuelo dijo 'este niño es un puerco', ni yo dije 'mi abuelo me atormenta'. Esto lo pongo nomás para que se vea cómo nos las cargábamos, cuáles eran las relaciones entre los niños y los mayores circa 1932.
Yo usaba abriguito de martinlarga para ir al cine, me peinaban con goma de tragacanto, cuando estorbaba en la mesa mi madre me decía:
-Pide permiso, para que te puedas ir”.
Jorge Ibargüengoitia
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