"Quiero saber cómo estás, odio mío, mi cara y mi cruz, sombra y luz, mi paloma y mi cuervo. Por aquí nada nuevo: el lago opaco, la tapia de lluvia, la ventana ciega por la que brilla el ágata del recuerdo de tus ojos violeta.
Repta el domingo por la tarde, bebo... Déjame decirte que estoy triste como un perro viejo y que mi soledad es una casa enorme, vacía e inútil, como ésta. Mi gata amarilla maúlla... Ojalá fuera a tu sombra, a tu silueta de diosa antigua... También la gata te añora y araña el molde de tu ausencia. Parece que le has dejado tus ojos puestos para que no pueda olvidarte. Si pudieras contestarme que aún no es demasiado tarde para el marinero borracho que desea volver a su muelle... Aprieto el corazón contra la ventana y mi pulso y el reloj de la lluvia repiten tu nombre y el mío. Eres como la lluvia y la memoria, clara y oscura, el arma y la herida, falsa y hermosa, ardiente y fría...
Me da por pensar que te has quedado, que el tiempo no ha pasado y que esta no es la carta de un borracho, sino un poema desbaratado... Siempre vuelve a mí ese tiempo que habitamos como huéspedes del éxito, con nuestra cama a la deriva por los remolinos del Tíber, con las caricias de los celos y los mordiscos del deseo, las seducciones del engaño y el beso de la culpa... No hay vida sin ti, eres el hueso y la vena, turbia y clara, el muro y la hiedra, la hierba que besará mi lápida: la vida y la nada. Ya no volverá el instante de tiniebla donde galopabas sobre la ola de mi orgasmo. Conmigo en ti te sueño.
Ya termino como te digo, por aquí no hay nada nuevo, el lago opaco, los ladridos del viento, es domingo por la tarde... No, ya es de noche, y bebo... Sigue lloviendo sobre esta casa nueva, ruinosa, que parece que no tiene techo, sólo el suelo de tu ausencia. Llueve sobre mí, y sobre estas palabras borrosas, que te nombran mil veces. En el fondo nunca nos hemos separado. Y supongo que nunca lo haremos...”
Richard Burton
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