« El café no es una bebida. Bueno, sí.
Es un líquido y entra por la boca.
Pero no es una bebida.
En este país nadie toma café o mate porque tenga sed.
Es más bien una costumbre, como rascarse.
El café es exactamente lo contrario que la televisión:
te hace conversar si estás con alguien,
y te hace pensar cuando estás solo.
Cuando llega alguien a tu casa la primera frase es "hola"
y la segunda: "¿un café?".
Esto pasa en todas las casas.
En la de los ricos y en la de los pobres.
Pasa entre mujeres charlatanas y chismosas,
y pasa entre hombres serios o inmaduros.
Pasa entre los viejos de un geriátrico
y entre los universitarios mientras estudian.
Es lo único que comparten los padres y los hijos
sin discutir ni echarse en cara.
Periodistas y radicales ceban mate o beben café sin preguntar.
En verano y en invierno.
Es lo único en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos:
los buenos y los malos.
Cuando tienes un hijo,
le empiezas a dar mate o café cuando te pide.
Se lo das tibiecito, con mucha azúcar, y se sienten grandes.
Sientes un orgullo enorme cuando un pedacito de tu sangre
empieza a beber mate o café.
Se te sale el corazón del cuerpo.
Después ellos, con los años, elegirán si tomarlo amargo, dulce,
muy caliente, dos tres, con cáscara de naranja,
con miel , con un chorrito de limón.
Cuando conoces a alguien por primera vez, te tomas un café.
La gente pregunta, cuando no hay confianza:
"¿Dulce o amargo?".
El otro responde: "Como lo tomes tú".
Los estados de México tienen las letras llenas de café
El té y el café es lo único que hay siempre,
en todas las casas. Siempre.
Con inflación, con hambre, con militares, con democracia,
con cualquiera de nuestras pestes y maldiciones eternas.
Y si un día no hay yerba para hacer té, un vecino tiene y te da.
El té y el café nunca se le niega a la gente.
Éste es el único país del mundo en donde la decisión de
dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre
ocurre un día en particular.
Nada de pantalones largos, circuncisión,
universidad o vivir lejos de los padres.
Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad
de tomar por primera vez un café, solos.
No es casualidad.
No es porque sí.
El día que una chica pone sus pensamientos al fuego
y toma su primer café o té sin que haya alguien en casa,
en ese minuto, es que ha descubierto que es adulta.
El sencillo café no es algo más y algo menos
que una demostración de valores...
Es la solidaridad de bancar renovar esos cafés
porque la charla es buena.
Es querible la compañia.
Es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar.
Tú hablas mientras el otro bebe
y hay sinceridad para decir:
¡Espérame, voy a preparar otro café!
Es el compañerismo hecho momento.
Es la sensibilidad al agua hirviendo.
Es el cariño para preguntar, estúpidamente:
"¿está caliente, verdad?".
Es la modestia de quien prepara el mejor café.
Es la generosidad de dar hasta el final.
Es la hospitalidad de la invitación.
Es la justicia de uno por uno.
Es la gustosa obligación de decir "gracias", al menos una vez al día.
Es la actitud ética, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones que compartir »
Es un líquido y entra por la boca.
Pero no es una bebida.
En este país nadie toma café o mate porque tenga sed.
Es más bien una costumbre, como rascarse.
El café es exactamente lo contrario que la televisión:
te hace conversar si estás con alguien,
y te hace pensar cuando estás solo.
Cuando llega alguien a tu casa la primera frase es "hola"
y la segunda: "¿un café?".
Esto pasa en todas las casas.
En la de los ricos y en la de los pobres.
Pasa entre mujeres charlatanas y chismosas,
y pasa entre hombres serios o inmaduros.
Pasa entre los viejos de un geriátrico
y entre los universitarios mientras estudian.
Es lo único que comparten los padres y los hijos
sin discutir ni echarse en cara.
Periodistas y radicales ceban mate o beben café sin preguntar.
En verano y en invierno.
Es lo único en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos:
los buenos y los malos.
Cuando tienes un hijo,
le empiezas a dar mate o café cuando te pide.
Se lo das tibiecito, con mucha azúcar, y se sienten grandes.
Sientes un orgullo enorme cuando un pedacito de tu sangre
empieza a beber mate o café.
Se te sale el corazón del cuerpo.
Después ellos, con los años, elegirán si tomarlo amargo, dulce,
muy caliente, dos tres, con cáscara de naranja,
con miel , con un chorrito de limón.
Cuando conoces a alguien por primera vez, te tomas un café.
La gente pregunta, cuando no hay confianza:
"¿Dulce o amargo?".
El otro responde: "Como lo tomes tú".
Los estados de México tienen las letras llenas de café
El té y el café es lo único que hay siempre,
en todas las casas. Siempre.
Con inflación, con hambre, con militares, con democracia,
con cualquiera de nuestras pestes y maldiciones eternas.
Y si un día no hay yerba para hacer té, un vecino tiene y te da.
El té y el café nunca se le niega a la gente.
Éste es el único país del mundo en donde la decisión de
dejar de ser un chico y empezar a ser un hombre
ocurre un día en particular.
Nada de pantalones largos, circuncisión,
universidad o vivir lejos de los padres.
Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad
de tomar por primera vez un café, solos.
No es casualidad.
No es porque sí.
El día que una chica pone sus pensamientos al fuego
y toma su primer café o té sin que haya alguien en casa,
en ese minuto, es que ha descubierto que es adulta.
El sencillo café no es algo más y algo menos
que una demostración de valores...
Es la solidaridad de bancar renovar esos cafés
porque la charla es buena.
Es querible la compañia.
Es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar.
Tú hablas mientras el otro bebe
y hay sinceridad para decir:
¡Espérame, voy a preparar otro café!
Es el compañerismo hecho momento.
Es la sensibilidad al agua hirviendo.
Es el cariño para preguntar, estúpidamente:
"¿está caliente, verdad?".
Es la modestia de quien prepara el mejor café.
Es la generosidad de dar hasta el final.
Es la hospitalidad de la invitación.
Es la justicia de uno por uno.
Es la gustosa obligación de decir "gracias", al menos una vez al día.
Es la actitud ética, franca y leal de encontrarse sin mayores pretensiones que compartir »
Lalo Mir