« Este mediodía he visto a varios mendigos peleándose en la puerta del supermercado. Se disputaban el puesto de trabajo que dejó vacante el hombre que la semana pasada desapareció de repente, después de varios meses de permanecer arrodillado junto a la entrada. Me ha sorprendido la competencia que existe entre ellos por apoderarse de los lugares más privilegiados del barrio. La puerta de supermercado y de la iglesia son los puestos que tienen mayor demanda. Yo creía que el gremio de los mendigos era solidario, pero he descubierto que ocurre lo mismo que en el resto de los trabajos.
A menudo me quedo quieto a la salida del supermercado con las bolsas de la compra en la acera, como si esperara a alguien. Nadie sospecha de mí. A ninguno de los mendigos se le pasa por la cabeza que estoy aprendiendo el oficio. Me he fijado que la cortesía es fundamental para pedir limosna. No es necesario atosigar a los clientes ni remangarse el pantalón para mostrar las heridas; simplemente hay que mirarlos y esbozar una sonrisa de agradecimiento, aunque pasen al lado sin mirarnos.
No pertenezco a esa clase de personas que constantemente andan quejándose de la crisis. No he cambiado ninguno de mis hábitos, aunque mis jefes hayan reducido sus gastos conmigo. No soy fatalista. Pero, por si acaso, los días laborales me demoro a la salida del supermercado observando el comportamiento de los mendigos y los días festivos me detengo en la puerta de la iglesia para comprobar la caridad de los feligreses. Luego, a solas en casa, hago cuentas. Me pongo a calcular las horas que tendría que pasar a la intemperie para alcanzar el sueldo que gano trabajando. Si supiera hacer malabarismos con bolos o pelotas podría colocarme en un semáforo y sacar bastante más dinero en menos tiempo, pero nunca he sido habilidoso con estas cosas. En el caso de que me quedara sin trabajo, mi futuro estaría en la puerta del supermercado. He eliminado la iglesia porque me parece hipócrita y oportunista acordarme de ella sólo cuando la necesito; aunque bien pensado eso es lo que hacen la mayoría de los creyentes con Dios.Me satisface el oficio de mendigo. Desde siempre me ha gustado estar quieto y en silencio. Además, creo que mi mirada infunde confianza. Estoy seguro de que podría sacar un buen sueldo en el supermercado del barrio, aunque me da cierto apuro pedir limosna a mis propios vecinos. Pero la comodidad de tener el trabajo al lado de casa es una ventaja a tener en cuenta. Me tranquiliza pensar que, si el futuro se tuerce, siempre me queda la opción de pedir limosna; aunque no sería tan fácil, porque soy un hombre pacífico incapaz de pelear por un miserable puesto de trabajo ».
Literatura
Garriga Vela