« [La utilidad de la historia] consiste, sobre todo, en la comparación que un hombre de Estado o un ciudadano puede hacer entre las leyes y costumbres extranjeras y las de su país. Ello estimula la emulación de las naciones modernas, en las artes, la agricultura y el comercio.
Los grandes errores pasados sirven mucho en todo género de actividades. Nunca se expondrá demasiado los crímenes y las desdichas. Se puede, dígase lo que se quiera, evitar que se repitan. La historia del tirano Christiern puede impedir que una nación confíe el poder absoluto a un tirano; y el desastre de Carlos XII ante Pultava advierte a un general que no debe penetrar profundamente en Ucrania si carece de víveres.
Una ventaja que la historia moderna tiene, con respecto a la antigua, es la de enseñar a todos los poderosos que desde el siglo XV siempre se ha producido la unión contra una potencia demasiado preponderante. Este sistema de equilibrio no fue nunca conocido por los antiguos y tal fue la razón de los éxitos del pueblo romano que, al haber formado una milicia superior a la de los otros pueblos, los subyugó sucesivamente desde el Tíber hasta el Eufrates. Es necesario hacer a menudo presente las usurpaciones de los Papas, las escandalosas discordias de sus cismas, la demencia de sus disputas por controversias, las persecuciones, las guerras engendradas por esta demencia y los horrores que ellas han producido. Si no se divulgara este conocimiento entre los jóvenes, si sólo hubiera unos pocos sabios al tanto de esos hechos, el público sería tan imbécil como lo era en tiempos de Gregorio VII ».