« Con las manos hundidas en los bolsillos, se quedó mirando al suelo. Parecía estar pensando en algo muy serio, pero no era así. Al menos, no tenía ninguna idea concreta en la mente. Dos nociones le daban vueltas por el cerebro, produciendo ese zumbido primario que da inicio al pensamiento, el mismo que se experimenta cuando el cerebro exhausto ha consumido hasta el último ápice de energía. (...) Por este motivo, se había dejado llevar por esa extraña exaltación, nacida del odio por la ley tan característico de los barrios obreros: el gran consuelo que les queda a los trabajadores es poder odiar profundamente el tiránico brazo de la ley, que se toma la licencia de intervenir en peleas callejeras, conflictos laborales y sublevaciones nacionalistas. (...) Quiero acabar con el concepto de propiedad. Ésa es mi misión. No quiero dejar mis propiedades a mis hijos. No quiero tener hijos. No significan algo para mí. La perpetuidad de mi vida está en mi trabajo, en los pensamientos humanos, en el cumplimiento de mi deber. (...) Era esa alegría primitiva que siempre aflora en el alma irlandesa ante el peligro, ese gran espíritu de lucha propio de nuestra raza, nacido entre las nieblas, los montes, los bulliciosos arroyos y el eterno clamor del mar »
Liam O'Flaherty