« Amigos-continúa cuando sólo quedaban varios aplausos vivos- amigos. Estas pasadas han sido las primeras Elecciones en las que he podido votar. Siempre había visto el Derecho al Voto como algo sagrado, puesto que de nuestra Madre Democracia mana. Todos somos hijos de la Diosa Democracia, -continua al borde del llanto- quien, en su infinita sabiduría tuvo a bien dejarnos un día cada cuatro años para poder expresarnos.
Todos contemplamos al joven que, en medio del abarrotado salón, cada vez se hace más y más grande.
- Puedo decir bien alto, amigos míos, que lo hice. Fui a votar... -confiesa agachando la mirada hacia el plato. En su rostro se refleja la amargura. -Y voté- dice convencido. -Pero en vez de sentirme bien o mal, nada sentí. ¿Existe peor sentimiento que la ausencia de este? -Se pregunta en voz alta.
Todos callamos. El ligero murmullo se extingue. El tono triste nos ha invadido por completo.
- ¿Y saben por qué no sentí algo? -Esta nueva pregunta es lanzada bañada de ira. ¡Porque el Derecho al Voto vale para...nada!
Un revuelo desaprobatorio corre por la totalidad del salón. Nuestro joven amigo sabe que esas palabras son muy duras y las miradas inquisitivas de todos se lo recuerdan. Al decir esto iba en contra del más básico postulado del sistema, contra el pilar mismo de la Religión. Y peor aún, contra nuestra Diosa Democracia.
El chico, consciente de esto comienza una nueva argumentación no sin antes dejar tiempo para una pequeña pausa recuperando el tono.
- Y no vale para algo porque nada hemos cambiado.
El revuelo se calma y volvemos al modo de escucha.
- Las urnas han dicho una cosa y los políticos han hecho otra. ¿De qué vale entonces? ¿No debería la Diosa Democracia tomar cartas en el asunto? Creo en la Democracia. ¡Por supuesto! Pero también creo que se ha olvidado de sus hijos. De nosotros. ¿Y qué hace un hijo sin madre? La llora.
Esta nueva serie de preguntas y respuestas cargadas de sentimiento entrecorta la respiración a más de dos.
- Estoy haciendo aquí uso, -continua con el mismo tono- de dos cosas que mi Diosa Madre me enseñó: hablar y de la libertad de poder hacerlo. Ahora vosotros pueden y deben hacer lo mismo.
Un silencio enfría por completo la sala, todos nos miramos compungidos. Sus palabras no están exentas de razón. Una voz rompe el hielo:
- Entonces, si el Derecho a Voto de nada vale… ¿qué pintamos nosotros en todo esto?
Nuestro amigo había retomado la postura para terminar su plato. Pero no duda en interrumpir el gesto para responder directamente al otro lado de la sala, de donde procedía la pregunta:
- Pues no lo sé, amigo, se encoge de hombros. Lo único que sé es que a las 16.00 tengo que volver al curro, donde sí veo que valgo para algo.
Y todos volvemos a nuestro plato con una extraña sensación. Entre alegres y disgustados. Todos no, yo aun ni había pedido ».
Eric Bauss