« Maestro, esta es una carta que nunca llegará al buzón de la casa que nunca tuviste y es que, en realidad, no sé a cuál de los buzones de correo que están por todas las calles de todas las ciudades y es que, eres tan grande que vives en todo el mundo.
No sé si llorarte, porque, si de algo estoy seguro es que tú enseñaste a respetar la vida y llorar por la muerte es faltarle el respeto a esa vida que compartiste. No sé si llorarte y es que, la verdad, no sé con certeza quién eres o de dónde vienes, es decir, no te conozco o tal vez, te conozco demasiado que te confundo conmigo.
No sé si llorarte porque ya no escucharé tu voz o al menos noticias de lo que haces con esa energía que tantas veces llegó a mí para darme las ganas de seguir caminando. No sé si llorarte porque extrañaré la música, que son las alas con las que seguramente llegaste a Dios tantas veces, que hoy debes sentirte como en casa en el paraíso que en tus canciones describías con tantos colores.
No sé si llorarte por la forma en que te fuiste irrespetuoso y simple, como eres, que ni siquiera te despediste de nosotros. No sé si llorarte porque ahora estoy tan ocupado viviendo de la forma en que me enseñaste; amando a todas las personas y respetándolas por ese mismo amor, tomando los mejores vinos y comiendo las mejores manzanas con el mejor cigarro que pude encontrar, y paseando por el mundo en el carro que nunca tuviste y que tampoco tengo yo, pero me enseñaste a solucionar ese problema, y es que viajo en carros de mis amigos, además estoy tan ocupado cantándole a Dios y a la vida, aunque en esto último redundo, porque si algo enseñaste, es que Dios es la vida misma. La verdad, amigo Facundo, es que creo que no te lloro porque me enseñaste a estar tan ocupado viviendo, que ya no tengo tiempo para llorarte ».
No sé si llorarte, porque, si de algo estoy seguro es que tú enseñaste a respetar la vida y llorar por la muerte es faltarle el respeto a esa vida que compartiste. No sé si llorarte y es que, la verdad, no sé con certeza quién eres o de dónde vienes, es decir, no te conozco o tal vez, te conozco demasiado que te confundo conmigo.
No sé si llorarte porque ya no escucharé tu voz o al menos noticias de lo que haces con esa energía que tantas veces llegó a mí para darme las ganas de seguir caminando. No sé si llorarte porque extrañaré la música, que son las alas con las que seguramente llegaste a Dios tantas veces, que hoy debes sentirte como en casa en el paraíso que en tus canciones describías con tantos colores.
No sé si llorarte por la forma en que te fuiste irrespetuoso y simple, como eres, que ni siquiera te despediste de nosotros. No sé si llorarte porque ahora estoy tan ocupado viviendo de la forma en que me enseñaste; amando a todas las personas y respetándolas por ese mismo amor, tomando los mejores vinos y comiendo las mejores manzanas con el mejor cigarro que pude encontrar, y paseando por el mundo en el carro que nunca tuviste y que tampoco tengo yo, pero me enseñaste a solucionar ese problema, y es que viajo en carros de mis amigos, además estoy tan ocupado cantándole a Dios y a la vida, aunque en esto último redundo, porque si algo enseñaste, es que Dios es la vida misma. La verdad, amigo Facundo, es que creo que no te lloro porque me enseñaste a estar tan ocupado viviendo, que ya no tengo tiempo para llorarte ».
W. Palomino