viernes, agosto 3

Eduardo II

« Dulce príncipe, voy; que tus amorosos renglones habrían podido hacerme venir a nado de Francia y, como Leandro, expirar en la arena con tal de verte sonreír y tomarme en tus brazos. Para mis ojos de exiliado la vista de Londres es como el elíseo a un alma a él recién llegada. No porque ame a esta ciudad ni a sus hombres, sino porque alberga al que me es tan caro, esto es, al rey, sobre cuyo pecho moriría contento aunque tuviese por enemigo al resto del mundo. ¿Necesitan las gentes del Ártico amar las estrellas cuando el sol brilla sobre ellos día y noche? Adiós  vil humillarse ante los orgullosos pares; que mi rodilla sólo se doblara ante el rey. En cuanto a la multitud, ¿qué son sino chispas arrancadas de los maderos quemantes de su pobreza? Antes trataría de halagar al viento que roza mis labios y huye ».



Christopher Marlowe