"Sólo los idiotas creen en la realidad del mundo, lo real es inmundo y hay que soportarlo”, aseguró Jacques Lacan.
Nuestra realidad es psíquica, se trata de un enlace entre lo real, lo imaginario y lo simbólico que nos determina. Esto hace que cada mirada, cada opinión que proferimos sea tan subjetivo y original como lo somos nosotros.
Por eso es difícil ponerse de acuerdo. Puede resultar un esfuerzo enorme respetar la perspectiva del otro. Realmente el que cree que tiene la verdad al opinar es un idiota. Claro, también es lo que suele creer alguien del otro que no piensa igual que uno.
Si configuramos las cosas como lo hacemos, es porque lo real suelto, sin el soporte en los otros registros, es inmundo, no es algo de nuestro mundo simbólico, y adquiere un carácter insoportable. Encima lo imaginario muchas veces no ayuda.
Es notable cómo el análisis permite desinflar lo imaginario, cómo el yo deja de rechazar lo insoportable como acostumbraba a hacerlo, lo que llevaba a tornarlo en algo aún más difícil de tolerar al trocarlo en síntomas. El análisis permite que las determinaciones inconscientes, cargadas de goce, se desprendan.
Nuestra realidad es algo que llevamos escrito. Y suele ser bastante estúpida.
Poner a trabajar el inconsciente implica que se descifre para que algo se reescriba. El analista como soporte es una suerte de cuaderno en blanco donde podemos realizar nuestro trabajo. A medida que se escribe cambia la realidad con los movimientos que se van produciendo en los diferentes registros que nos permiten dar cuenta de la misma. La ventana nos va mostrando otros horizontes a medida que atravesamos nuestro fantasma fundamental.
No se trata de cambiar lo real. Sino de poder soportarlo, de poder arreglársela con eso. Saber-hacer es el sintagma que da cuenta de un arreglo diferente.
También esto se pone a prueba en los tiempos que corren."
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