"Un pueblo que continúa creyendo en sí mismo continúa teniendo también su Dios propio. En él venera las condiciones mediante las cuales se encumbra, sus virtudes, — proyecta el placer que su propia realidad le causa, su sentimiento de poder, en eun ser al que poder dar gracias por eso. Quien es rico quiere ceder cosas; un pueblo orgulloso necesita un Dios para hacer sacrificios... Dentro de tales presupuestos la religión es una forma de gratitud. Uno está agradecido a sí mismo: para ello necesita un Dios. —Tal Dios tiene que poder ser útil y dañoso, tiene que poder ser amigo y enemigo, —se lo admira tanto en lo bueno como en lo malo. La antinatural castración de un Dios para hacer de él un Dios meramente del bien estaría aquí fuera de todo lo deseable.
[... ] De hecho, no hay ninguna otra alternativa para los dioses: o son la voluntad de poder — y mientras tanto serán dioses de un pueblo — o son, por el contrario, la impotencia de poder — y entonces se vuelven necesariamente buenos".
Friedrich Nietzsche
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