"Lo habitual será que todos quieran que su afirmación sea la que prevalezca sobre las otras, aunque momentáneamente llegue incluso a parecerles falsa o dudosa. Los medios que uno tiene para conseguirlos son aquellos que su propia astucia y malignidad le proporcionan; se adiestran en la experiencia humana de la discusión.
Respecto a un asunto, puede tenerse, ciertamente, razón objetiva y sin embargo, a los ojos de los presentes o bien a los de uno mismo, parecer falto de ella. (…) En efecto, la verdad objetiva de una tesis y su validez en la aprobación de los contrincantes y los oyentes son dos cosas bien distintas.
¿Cuál es el origen de esto? La maldad del género humano. Si no fuese así, fuésemos puros por naturaleza, simplemente, intentaríamos que la verdad saliera a la luz en todo debate, sin preocuparnos en absoluto de si ésta se amolda a la opinión que previamente mantuvimos, o a la de otro; eso sería indiferente o en cualquier caso, algo muy secundario.
Pero ahora es lo fundamental. La vanidad innata, que tan susceptible se hace ver en lo que respecta a nuestra capacidad intelectual, no se resigna a aceptar que aquello que formulamos primero resulte falso, y verdadero lo planteado por el adversario. Tras esto, cada cual no tendría otra cosa que hacer más que esforzarse por juzgar rectamente, para lo que primero tendría que pensar y luego hablar.
Pero en la mayor parte de los seres humanos, junto a la vanidad natural también se hermanan la charlatanería y la innata improbidad. Hablan antes de haber pensado y aun cuando en su fuero interno se dan cuenta de que su afirmación es falsa y que no tienen razón, debe parecer, sin embargo, como si fuese lo contrario.
El interés por la verdad, que por lo general muy bien pudo ser el único motivo al formular la supuesta tesis verdadera, se inclina ahora del todo al interés de la vanidad: lo verdadero debe parecer falso y lo falso verdadero.
Sin embargo, esa improbidad, el empeño en mantener con pertinencia una tesis, incluso cuando nos parece falsa, aún tiene una excusa. Con frecuencia, al comienzo de una discusión estamos firmemente convencidos de la verdad de nuestra tesis, pero ahora el contraargumento del adversario parece refutarla; dando ya el asunto por perdido, solemos encontrarnos más tarde con que, a pesar de todo, teníamos razón; nuestra prueba era falsa, pero podía haber habido una adecuada para defender nuestra afirmación: el argumento salvador no se nos ocurrió a tiempo. De ahí que surja en nosotros la máxima de luchar contra el razonamiento del adversario incluso cuando parece ser correcto y definitivo, pues, efectivamente, creemos que su propia corrección es ilusoria y que durante el desarrollo de la discusión se nos ocurrirá otro argumento con el que podremos oponernos a aquél, o incluso alguna otra manera de afirmar nuestra verdad. (…) Esto ocasiona que, por regla general, quien discute no luche por amor de la verdad, sino por su tesis (…)
ESTRATAGEMA 1.
La amplificación. Se lleva la afirmación realizada por el adversario más allá de sus límites naturales, se la interpreta del modo más general posible, tomándola en su sentido más amplio, y también exagerándola. Luego, nuestra propia afirmación, en cambio, se la reduce a su sentido más mínimo, se la especifica, se la conduce a sus más estrechos límites, ya que cuanto más amplia o general sea una afirmación, a más ataques estará expuesta. (…)
Ejemplo 1. Hice la siguiente afirmación: “Los ingleses son la primera nación en lo que respecta al arte dramático”. El adversario intentó una instantia: “Que de todos era conocido que tanto en lo que a música se refiere, y por consiguiente, tampoco en la ópera, hubieran hecho algo de importancia”. Le repliqué recordándole que “la música no está incluida dentro de las artes dramáticas; éstas únicamente se refieren a la tragedia y a la comedia”; cuestión que él conocía muy bien, sólo que intentó generalizar mi afirmación para poder incluir en ella todas las representaciones teatrales, y por consiguiente, también la ópera y la música, con lo que me derrotaría con total seguridad.
ESTRATAGEMA 8.
Irritar al adversario y hacerle encolerizar, pues obcecado por ella, no estará en condiciones apropiadas de juzgar rectamente ni de aprovechar las propias ventajas. Se le encoleriza tratándole injustamente sin miramiento alguno, incomodándole, y en general, comportándose con insolencia.
ESTRATAGEMA 9.
Con preguntas se desea arribar a una conclusión determinada. No establecer las preguntas en el orden requerido por la conclusión, sino desordenadamente; el adversario no sabrá hacia dónde queremos ir, y tampoco estará preparado para prevenir la conclusión; además, dependiendo de cómo vayan resaltando sus respuestas, éstas podrán utilizarse para extraer diversas conclusiones, incluso contradictorias. (…)
ESTRATAGEMA 14.
Cuando el adversario ha respondido varias preguntas sin favorecer la conclusión que teníamos pensada, se la enuncia y se la exclama (a la conclusión) triunfalmente, como si ya estuviese demostrada, aun sabiendo que no se sigue de las respuestas dadas por el adversario. Si éste es tímido o tonto, y nosotros poseemos suficiente descaro y una voz importante, la jugada puede ser exitosa. (…)
ESTRATAGEMA 16.
(…) En el transcurso de la discusión nuestro adversario tuvo que haber realizado algunas afirmaciones. Tomamos una de tales afirmaciones y buscamos si se halla en contradicción con alguna de sus afirmaciones precedentes; o con los principios de alguna escuela o secta que él haya alabado o aprobado; también con hechos relativos a quienes pertenecen a dicha secta, o con los miembros falsos o supuestos, o con su propia conducta. Supongamos que él defiende el suicidio, entonces le podríamos espetar: “Bueno, pero ¿por qué no se ahorca usted?”. (…)
ESTRATAGEMA 18.
Si notamos que en el transcurso de su argumentación seremos derrotados por nuestro adversario, debemos impedir que siga adelante con ella; no debemos permitir que la concluya, interrumpiendo o desviando la trayectoria de la discusión, encaminándola hacia otras cuestiones. Rápidamente le salimos al paso con una mutatio controversiae [cambio del tema de discusión].
ESTRATAGEMA 19.
Si el adversario nos pide que aleguemos algo en contra de algún punto concreto de su afirmación, pero no contamos en ese momento con nada adecuado, tomamos el asunto de manera general y argumentamos así en su contra. Si debemos responder a la pregunta de por qué no es de fiar una determinada hipótesis física, hablamos de lo engañoso del ser humano y lo adornamos con todo tipo de ejemplos.
ESTRATAGEMA 23.
La contradicción y la discordia motivan la exageración de la tesis. Contradiciendo al adversario podemos inducirlo a que lleve fuera de sus límites una afirmación que dentro de ellos hubiera podido ser verdadera. En cuanto hayamos refutado la exageración parecerá que refutamos también su primera tesis. En cambio, debemos guardarnos de que no se nos lleve a una mayor extensión de nuestra tesis empleando en contra nuestro mismo procedimiento. A menudo, el adversario intentará extender nuestra afirmación más allá de los términos en que la habíamos expresado; en este caso debemos pararlo súbitamente y reconducirlo a los límites de lo que manifestamos con un “tanto he dicho y no más”.
ESTRATAGEMA 26.
El retorsio argumenti [darle la vuelta al argumento] es un golpe verdaderamente brillante. Es decir, cuando el adversario pretende utilizar un argumento para su propia defensa, a la vez también puede utilizarse dicho argumento en su contra. Por ejemplo, si dice: “¡Déjelo en paz!, no es más que un niño; no lo tenga en cuenta”; retorsio: "Precisamente porque es un niño se le debe tener en cuenta, y corregirle”.
ESTRATAGEMA 27.
Si el adversario nos sorprende mostrándose irritado ante un argumento, debemos utilizar dicho argumento con insistencia, no sólo porque constituye lo más indicado para irritarlo, sino porque es de suponer que se ha tocado la parte más débil de su razonamiento y porque si se sigue por ahí, habrá de obtenerse mucho más de lo que se muestra a simple vista.
ESTRATAGEMA 28.
Esta estratagema es la indicada para cuando discuten personas doctas ante un público que no o es.
(…) se arguye con una observación inválida cuya invalidez sólo reconoce el experto. Si bien el adversario lo es, no así el auditorio: a sus ojos, nuestro adversario pasará por ser el derrotado y aún más rotundamente, si la observación que se hizo pone en ridículo de algún modo su afirmación. La gente está en seguida dispuesta a la risa; y si se obtiene el apoyo de los que ríen. (…)
(…) se arguye con una observación inválida cuya invalidez sólo reconoce el experto. Si bien el adversario lo es, no así el auditorio: a sus ojos, nuestro adversario pasará por ser el derrotado y aún más rotundamente, si la observación que se hizo pone en ridículo de algún modo su afirmación. La gente está en seguida dispuesta a la risa; y si se obtiene el apoyo de los que ríen. (…)
ESTRATAGEMA 30.
(…) En lugar de razones se usan autoridades a la medida de los conocimientos de nuestro adversario.
(…) tendremos un juego fácil si hay de nuestra parte una autoridad que el adversario respeta. Podrán utilizarse muchas más autoridades cuanto más restringidos sean sus conocimientos y capacidades. Si éstas fueran de primer orden, entonces habría muy pocas o ninguna. Como mucho, aceptará aquéllas a las que se atenga alguien versado en una ciencia, arte u oficio de los que él apenas posea conocimiento alguno, aunque con pesar. La gente en común, en cambio, siente gran respeto por los especialistas de cualquier clase. No saben que quien hace profesión de una cosa ama más el beneficio que de ella obtiene que dicha profesión; además, el que enseña una materia raramente la conoce en profundidad, pues, precisamente, a aquél que la estudia profusamente le sobra poco tiempo para dedicarse a enseñar. (…)
Las personas no cultivadas sienten un particular respeto por las florituras griegas y latinas. En casos de apuro no sólo puede tergiversarse la autoridad, sino también falsificarse o incluso esgrimir alguna de invención propia, pues la mayoría de las veces el adversario no tiene el libro a mano o no sabe cómo consultarlo. (…) no existe opinión alguna, por absurda que sea, que los hombres no acepten como propia, si legada la hora de convencerles se arguye que tal opinión es aceptada universalmente.
(…) Son como ovejas que siguen al carnero donde quiera que vaya: les es más fácil morir que pensar. Es curioso que la universalidad de una opinión tenga en ellos tanto peso, puesto que pueden observar en sí mismos con qué facilidad se aceptan opinones sin juicio previo por la sola fuerza del ejemplo. Pero no se dan cuenta, pues les falta cualquier tipo de reflexión.
Aquello que se conoce como opinión universal es, si acaso lo examinamos con sumo detalle, la opinión de dos o tres personas; nos convenceríamos de esto si pudiésemos observar su génesis. Nos encontraríamos entonces con que fueron dos o tres personas quienes primero la supusieron o enunciaron y afirmaron, y que, benévolamente, creyeron que la habían examinado a fondo; el prejuicio de suponerles lo suficientemente capacitados para realizar tal examen, indujo, en principio, a otros tantos a aceptar también esta opinión; a éstos los creyeron otra vez muchos más: aquéllos a los que su indolencia les sugirió que era mejor creerlo enseguida que andar haciendo trabajosas comprobaciones. De este modo creció de día en día el número de tales acólitos indolentes y crédulos, pues, al fin y al cabo, la opinión venía respaldada por un buen número de voces que la apoyaban; entretanto, aquéllos que la veneraban atribuyeron únicamente al carácter determinante de sus fundamentos el que hubiese conquistado tal consenso.
Los restantes se vieron obligados a admitir lo que ya era aceptado en general para no pasar por cabezas inquietas que se rebelaban contra la opinión de la mayoría, o por tipos presuntuosos que pretendían ser más listos que el resto del mundo. A estas alturas el consenso se convirtió ya en deber. De aquí en adelante, los pocos que están capacitados para juzgar se ven obligados a callarse, mientras que aquellos a quienes se permite hablar son precisamente los menos capaces para tener opiniones y juicios propios, y los que, simplemente, se hacen eco de la opinión de otros; por otra parte, éstos son sus más celosos e intolerantes defensores. (…) todos quieren tener opiniones; y siendo así, ¿no será más fácil, en vez de crearlas ellos mismos, tomarlas ya listas de los otros? Ante estos hechos, ¿qué valor de verdad puede tener ahora la opinión de cien millones de personas?
El mismo que el de un dato histórico que se encuentra en cientos de historiadores y del que después se sabe que lo han copiado unos de otros, por lo que se concluye que al cabo todos se fiaron del testimonio de uno solo. (…)
No obstante, cuando se discute con gente común puede usarse la opinión universal como autoridad.
ESTRATAGEMA 31.
Cuando no tengamos argumento alguno que oponer a las razones expuestas por el adversario, nos declaramos fina e irónicamente incompetentes: “Lo que usted dice supera mi pobre capacidad de comprensión; probablemente será muy justo, mas yo no acierto a comprenderlo, por lo tanto renuncio a cualquier juicio”.
ESTRATAGEMA 32.
Una manera rápida de invalidar, o de hacer sospechosa una afirmación que nos es adversa es subsumirla bajo una categoría despreciable con la que pueda tener alguna semejanza. Por ejemplo: “es maniqueísmo esto es arrianismo, esto es pelagianismo, esto es idealismo, esto es espiritismo, esto es misticismo; etc.”. Con lo que suponemos dos cosas: 1) que esta categoría no es nueva para nosotros y 2) que tal categoría ya está absolutamente refutada, y no puede contener verdad alguna.
ESTRATAGEMA 33.
“Esto podrá ser verdad en teoría, pero es falso en la práctica”. (…)
ESTRATAGEMA 34.
Si el adversario no responde con precisión a una pregunta o argumento formulado, o bien no toma posición concreta al respecto, y se evade respondiendo con otra pregunta o con algo que carece de relación alguna con el asunto en discusión, es evidente que hemos tocado uno de sus puntos débiles. Entonces, urge mantenerse firmemente aquí, sin soltarlo, más aún cuando no alcancemos a vislumbrar en qué consiste la flaqueza con la que dimos.
ESTRATAGEMA 35.
(…) Cuando se puede hacer saber abiertamente al adversario que si se dejase valer su opinión la consecuencia que se seguiría de ello sería muy perjudicial para sus propios intereses, la soltará enseguida con la misma rapidez con que arrojaría un hierro candente que hubiese agarrado con descuido Por ejemplo: si un clérigo defiende un dogma filosófico y se le hace notar que está en contradicción con un dogma fundamental de su iglesia, enseguida renunciará a mantenerlo.
(…) Lo mismo sucede cuando el auditorio forma parte, como nosotros, de una secta, corporación, sindicato, club, etc., mientras que el adversario no. Por muy justa que sea su tesis, en cuanto anunciemos que va en contra del interés de la mencionada secta, corporación, etc., todos los presentes reprobarán los argumentos del adversario, por óptimos que sean, teniéndolos por débiles y miserables, mientras que los nuestros, en cambio, aunque carezcan de fundamento alguno, se tendrán por justos y acertados; el coro se proclamará a favor nuestro, y el adversario, abandonará el terreno avergonzado.
La mayoría de las veces el auditorio creerá haber dado su consentimiento por pura convicción, pues aquello que va en contra de nuestros intereses casi siempre le parece absurdo al intelecto.
ESTRATAGEMA 36.
Desconcertar y aturdir al adversario con absurda y excesiva locuacidad. Esto tiene que ver con que frecuentemente los hombres creen, al escuchar palabras huecas, que se trata de graves pensamientos.
Si el adversario es consciente de su propia debilidad y lo oculta, si está acostumbrado a escuchar cosas que no entiende haciendo como si as hubiese entendido, entonces puede impresionársele si con aire de seriedad y haciendo que parezcan verdades profundas, se le espetan los mayores absurdos como si fueran prueba palpable de lo que se desea defender. Frente a ellos perderá el oído, la vista y el pensamiento.
ESTRATAGEMA 38.
Cuando se advierte que el adversario es superior y se tienen las de perder, se procede ofensiva, grosera y ultrajantemente; es decir, se pasa del objeto de la discusión (puesto que ahí se ha perdido la partida) a la persona del adversario, a la que se ataca de cualquier manera. (…)
(…) La única contrarregla segura es, por tanto, aquélla que ya Aristóteles indica (…): no discutir con el primero que salga al paso, sino sólo con aquéllos a quienes conocemos y de los cuales sabemos que poseen la inteligencia suficiente como para no comportarse absurdamente, y que se avergonzarían si así lo hiciesen; que discuten con razones y no con demostraciones de fuerza, y que atienden a razones y son consecuentes de ellas; y en definitiva, con quienes sean capaces de valorar la verdad, de escuchar con agrado los buenos argumentos incluso de labios del adversario y que posean la suficiente ecuanimidad como para admitir que no tienen razón cuando la otra parte la tiene. De esto se deduce que de entre cien apenas si hay uno con el que merezca la pena discutir.
“Se valora más la paz que la verdad”
– Voltaire
“Los frutos de la paz penden del árbol del silencio”
– Dicho árabe.
“¡Pégame pero escúchame!”
– Temístocles
A menudo la discusión ya que se trata de una “colisión de cabezas”, es de mucha utilidad para ambas partes, pues sirve para la rectificación de las propias ideas y, además, para proporcionar nuevos puntos de vista.
Si bien, ambos contrincantes deben estar igualados en cuanto a cultura e inteligencia. Si a uno de ellos le falta la primera, no entenderá todo, no estará au niveau [a la misma altura]. Si le falta la segunda, el rencor que sentirá por ello le instigará a actuar deslealmente, con astucia o grosería".
Arthur Schopenhauer
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