"Mi madre conservó hasta su muerte los dibujos que yo hacía cuando era chico para regalarle cada 10 de mayo. No eran dibujos hechos especialmente para el día de las madres, ni sobre un tema alusivo a la fecha —gracias a Dios—, ni especialmente bien hechos.
Yo dibujaba con frecuencia al llegar el 10 de mayo, escogía entre mi producción reciente un dibujo que me pareciera mejor que los demás, le escribía en la esquina inferior derecha ‘a mi mamá’, ponía la fecha, le agregaba un cuarto de chocolates de Lady Baltimore y estaba yo del otro lado.
[…]
Pero estos regalos corresponden a una época en la que yo le había encontrado el modo al 10 de mayo. Los primeros años fueron más dolorosos para mi madre y para mí. Por ejemplo, un año tuve que bailar el jarabe tapatío. Me recuerdo —todavía con un estremecimiento— a mí mismo en un cuarto verde, frente a unos espejos, probándome pantalones de charro ante la mirada escéptica de mi madre. La agencia de ropa alquilada ha de haber estado en las calles de Uruguay o de El Salvador. Mi madre tuvo siempre la idea de que cualquier ropa me quedaba chica y de que había pocas cosas tan ridículas en el mundo como un hombre vestido de charro. Acabé con unos pantalones muy raros, con una especie de botones de cobre a los lados, que producían un leve campanilleo al andar.
El 10 de mayo siguiente fue más satisfactorio, debido a que durante ese año crecí más que los demás niños y acabé representando el papel de lobo en Los Tres Cochinitos. Tengo la impresión de que me dejé arrastrar por la actuación, hice cosas que no estaban en el libreto y los tres cochinitos, por más que se empeñaron, no lograron vencerme. Al terminar la representación, ni mi propia madre me felicitó.
En un 10 de mayo siniestro una maestra emprendedora se empeñó en que sus alumnos mostraran su amor filial haciendo objects d’art con papel cartoncillo y engrudo. La experiencia que adquirí en esos días fue valiosa: sirvió para convencerme de que no había yo nacido para ejercer ninguna de las artes manuales.
Pasó el tiempo. De un niño redondo, como la familia de mi madre, me convertí en un joven alargado, como la de mi padre. Un 10 de mayo llevé a mi madre a comer en el Centro Vasco y después fuimos al cine Alameda. Había un tumulto de ‘cabecitas blancas’.
—Es la última vez que salimos en 10 de mayo —dijo ella".
Jorge Ibargüengoitia
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