domingo, febrero 16

La soledad del habitante

« Constantemente medito en el crepúsculo 
sobre la vida que arrecia, ligera y aparente, 
endeble como el ala de la mariposa, 
sombra que tizna las manos, ruido de la esfera 
que hace cuando se mueve, amada esquiva 
a la que te confías apasionadamente 
lamiéndola en el cansancio de los días. 
Tu estela de ceniza inacabable 
se proyecta en el néctar engañoso de un tarro de miel 
que probaste enfermo en crudo invierno. 
El corto recorrido de la senda 
cual décima de segundo aleteante 
en pos de un tránsito que no conoce 
compite con la vasta inmensidad 
que hace tener el gesto malogrado 
se traza en el estéril y doloroso oficio 
de la conformidad y de la insatisfacción de las cosas domésticas. 
Desvela quién hay dentro de ti, lo que tan poco eres. 
Roedor de soledad en el tránsito efímero, 
inhóspita nevisca que lentamente extingue, 
ciego corcel que estruja los pretéritos 
y lentamente envejece en pos de un destino que no conoce, 
prófugo al que traiciona 
el desencanto de tu humana cárcel 
donde vives confinado. Incógnita ventisca de los huesos 
en el no ser que antes fue feudo heredado. 
Mientras el diario existir desfallece 
la veleidosa sale a recibirnos 
casi sin anunciarse, en habitual visita de puntillas 
al que elige, tras la fatuidad itinerante 
presto a quebrarnos las vértebras como piezas de cerámica 
en expolio, acude a nuestra cita 
el peor enemigo y el más nublo agorero 
y está a punto de dormir el corazón en su letargo 
la imagen imaginada de la muerte »
Mario Ángel Marrodán


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