« Los hombres han comprendido instintivamente que sólo sueña el que no esté completamente seguro de su situación. Estudiando nuestra vida onírica podríamos ver que cuando alguien está seguro y sabe siempre lo que debe hacer, no sueña. Una persona sueña cuando cree que no podrá resolver en la vida despierta alguna dificultad, algún problema, porque necesita algo para dominarlo. La psicología individual ha comprobado que en el sueño se produce un afecto, una emoción, una dirección psíquica que marca un camino determinado, el cual quíere seguir el soñador. Lo que se intenta en el sueño es producir un estado afectivo que nos arrastre para poder resolver cuestiones y problemas de la vida cotidiana, que no se pueden solucionar en la vida diurna sin este estado afectivo. Cuando nos encontramos ante un problema se produce en el sueño un estado afectivo, una línea directriz en la cual nos debemos mover, y que conduce a la solución de esta dificultad que no se podía dominar en la vida diurna con los procedimientos de la lógica, conservando al mismo tiempo el sentido de su estilo de vida. En realidad, no hay ninguna diferencia fundamental entre la vida de los sueños y la vida despierta; trabajamos también con sentimientos y afectos cuando nos queremos persuadir de algo. Sirve, por ejemplo, una novela de Chéjov, La sirena, en la cual muestra cómo se puede producir cierto estado afectivo, de tal modo que se despierte el hambre por la descripción de manjares suculentos, hasta tal punto, que un empleado puntual interrumpe su trabajo y se marcha de la oficina para satisfacer su necesidad. Ha conseguido que el empleado abandone su trabajo, despertando un estado afectivo que hace que se olvide de su deber. El alma humana está inclinada a dejarse conducir, no por la lógica, sino por los sentimientos y los afectos; puede producir estados afectos que contradigan a sus consideraciones lógicas. Yo creo que todos nosotros somos de la misma opinión: renunciamos a la solución lógica de las cuestiones de la vida para intentar una solución menos lógica mediante la aportación de nuestros sentimientos y afectos. No podemos comprender lógicamente muchas acciones. En la vida diurna podemos también producir afectos; cuando pensamos en un acontecimiento triste, cuando desviamos nuestro pensamiento sobre una desgracia que se aproxima, que podría afectar a una persona cercana, nuestra afectividad estará en consonancia con nuestros pensamientos. Coué, por ejemplo, pretende auxiliar al hombre con su método, produciendo en él, por autosugestión, el sentimiento de que va cada vez mejor. Comprendemos que un niño se abandone a sentimientos y afectos que no están de acuerdo con la lógica. Hay también límites para estos estados afectivos, y no es un procedimiento recomendable producirlos por la selección de fantasías y situaciones, provocando de una manera concreta excitaciones psíquicas que tienen como fin el llegar a la superioridad personal; por ejemplo, inculcando los ideales del héroe o de la divinidad. Poseemos distintos procedimientos para saber, por ejemplo, que se trata de un niño que no confía en nada y tiene su estilo de vida que tiende a sentirse oprimido por sus dificultades; en efecto, todos sus afectos y sentimientos nos muestran que se adaptan a este estilo de vida ».
Alfred Adler
No hay comentarios:
Publicar un comentario