Soy una tumba. Cuando alguien me confía un secreto jamás lo desvelo a alguien. No hago ni una excepción [...]
« Mis amigos, mis familiares, e incluso algunos conocidos con los que apenas mantengo relación, se citan conmigo para desahogarse. Yo los escucho en silencio. A menudo siento pudor por las cosas que me cuentan y preferiría no saber, pero ellos me han elegido y no puedo defraudarlos. Paso una parte importante de la vida oyendo a los demás, como un confesor o un psicólogo. En ocasiones tengo la tentación de aprovechar ciertos secretos para introducirlos en mis relatos, pero me siento incapaz de hacer pública una confidencia. ¿Se imaginan a un sacerdote revelando públicamente un secreto de confesión? Pues en mi caso es lo mismo.
Hay innumerables asuntos que sólo sus protagonistas y yo conocemos. En cierta ocasión, alguien me confesó un crimen. No exagero. No miento. Ese asesinato permanece inmune y estoy convencido de que nunca se descubrirá. Fue un asesinato perfecto. La persona que lo ejecutó me citó una tarde en la terraza de una cafetería del centro. Me dijo que necesitaba contarme algo terrible y me hizo prometer que guardaría el secreto. "Ya me conoces", le respondí. Entonces me relató una historia espeluznante. Aquella noche no pude dormir. Cualquiera en mi lugar habría descolgado el teléfono y denunciado el crimen a la policía, sin embargo yo no pude hacerlo. Han pasado muchos años desde aquella tarde y el asesino es un ciudadano corriente que continúa libre. Yo soy su cómplice y, lo que es peor, su coartada. El asesino cuidó hasta el último detalle y preparó con tal precisión el homicidio que la víctima expiró durante el tiempo en que él estaba conmigo confesándome el crimen. La muerte, lenta y terrible, se produjo en el preciso instante en que el asesino tomaba café conmigo en la Plaza de las Flores. Si la policía lo detenía, el asesino se ampararía en mí y en el camarero del bar para demostrar su inocencia. De hecho, estuvo constantemente llamando la atención del camarero para que recordara su cara en el supuesto caso de que la policía lo detuviera y llamaran al camarero para testificar.Me cuesta conciliar el sueño por las noches. Las voces de los secretos no me dejan dormir. Me preocupan tanto los problemas ajenos que suelo olvidar los propios. Me levanto cansado por las mañanas con la cabeza repleta de temores que nada tienen que ver con mi vida privada. Paso tanto tiempo callado oyendo las quejas de los confidentes que me he acostumbrado a permanecer siempre en silencio. Cuando estoy solo me dedico a prestar atención a los sonidos de la vida. Oigo el viento, la lluvia, los ruidos de la calle. Escucho el lamento del mar. Los pájaros. Los perros. Mientras yo permanezco quieto, como un centinela, protegiendo los secretos del mundo ».
Garriga Vela