« Conforme Sofía iba pensando en que existía, también le daba por pensar en el hecho de que no se quedaría aquí eternamente. Estoy en el mundo ahora, pensó. Pero un día habré desaparecido del todo. ¿No era injusto que la vida tuviera que acabarse alguna vez?
En el camino de gravilla Sofía se quedó pensando. Intentó pensar intensamente en que no se quedaría aquí para siempre. Pero resultó imposible. En cuanto se concentraba en el hecho de que existía, inmediatamente surgía la idea del fin de la vida. Lo mismo pasaba a la inversa: cuando había conseguido tener una fuerte sensación de que un día desaparecería del todo, entendía realmente lo enormemente valiosa que es la vida. Era como la cara y cruz de una moneda, una moneda a la que daba vueltas constantemente. Cuanto más grande y nítida se veía una de las caras, mayor y más nítida se veía también la otra La vida y la muerte eran como dos caras del mismo asunto.
No se puede tener la sensación de existir sin tener también la sensación de tener que morir, pensó. De la misma manera, resulta igualmente imposible pensar que uno va a morir, sin pensar al mismo tiempo lo fantástico que es vivir ».
El mundo de Sofía