martes, diciembre 20

Autenticidad

"Querer dar lo que no tienes para dar significa cabalgar a lomos de caballos ajenos. Si tu vibración se produce en el contacto con la naturaleza, no desperdicies tu tiempo en los bares de moda de la urbe; si tu talento es para las cosas manuales, no te disfraces de intelectual; si te sientes frágil y necesitado en tus vínculos amorosos, no pretendas mostrarte sobrado y campeón. Respétate: sé real, sé verdadero. A cada momento. Te irá mejor. Y quizá con el tiempo harás depender tu estima y tu ser de la cercanía contigo, no de los demás. Y te amarás a ti mismo porque sí o por nada, y no por algo en concreto. Debes tener el valor de ser lo que eres y dar a la vida lo que tienes para dar, y no pretender ser lo que no eres (para contentar a los padres, a la sociedad, a la religión, a la pareja o quién sabe ya a quién) ni darle a la vida lo que no tienes".


Joan Garriga

del libro La Llave de la buena vida


Insomnio

 



"Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,

y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,

por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,

por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?

¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?"


Dámaso Alonso

De «Hijos de la ira» (1944).

sábado, diciembre 17

Prólogo - Bertrand Russell

 

«Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación.

He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad, esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura mística, la visión anticipada del cielo que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin- he hallado.

Con igual pasión he buscado el conocimiento. He deseado entender el corazón de los hombres. He deseado saber por qué brillan las estrellas. Y he tratado de aprehender el poder pitagórico en virtud del cual el número domina al flujo. Algo de esto he logrado, aunque no mucho.

El amor y el conocimiento, en la medida en que ambos eran posibles, me transportaban hacia el cielo. Pero siempre la piedad me hacía volver a la tierra. Resuena en mi corazón el eco de gritos de dolor. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, carga odiosa para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Deseo ardientemente aliviar el mal, pero no puedo, y yo también sufro.

Ésta ha sido mi vida. La he hallado digna de vivirse, y con gusto volvería a vivirla si se me ofreciese la oportunidad.»

Bertrand Russell, «Autobiografía», 1967. Traductor: Pedro García Puente. Edhasa, 2010 

miércoles, diciembre 14

¿Qué se hace con la vida?


"Uno tiene la angustia, la desesperación de no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse perdido, sin brújula, sin luz a donde dirigirse. ¿Qué se hace con la vida? ¿Qué dirección se le da? Si la vida fuera tan fuerte que le arrastrara a uno, el pensar sería una maravilla, algo como para el caminante detenerse y sentarse a la sombra de un árbol, algo como penetrar en un oasis de paz; pero la vida es estúpida, sin emociones, sin accidentes, al menos aquí, y creo que en todas partes, y el pensamiento se llena de terrores como compensación a la esterilidad emocional de la existencia.

— Estás perdido —murmuró Iturrioz—. Ese intelectualismo no te puede llevar a nada bueno.

— Me llevará a saber, a conocer. ¿Hay placer más grande que éste? La antigua filosofía nos daba la magnífica fachada de un palacio; detrás de aquella magnificencia no había salas espléndidas, ni lugares de delicias, sino mazmorras oscuras. Ése es el mérito sobresaliente de Kant; él vio que todas las maravillas descritas por los filósofos eran fantasías, espejismos; vio que las galerías magníficas no llevaban a ninguna parte.

— ¡Vaya un mérito! —murmuró Iturrioz.

— Enorme. Kant prueba que son indemostrables los dos postulados más trascendentales de las religiones y de los sistemas filosóficos: Dios y la libertad. Y lo terrible es que prueba que son indemostrables a pesar suyo.

— ¿Y qué?

— ¡Y qué! Las consecuencias son terribles; ya el universo no tiene comienzo en el tiempo ni límite en el espacio; todo está sometido al encadenamiento de causas y efectos; ya no hay causa primera; la idea de causa primera, como ha dicho Schopenhauer, es la idea de un trozo de madera hecho de hierro.

— A mí esto no me asombra.

— A mí sí. Me parece lo mismo que si viéramos un gigante que marchara al parecer con un fin y alguien descubriera que no tenía ojos. Después de Kant el mundo es ciego; ya no puede haber ni libertad ni justicia, sino fuerzas que obran por un principio de causalidad en los dominios del espacio y del tiempo. Y esto tan grave no es todo; hay además otra cosa que se desprende por primera vez claramente de la filosofía de Kant, y es que el mundo no tiene realidad; es que ese espacio y ese tiempo y ese principio de causalidad no existen fuera de nosotros tal como nosotros los vemos, que pueden ser distintos, que pueden no existir…

— Bah. Eso es absurdo —murmuró Iturrioz—. Ingenioso si se quiere, pero nada más.

— No; no sólo no es absurdo, sino que es práctico. Antes para mí era una gran pena considerar el infinito del espacio; creer el mundo inacabable me producía una gran impresión; pensar que al día siguiente de mi muerte el espacio y el tiempo seguirían existiendo me entristecía, y eso que consideraba que mi vida no es una cosa envidiable; pero cuando llegué a comprender que la idea del espacio y del tiempo son necesidades de nuestro espíritu, pero que no tienen realidad; cuando me convencí por Kant que el espacio y el tiempo no significan nada, por lo menos que la idea que tenemos de ellos puede no existir fuera de nosotros, me tranquilicé. Para mí es un consuelo pensar que así como nuestra retina produce los colores, nuestro cerebro produce las ideas de tiempo, de espacio y de causalidad. Acabado nuestro cerebro, se acabó el mundo. Ya no sigue el tiempo, ya no sigue el espacio, ya no hay encadenamiento de causas. Se acabó la comedia, pero definitivamente. Podemos suponer que un tiempo y un espacio sigan para los demás. ¿Pero eso qué importa si no es el nuestro, que es el único real?

— Bah, ¡Fantasías! ¡Fantasías! —dijo Iturrioz".


Pío Baroja

El árbol de la ciencia, 1911. Cátedra. Letras Hispánicas


miércoles, diciembre 7

Soledad

"Soledad no es falta de gente para conversar, amar,  pasear o tener sexo.  Eso es carencia.

Soledad no es el sentimiento que experimentamos por la ausencia de seres queridos que no pueden volver más.  Eso es melancolía.

Soledad no es el retiro voluntario que la gente, a veces, se impone para rearmar sus pensamientos.  Eso es equilibrio.

Soledad no es el claustro involuntario que el destino nos impone compulsivamente para que reveamos nuestra vida.  Eso es un principio de la naturaleza.

Soledad no es el vacío de gente a nuestro lado.  Eso es circunstancia.

Soledad es mucho más que eso.  Soledad es cuando nos perdemos de nosotros mismos y procuramos en vano nuestra alma".

Chico Buarque

martes, diciembre 6

La muerte y el amor


 

"Si, a través del trabajo interior y de la escuela de la pareja, dos tienen la suerte de ser tocados por el aroma espiritual, vivirán y fluirán sin etiquetas ni dogmas. En la dimensión espiritual del amor, la idea es la no idea, o, como decía el poeta persa: «Mi lugar es el no lugar, mi señal, la no señal». Y esa unidad de dos no significa anularse en el otro, sino reconocer el genuino saber de la no dualidad, en la que el alma es liberada del oscuro pesar de la separación, del despotismo del yo, y por fin descansa en sí misma. Así lo expresa Rumi: 

"La muerte pone fin a la angustia de la vida. 

Y, sin embargo, la vida tiembla ante la muerte... 

Así tiembla un corazón ante el amor, 

como si sintiera la amenaza de su fin. 

Porque allí donde despierta el amor,

muere el yo, el oscuro déspota"".

Joan Garriga

Bailando juntos 

lunes, diciembre 5

La cara oculta del amor

 


"Como hemos visto, cuando una mujer se sentía de niña la princesa del padre, establece una profecía que dice más o menos así: «Tengo que encontrar a un hombre que me adore tanto como mi padre». Pero aquí se da una paradoja, porque no puede existir un hombre tan grande como ese padre, y la mujer va al mundo de la pareja y busca un imposible. Descalifica al hombre porque este no está a la altura del padre. 

Añadiré una pincelada de optimismo diciendo que la repetición de esquemas y patrones es una posibilidad muy habitual, pero no una obligación imperativa para todas las situaciones. Tendemos a propiciar escenarios interpersonales favoritos que suelen ser la repetición de escenarios infantiles, especialmente cuando el apego hacia los padres tuvo formatos complicados. Pero la buena noticia es que, aunque nos lanzamos al amor envueltos en nuestras redes relacionales, el otro también lo hace, y esto crea un campo nuevo, único, entre los dos".


Joan Garriga

Bailando juntos 

domingo, diciembre 4

Los caminos de la libertad


"Voy a morir por nada". Tenía compasión de sí mismo. Durante un segundo, sus recuerdos murmuraron como el follaje movido por el viento. Todos sus recuerdos. "Yo amaba la vida". Quedaba en el fondo de su garganta una interrogación inquieta; "¿Tenía yo el derecho de abandonar a mis compañeros?¿Tengo el derecho de morir por nada?". "Estoy harto. Que se fastidien los de ahí abajo y que se fastidie todo el mundo. Se acabaron los remordimientos, las reservas, las restricciones; nadie puede juzgarme, nadie piensa en mí, nadie puede decidir por mí. " Decidió sin remordimientos, con pleno conocimiento de causa. Decidió y, en el mismo instante, su corazón escrupuloso y lamentable cayó de rama en rama. 

"Decido que la muerte era el sentido secreto de mi vida, que he vivido para morir. Muero para testimoniar que es posible vivir. Mis ojos apagarán el mundo y lo cerrarán para siempre".


Jean-Paul Sartre

Con la muerte en el alma.

jueves, diciembre 1

El túnel

 “Yo me pregunto por qué la realidad ha de ser simple. Mi experiencia me ha enseñado que, por el contrario, casi nunca lo es y que cuando hay algo que parece extraordinariamente claro, una acción que al parecer obedece a una causa sencilla, casi siempre hay debajo móviles más complejos. Un ejemplo de todos los días: la gente que da limosnas; en general, se considera que es más generosa y mejor que la gente que no las da. Me permitiré tratar con el mayor desdén esta teoría simplista. Cualquiera sabe que no se resuelve el problema de un mendigo (de un mendigo auténtico) con un peso o un pedazo de pan: solamente se resuelve el problema psicológico del señor que compra así, por casi nada, su tranquilidad espiritual y su título de generoso. Júzguese hasta qué punto esa gente es mezquina, cuando no se decide a gastar más de un peso por día para asegurar su tranquilidad espiritual y la idea reconfortante y vanidosa de su bondad”.

Ernesto Sabato

(1911-2011)

Así habló Zaratustra

"Yo me superé a mí mismo, al ser que sufría, yo llevé mi ceniza a la montaña, inventé para mí una llama más luminosa. ¡Y he aquí que el fantasma se me desvaneció!

Sufrimiento sería ahora para mí, y tormento para el curado, creer en tales fantasmas: sufrimiento sería ahora para mí, y humillación. Así hablo yo a los trasmundanos. 

Sufrimiento fue, e impotencia, - lo que creó todos los trasmundos; y aquella breve demencia de la felicidad que sólo experimenta el que más sufre de todos. 

Fatiga, que de un solo salto quiere llegar al final, de un salto mortal, una pobre fatiga ignorante, que ya no quiere ni querer: ella fue la que creó todos los dioses y todos los trasmundos".


Friedrich Nietzsche