Si tuviéramos que decir, en muy pocas palabras, en qué consiste la sabiduría, podríamos responder justamente así: es la práctica de la adhesión a lo que la vida nos trae a cada momento en forma de acontecimientos externos o vivencias y sentimientos internos, tomados con una actitud y un espíritu que sortea los rechazos de la mente y lo abraza todo. ¿Cuándo? Ahora. ¿Dónde? Aquí. Viene la confusión y la abrazamos. Llega la claridad y la abrazamos. El recuerdo de algo antiguo que pasó y nos hizo bien o nos humilló lo abrazamos también. Y llegan la tristeza, la alegría, la ternura, el miedo, el enojo, este o aquel pensamiento, la envidia, la venganza, la duda, un plan de acción... La muerte de un amigo querido, un aborto, el abuelo fusilado en la guerra, una injusticia. Lo abrazamos todo: lo agradable y lo desagradable, e incluso abrazamos la idea en sí misma de que algo es desagradable. En la realidad no hay «bueno» ni «malo», «positivo» o «negativo», «correcto» o «incorrecto». Esto son únicamente creaciones y categorías de la mente y de la racionalidad que evalúan reacciones físicas y emocionales. Pero en la realidad sólo «hay», sin predicados, sin distinciones. La realidad es neutra y, en ella, todo es experiencia. La realidad «es». Y «es» aconceptual. O, como dice un aforismo budista: «Este mundo, con todos los horrores, oscuridad y brutalidad, es el mundo del loto dorado».
Joan Garriga
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