La venganza. A los hombres se les ha de mimar o aplastar, pues se vengan de las ofensas ligeras ya que de las graves no puede: la afrenta que se hace a un hombre debe ser, por tanto, tal que no haya ocasión de temer su venganza.
Cuándo iniciar el combate. No se debe jamás permitir que se continúe con problemas para evitar una guerra porque no se la evita, sino que se la retrasa con desventaja tuya.
Imitar a los grandes hombres. Un hombre prudente debe discurrir siempre por las vías trazadas por los grandes hombres e imitar a aquellos que han sobresalido extraordinariamente por encima de los demás, con el fin de que, aunque no se alcance su virtud algo nos quede sin embargo de su aroma.
Las recompensas. Quien cree que nuevas recompensas hacen olvidar a los grandes hombres las viejas injusticias de que han sido víctimas, se engaña.
La crueldad. Se puede hacer un buen o mal uso de la crueldad. Bien usadas se pueden llamar aquellas crueldades (si del mal es lícito decir bien) que se hacen de una sola vez y de golpe, por la necesidad de asegurarse, y luego ya no se insiste más en ellas, sino que se convierten en lo más útiles posible para los súbditos. Mal usadas son aquellas que, pocas en principio, van aumentando sin embargo con el curso del tiempo en lugar de disminuir.
Las injusticias y los favores. Las injusticias se deben hacer todas a la vez a fin de que, por probarlas menos, hagan menos daño, mientras que los favores se deben hacer poco a poco con el objetivo de que se aprecien mejor. Los hombres, cuando reciben el bien de quien esperaban iba a causarles mal, se sienten más obligados con quien ha resultado ser su benefactor, el pueblo le cobra así un afecto mayor que si hubiera sido conducido al Principado con su apoyo.
Prudencia. El que no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente.
El arte de la guerra. Un príncipe que no se preocupe del arte de la guerra, aparte de las calamidades que le pueden acaecer, jamás podrá ser apreciado por sus soldados ni tampoco fiarse de ellos.
Lo que se debe hacer. Quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende antes su ruina que su preservación.
Generosidad. Hay que ser liberal con todos aquellos a quienes no quita nada – que son muchísimos – y tacaño con todos aquellos a quienes no da, que son pocos. Con aquello que no es tuyo ni de tus súbditos se puede ser considerablemente más generoso. El gastar lo de los otros no te quita consideración, antes que la aumenta.
Castigos. Con poquísimos castigos ejemplares será más clemente que aquellos otros que, por excesiva clemencia, permiten que los desórdenes continúen, de lo cual surgen siempre asesinatos y rapiñas.
Naturaleza humana. Se puede decir de los hombres lo siguiente: son ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia; y mientras les haces favores son todos tuyos, te ofrecen la sangre, los bienes, la vida y los hijos cuando la necesidad está lejos; pero cuando ésta se te viene encima vuelven la cara. Los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio. La naturaleza de los hombres es contraer obligaciones entre sí tanto por los favores que se hacen como por los que se reciben.
Evitar el odio del pueblo. El príncipe debe hacerse temer de manera que si le es imposible ganarse el amor del pueblo consiga evitar el odio, porque puede combinarse perfectamente el ser temido y el no ser odiado. El príncipe debe evitar todo aquello que lo pueda hacer odioso o despreciado.
Fidelidad a la palabra dada. No puede un señor prudente – ni debe – guardar fidelidad a su palabra cuando tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido los motivos que determinaron su promesa. Si los hombres fueran todos buenos, este precepto no sería correcto, pero- puesto que son malos y no te guardarían a ti su palabra- tú tampoco tienes por que guardarles la tuya.
Delegar las medidas impopulares. Los príncipes debe ejecutar a través de otros las medidas que puedan acarrearle odio y ejecutar por sí mismo aquellas que le reportan el favor de los súbditos. Debe estimar a los nobles, pero no hacerse odiar del pueblo.
Entretener al pueblo. Se debe entretener al pueblo en las épocas convenientes del año con fiestas y espectáculos.
Alianzas. Hay que guardarse de entablar una alianza con alguien más poderoso que tú para atacar a otros, a no ser que te veas forzado a ello. La razón es que en caso de victoria te haces su prisionero y los príncipes deben evitar en la medida de lo posible el estar a discreción de los demás. También se adquiere prestigio cuando se es un verdadero amigo y un verdadero enemigo, es decir, cuando se pone resueltamente en favor de alguien contra algún otro. Esta forma de actuar es siempre más útil que permanecer neutral, porque cuando dos estados vecinos entran en guerra, como son de tales características que si vence uno de ellos haya de temer al vencedor. El vencedor no quiere amigos dudosos que no lo defiendan en la adversidad; el derrotado no te concede refugio por no haber querido compartir su suerte con las armas en la mano.
Prestigio. Ayuda también bastante dar ejemplos sorprendentes en su administración de los asuntos interiores, de forma que cuando algún subordinado lleve a cabo alguna acción extraordinaria (buena o mala), se adopte un premio o un castigo que de suficiente motivo para que se hable de él. Hay que ingeniárselas, por encima de todo, para que cada una de nuestras acciones nos proporcionen fama de hombres grandes y de ingenio excelente. Hay muchas gentes que estiman que un príncipe sabio debe, cuando tenga la oportunidad, fomentarse con astucia alguna oposición a fin de que una vez vencida brille a mayor altura su grandeza.
Elección y manejo de consejeros. No hay otro medio de defenderse de las adulaciones que hacer comprender a los hombres que no te ofenden si te dicen la verdad; pero cuando todo el mundo puede decírtela te falta el respeto. Un príncipe prudente se procura un tercer procedimiento: elige hombres sensatos y otorga solamente a ellos la libertad de decirle la verdad, y únicamente en aquellas cosas de las que les pregunta y no de ninguna otra.
Simular y disimular. Es necesario ser un gran simulador y disimulador: y los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar. Cada uno ve lo que parece, pero pocos palpan lo que eres. La poca prudencia de los hombres impulsa a comenzar una cosa y, por las ventajas inmediatas que ella procura, no se percata del veneno que por debajo está escondido.
Cualidades del Príncipe. De ciertas cualidades que el príncipe pudiera tener, incluso me atreveré a decir que si se las tiene y se las observa siempre son perjudiciales, pero sí aparenta tenerlas son útiles; por ejemplo: parecer clemente, leal, humano, íntegro, devoto, y serlo, pero tener el ánimo predispuesto de tal manera que si es necesario no serlo, puedas y sepas adoptar la cualidad contraria."
El Príncipe es la obra más universal de Maquiavelo, refleja el pensamiento del Renacimiento en sus formas más originales. Despreocupado de cualquier cuestión metafísica, abocado a la observación de la realidad humana y terrena, y a describir científicamente las leyes y los fines inmediatos que regulan y orientan el desarrollo humano. Maquiavelo propone en El Príncipe su tesis política, basada en tres elementos: absolutismo, individualismo y nacionalismo. Todos ellos en conjunción para crear un estado nuevo que pudiera hacer frente a los retos de ese entonces. Los fragmentos escogidos de El Príncipe de Maquiavelo son una muestra del tema principal del libro: como crear y conservar un estado fuerte. El Príncipe es una invitación a la acción. Pensamiento práctico, una forma de hacer política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario