«El amor no me basta: eso es lo que comprendí entonces. Es lo que comprendo también hoy, al mirarte. Porque amar a una persona es aceptar envejecer con ella.
No soy capaz de este amor. Drusila vieja era mucho peor que Drusila muerta. Es habitual la creencia de que un hombre sufre porque la persona a quien amaba muere un día.
Pero su verdadero sufrimiento es menos fútil: es advertir que tampoco la pena dura. Hasta el dolor carece de sentido. Ya ves, no tenía excusas; ni siquiera la sombra de un amor, ni la amargura de la melancolía.
No tengo coartada. Pero hoy soy más libre que hace años, libre del recuerdo y de la ilusión. (Ríe apasionadamente). ¡Sé que nada dura! ¡Saber esto! Sólo dos o tres en la historia hemos hecho esta experiencia, hemos realizado esta felicidad demente. Cesonia, has seguido hasta el fin una tragedia muy curiosa. Es hora de que caiga para ti el telón.
Pasa de nuevo tras ella y desliza el antebrazo en torno al cuello de Cesonia.
Cesonia: (con espanto). ¿Acaso es la felicidad esa libertad espantosa?
Calígula: (apretando poco a poco con el brazo la garganta de Cesonia). Tenlo por seguro, Cesonia. Sin ella hubiera sido un hombre satisfecho. Gracias a ella, he conquistado la divina clarividencia del solitario.
(Se exalta cada vez más, estrangulando poco a poco a Cesonia, quien se entrega sin resistencia, con las manos un poco tendidas hacia adelante. El le habla, inclinado, al oído). Vivo, mato, ejerzo el poder delirante del destructor, comparado con el cual el del creador parece una parodia. Eso es ser feliz.
Esa es la felicidad: esta insoportable liberación, este universal desprecio, la sangre, el odio a mi alrededor, este aislamiento sin igual del hombre que tiene toda su vida bajo la mirada, la alegría desmedida del asesino impune, esta lógica implacable que tritura vidas humanas (Ríe), que te tritura, Cesonia, para lograr por fin la soledad eterna que deseo.»
Albert Camus
(Acto IV. Escena XII).
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