« Un maestro Zen y su discípulo estaban peregrinando por campos y bosques, cuando encontraron una cabaña muy pobre. En ella vivía una familia conformada por un hombre, su mujer y cuatro hijos. Les pidieron alojamiento y alimento, a lo que los campesinos respondieron afirmativamente.
De muy buen gusto, a pesar de su pobreza, compartirían lo poco que tenían. Durante la cena el maestro preguntó de que vivían: La mujer le explicó que tenían una vaca, de la cual tomaban un poco de la leche y un poco más que cambiaban con otros campesinos por algunos alimentos. Con lo que sobraba hacían queso y poco más. Eso les permitía ir sobreviviendo a duras penas.
Al otro día, los viajeros se levantaron antes que nadie para seguir su camino, entonces el discípulo le dice al maestro:
– Maestro, que buena gente, compartieron con nosotros lo poco que tenían. Y que pobres son... ¡Como me gustaría ayudarlos! ¿Podemos hacer algo por ellos?
El maestro, sin pensarlo, le dijo:
– Quieres ayudarlos?, ve y empuja la vaca al precipicio.
– Pero... Maestro, ¡Es su única fuente de ingresos!
– Obediencia ¡No discutas y haz lo que te digo!
El discípulo pensó que el maestro había enloquecido, pero debido al gran respeto que le tenía, no tenía más remedio que practicar la obediencia, y así lo hizo.
10 años más tarde, el discípulo volvió a pasar solo por la región, y lleno de remordimiento y curiosidad pasó por la casa para confesar su crímen y proponer una forma de reponer su atrevimiento. Al acercarse, la vio mucho más arreglada, e incluso vio mucho terreno sembrado que no estaba en la visita anterior. Pensó que quizá la familia sucumbió a su pobreza y no tuvieron más alternativa que abandonar aquel lugar.
El, ahora maestro vio a un habitante de aquel hermoso lugar y preguntó:
– Disculpe, hace 10 años vivía aquí una familia muy humilde y quisiera saber qué ha pasado con ellos...
Una mujer muy elegante se acercó y reconociéndolo, le dijo:
– Bienvenido, ¡Cuánto me alegro de verle! ¡Ustedes nos dieron un gran regalo con su visita aquella noche! El día que se fueron se nos mató la vaca.
Al principio nos desesperamos pensando que íbamos a morir de hambre. Reconozco que nos invadió una profunda tristeza al perder la única vaca que teníamos. Pero aquel suceso, hizo que mi esposo buscara realmente trabajo y encontró uno muy bueno en la ciudad. Nuestra vida cambió. De la vaca nada quedó. Lo primero que hice fue vender la carne. Con lo poco que me dieron, compré unas semillas y me puse a sembrar para tener algo que comer los siguientes meses, pero la cosecha fue muy buena y compramos hasta ganado.
También hemos podido comprar la casa que no era nuestra y estamos pensando en comprar más terrenos para sembrar. Mis hijos estudiaron en las mejores escuelas de la ciudad y ahora son unos profesionistas felizmente realizados, a lado de sus familias. Todo, gracias a que tiraste mi vaca al precipicio ».
Entrar en zona de confort, sin cuestionar lo que realmente podemos hacer, nunca nos dejará disfrutar resultados distintos. ¿ Cuál es la “vaca” que te limita para emprender, cambiar y avanzar ? Puede ser la comodidad, el miedo a perder lo poco que tienes, la incertidumbre por lo que vendrá… Muchas veces, dejamos pasar nuestros sueños y la oportunidad de hacer lo que nos gusta y preferimos seguir atados cómodamente a la “vaca” que nos hace sentir seguros. No nos damos cuenta de todo el potencial que tenemos para realizar lo que nos hace felices, para vivir la vida que merecemos. Nunca es tarde.
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