"[...] Silencio. Karras volvió a hablar:
— Decimos que el demonio... No puede afectar la voluntad de la víctima.
— Sí, así es... así es... No hay pecado.
— Entonces, ¿cuál es el propósito de la posesión? — preguntó Karras con el ceño fruncido —. ¿Qué sentido tiene?
— ¿Quién lo sabe? — respondió Merrin —. ¿Quién puede tener la esperanza de saber? — Pensó un momento. Después continuó sondeando —. Pero yo creo que el objetivo del demonio no es el poseso, sino nosotros... los observadores... cada persona de esta casa. Y creo... creo que lo que quiere es que nos desesperemos, que rechacemos nuestra propia humanidad, Damien, que nos veamos, a la larga, como bestias, como esencialmente viles e inmundos, sin nobleza, horribles, indignos. Y tal vez ahí esté el centro de todo: en la indignidad. Porque yo pienso que el creer en Dios no tiene nada qué ver con la razón, sino que, en última instancia, es una cuestión de amor, de aceptar la posibilidad de que Dios puede amarnos...
Merrin hizo otra pausa. Prosiguió más lentamente, abriendo su alma a un susurro.
— Él sabe..., el demonio sabe dónde atacar... Hace mucho tiempo que me sentía desesperado por no poder amar a mi prójimo. Ciertas personas... me repelían. ¿Cómo poder amarlas?, pensaba. Y eso me atormentaba, Damien; me llevó a desconfiar de mí mismo... y, partiendo de aquí, desconfiar de mi Dios. Se hizo añicos mi fe...
Interesado, Karras levantó sus ojos hacia Merrin.
— ¿Y qué pasó? — preguntó.
— Pues que, al fin, me di cuenta de que Dios nunca me pediría aquello que me es psicológicamente imposible, que el amor que ÉL me pedía estaba en mi voluntad y no quería decir que debía sentirlo como una emoción. En absoluto. Me pedía que obrara con amor hacia los demás, y el hecho de que lo hiciera con aquellos que me repelían, era un acto de amor más grande que cualquier otro. — Movió la cabeza —. Sé que todo esto debe parecer muy obvio, Damien. Lo sé. Pero entonces no alcanzaba a verlo. Extraña ceguera. ¡Cuántos maridos y mujeres — exclamó con tristeza — creerán que ya no se aman porque sus corazones no se conmueven al verse! ¡Ah, Dios querido! — movió la cabeza afirmativamente —. Damién, ahí radica la posesión; no tanto en las guerras, como algunos quieren creer; y muy pocas veces en intervenciones extraordinarias como ésta... la de esta niña... esta pobre criatura. No, yo lo veo mucho más a menudo en cosas pequeñas, Damien; en los mezquinos o absurdos rencores, en las equivocaciones, en la palabra cruel e insidiosa que las lenguas desatadas lanzan entre amigos. Entre amantes. Unas cuantas de estas cosas — susurró Merrin —, y ya no es necesario que sea Satán el que dirija nuestras guerras, pues las dirijimos nosotros mismos... nosotros mismos...
Aún llegaba el canto del dormitorio. Merrin miró hacia la puerta y escuchó un momento.
— Y, sin embargo, incluso de esto, del mal, vendrá el bien. De algún modo. De algún modo que nunca podremos entender, ni siquiera ver. — Merrin hizo una pausa —. Y tal vez el propio Satán, a pesar de sí mismo, sirva de alguna manera para cumplir la voluntad de Dios. [...]"
William Peter Blatty