miércoles, septiembre 23

El señor de los anillos

 

“¿Cómo retomas el hilo de una vida vieja? ¿Cómo continúas, cuando en tu corazón empiezas a entender que no hay regreso posible?” 


 J.R.R. Tolkien

Sobre la historia

 

"Año tras año mueren los camaradas, muestran ser vanas las esperanzas, se desvanecen los ideales; la tierra encantada de la juventud queda más lejos, el camino de la vida se hace más tedioso, aumenta el peso del mundo hasta que el trabajo y las penas se hacen casi demasiado pesadas de soportar; la alegría se desvanece en las fatigadas naciones de la tierra, y la tiranía del futuro mina la fuerza vital de los hombres; todo lo que amamos se decolora, en un mundo agonizante. Sin embargo, el pasado, devorando siempre los productos del presente, vive por la muerte universal; firme e irresistiblemente añade nuevos trofeos a su templo silencioso, construido por todas las épocas; allí están enterradas todas las proezas, todas las vidas magníficas, todas las conquistas y fracasos heroicos. Por las orillas del rio de Tiempo, la triste procesión de las generaciones humanas camina lentamente hacia la tumba; en el apacible país del Pasado, la marcha finaliza: ahí se quedan los cansados vagabundos, y todos sus llantos enmudecen."


Bertrand Rusell

martes, septiembre 22

Saber perder

« Lorenzo entiende el silencio de su padre. Lo reconoce como una víctima. Lo imagina golpeado, vejado, ridiculizado en aquel piso. Esa imagen es más poderosa que la de su padre como mero cliente de los servicios de una prostituta, mientras su mujer se muere poco a poco en la cama. Bueno, hablaré con la francesa y lo arreglaré todo.

¿Volvemos a casa?, pregunta Leandro. Lorenzo siente piedad por ese hombre al que de niño temía por su rigor, sus convicciones firmes, al que luego ignoró y más tarde aprendió a respetar. Su padre empequeñecido avanza por el pasillo y Lorenzo lo ve entrar en su cuarto. ¿Quién soy yo para juzgarlo? Si pudiéramos exponer a la luz las miserias de las personas, los errores, las torpezas, los crímenes, nos encontraríamos con la penuria más absoluta, la verdadera indignidad. Por suerte, piensa Lorenzo, cada uno llevamos nuestra secreta derrota bien adentro, lo más lejos posible de la mirada de los demás. Por eso no ha querido escarbar demasiado en la herida de su padre, conocer los detalles, humillarle más de lo que ya le debía de humillar sincerarse con su hijo.

De la cocina llega el olor intenso a fritura de patatas y cebollas que serán quizá una tortilla. ¿Te quedas a comer?, pregunta el padre. Comprende lo duro que puede ser para un padre mostrar a su hijo la cara más lamentable, más vergonzosa. No se concibe que los hijos juzguen a los padres, les deben demasiado. Lorenzo querría consolarlos, mostrarle que él es peor aún, papá tendrías que verme, saber lo que he hecho ».


David Trueba

viernes, septiembre 18

Los pocos y los muchos

 

"Es indudable que hoy se lee más que antes. ¿Se lee mejor? Lo dudo. La distracción es nuestro estado habitual. No la distracción del que se aleja del mundo para internarse en el secreto y movedizo país de su fantasía, sino la de aquel que está siempre fuera de sí, perdido en la mediocre e insensata agitación cotidiana. Mil cosas solicitan a la vez nuestra atención y ninguna de ellas logra retenernos; así la vida se nos vuelve arena entre los dedos y las horas humo en el cerebro".


Fragmento de "Los pocos y los muchos", Poesía y fin de siglo. Seix Barral, Barcelona, 1990.


Octavio Paz 

jueves, septiembre 17

Ajeno

"Largo se le hace el día a quien no ama

y él lo sabe. Y él oye ese tañido

corto y duro del cuerpo, su cascada

canción, siempre sonando a lejanía.


Cierra su puerta y queda bien cerrada;

sale y, por un momento, sus rodillas

se le van hacia el suelo. 

Pero el alba, 

con peligrosa generosidad,

le refresca y le yergue. 

Está muy clara su calle 

y la pasea con pie oscuro,

y cojea en seguida porque anda

sólo con su fatiga. Y dice aire:

palabras muertas con su boca viva.


Prisionero por no querer abraza

su propia soledad. Y está seguro,

más seguro que nadie porque nada

poseerá; y él bien sabe que nunca

vivirá aquí, en la tierra. 


A quien no ama,

¿cómo podemos conocer o cómo perdonar? 

Día largo y aún más larga la noche. 

Mentirá al sacar la llave.

Entrará. Y nunca habitará su casa ".


- Alianza y condena

Claudio Rodríguez


Delirante

El discurso delirante

La realidad

Jonathan R. Ahumada 
Clínica de las emociones 

miércoles, septiembre 16

Neverwhere

 

«‘See?’ said Gary. ‘I’m not here. All there is, is you, walking up and down the platform, talking to yourself, trying to get up the courage to…’

Richard had not meant to say anything: but his mouth moved and he heard his voice saying: ‘Trying to get up the courage to do what?’

A deep voice came over the loudspeaker, and echoed, distorted, down the platform. ‘London Transport would like to apologize for the delay. This is due to an incident at Blackfriars station.’ ‘To do that,’ said Gary, inclining his head. ‘Become an incident at Blackfriars station. To end it all. Your life’s a joyless, empty sham. You’ve got no friends—’

‘I’ve got you,’ whispered Richard.

Gary appraised Richard with frank eyes. ‘I think you’re and asshole,’ he said, honestly. ‘A complete joke.’

‘I’ve got Door, and Hunter and Anaesthesia.’

Gary smiled. There was real pity in the smile, and it hurt Richard more than hatred, or enmity could ever have done. ‘More imaginary friends? We all used to laugh at you round the office for those trolls. Remember them? On your desk.’ He laughed. Richard started to laugh too. It was all too horrible: there was nothing else to do but laugh. After some time he stopped laughing. Gary put his hand into his pocket and produced a small plastic troll. It had frizzy purple hair, and it had once sat on the top of Richard’s computer screen. ‘Here,’ said Gary. He tossed the troll to Richard. Richard tried to catch it; he reached out his hands, but it fell through them as if there were not there. He went down on to his hands and knees on the empty platform, fumbling for the troll. It seemed on him, then, as if it were the only fragment he had of his real life: that if he could only get the troll back, perhaps he could get everything back…


Flash.

It was rush hour again. A train disgorged hundreds of people on to the platform, and hundreds of others tried to get on, and Richard was down on his hands and knees, being kicked and buffeted by the commuters. Somebody stepped on his fingers, hard. He screamed shrilly, and stuck his fingers into his mouth, instinctively, like a burned child; they tasked disgusting. He did not care: he could see the troll at the platform’s edge, now only ten feet away, and he crawled, slowly, on all fours, through the crowd, across the platform. People swore at him; they got in his way; they buffeted him. He had never imagined that ten feet could be such a long distance to travel.

Richard heard a high-pitched voice giggling, as he crawled, and he wondered who it could belong to. It was a disturbing giggle, nasty and strange. He wondered what manner of crazy person could giggle like that. He swallowed, and the giggling stopped, and then he knew.

He was almost at the edge of the platform. An elderly woman stepped on to the train, and as she did so, her foot knocked the purple-haired troll down into the darkness, down into the gap between the train and the platform. ‘No,’ said Richard. He was still laughing, an awkward, wheezing laugh, but tears stung his eyes, and spilled down his cheeks. He rubbed his eyes with his hands, making them sting even more.


Flash.

The platform was deserted and dark again. He climbed to his feet, and walked, unsteadily, the last few feet, to the edge of the platform. He could see it there, down on the tracks, by the third rail: a small splash of purple, his troll. He looked ahead of him: there were enormous posters stuck to the wall on the other side of the tracks. The posters advertised credit cards and sports shoes and holidays in Cyprus. As he looked the words on the posters twisted and mutated.


New messages:

END IT ALL was one of them.

PUT YOURSELF OUT OF YOUR MISERY.

BE A MAN – DO YOURSELF IN.

HAVE A FATAL ACCIDENT TODAY.


He nodded. He was talking to himself. The posters did not really say that. Yes, he was talking to himself; and it was time that he listened.»


Neil Gaiman


El mapa y el territorio

 


«En este país se come temprano, ¿sabe? Pero para mí nunca es lo bastante pronto. Lo que más me gusta ahora es el final del mes de diciembre; anochece a las cuatro. Entonces me puedo poner el pijama, tomar mis somníferos y meterme en la cama con una botella de vino y un libro. Vivo así desde hace años. El sol sale a las nueve; bueno, entre que te lavas y tomas un café es casi mediodía, me quedan cuatro horas de luz que aguantar, normalmente lo consigo sin grandes agobios. Pero en primavera es insoportable, las puestas de sol son interminables y espléndidas, es como una especie de puta ópera, hay continuamente colores nuevos, resplandores nuevos, una vez intenté quedarme aquí toda la primavera y pensé que me moría, cada noche estaba al borde del suicidio con este crepúsculo que no termina nunca.»



Michel Houellebecq


martes, septiembre 15

Otelo

 


«YAGO

Señor, la honra en el hombre o la mujer

es la joya más preciada de su alma.

Quien me roba la bolsa, me roba metal;

es algo y no es nada; fue mío y es suyo,

y ha sido esclavo de miles.

Mas, quien me quita la honra, me roba

lo que no le hace rico y a mí me empobrece.


OTELO

¡Vive Dios, dime lo que piensas!


YAGO

No podría, ni con mi alma en vuestra mano,

ni querré, mientras yo la gobierne.


OTELO

¿Qué?


YAGO

Señor, cuidado con los celos.

Son un monstruo de ojos verdes que se burla

del pan que le alimenta. Feliz el cornudo

que, sabiéndose engañado, no quiere a su ofensora;

mas, ¡qué horas de angustia le aguardan

al que duda y adora, idolatra y recela!


OTELO

¡Qué tortura!


YAGO

El pobre contento es rico y bien rico;

quien nada en riquezas y tema perderlas

es más pobre que el invierno.

¡Dios bendito, a todos los míos

guarda de los celos!


OTELO

¿Por qué, por qué dices eso?

¿Tú crees que viviría una vida de celos,

cediendo cada vez a la sospecha

con las fases de la luna? No. Estar en la duda

es tomar la decisión. Que me vuelva

macho cabrío si mi espíritu se entrega

a conjeturas tan extrañas y abultadas

como tus alegaciones. Para darme celos

no basta con decir que mi esposa es bella,

sociable, sabe comer y conversar, canta,

tañe y baila: estas prendas le añaden virtud.

Y mi propia indignidad no me causa

la menor duda o recelo de su fidelidad,

pues tenía ojos y me eligió. No, Yago;

quiero ver antes de dudar. Si dudo, pruebas;

y con pruebas no hay más que una solución:

¡Adiós al amor o a los celos!»


William Shakespeare


lunes, septiembre 14

El amor : El hijo

 


"Ay hijo, ¿sabes, sabes

de dónde vienes?

De un lago con gaviotas

blancas y hambrientas.

 

Junto al agua de invierno

ella y yo levantamos

una fogata roja

gastándonos los labios

de besarnos el alma,

echando al fuego todo,

quemándonos la vida.

 

Así llegaste al mundo.

 

Pero ella para verme

y para verte un día

atravesó los mares

y yo para abrazar

su pequeña cintura

toda la tierra anduve,

con guerras y montañas,

con arenas y espinas.

Así llegaste al mundo.

 

De tantos sitios vienes,

del agua y de la tierra,

del fuego y de la nieve,

de tan lejos caminas

hacia nosotros dos,

desde el amor terrible

que nos ha encadenado,

que queremos saber

cómo eres, qué nos dices,

porque tú sabes más

del mundo que te dimos.

 

Como una gran tormenta

sacudimos nosotros

el árbol de la vida

hasta las más ocultas

fibras de las raíces

y apareces ahora

cantando en el follaje,

en la más alta rama

que contigo alcanzamos."


Pablo Neruda

Don Quijote de la Mancha

«―Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida; a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad; y en lo de forzarles que estudien esta o aquella ciencia no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso; y cuando no se ha de estudiar para pane lucrando, siendo tan venturoso el estudiante, que le dio el cielo padres que se lo dejen, sería yo de parecer que le dejen seguir aquella ciencia a que más le vieren inclinado, y aunque la de la poesía es menos útil que deleitable, no es de aquellas que suelen deshonrar a quien las posee.»



Miguel de Cervantes Saavedra


domingo, septiembre 13

Harry Potter y el misterio del príncipe


«—Si Voldemort no hubiera oído hablar de la profecía, ¿se habría cumplido ésta? ¿Habría significado algo? ¡Claro que no! ¿Acaso crees que todas las profecías de la Sala de las Profecías se han cumplido?

—Pero… —persistió Harry, desconcertado— pero el año pasado usted dijo que uno de nosotros tendría que matar al otro…

—¡Harry, Harry! ¡Te lo dije porque Voldemort cometió un grave error y dio por buenas las palabras de la profesora Trelawney! Si él no hubiera matado a tu padre, ¿habría hecho surgir un furioso deseo de venganza? ¡Claro que no! Y si no hubiera obligado a tu madre a morir por ti, ¿te habría conferido una protección mágica que él no podría vencer? ¡Pues claro que no! ¿Acaso no lo entiendes? ¡El propio Voldemort creó a su peor enemigo, como hacen los tiranos! ¿Tienes idea de hasta qué punto éstos temen a la gente que someten? Todos los opresores comprenden, tarde o temprano, que entre sus muchas víctimas habrá al menos una que algún día se alzará contra ellos y les plantará cara. ¡Voldemort no es ninguna excepción! Él ya estaba alerta por si aparecía alguien capaz de desafinarlo. ¡Oyó la profecía y decidió actuar, y como consecuencia de ello no sólo escogió a la persona con más posibilidades para acabar con él, sino que le entregó unas armas excepcionalmente mortíferas!

—Pero…

—¡Es fundamental que entiendas esto! —insistió Dumbledore, y se levantó para pasearse por la habitación haciendo ondear su relumbrante túnica. Harry nunca lo había visto tan alterado—. ¡Al intentar matarte, el propio Voldemort señaló a la extraordinaria persona que está ante mí y le proporcionó las herramientas necesarias para realizar el trabajo! Él tiene la culpa de que tú pudieras adivinar sus pensamientos, sus ambiciones, e incluso de que entiendas el lenguaje de las serpientes que él emplea para transmitir órdenes; y sin embargo, Harry, pese a tu privilegiada compresión del mundo de Voldemort (un don por el que cualquier mortífago mataría), nunca te han seducido las artes oscuras, nunca, ¡ni siquiera por un segundo has mostrado el menor deseo de unirte a los seguidores de Voldemort!

—¡Por supuesto que no! ¡Él mató a mis padres!

—¡Lo que significa que te protege tu capacidad de amar! —concluyó Dumbledore elevando la voz—. ¡Ésa es la única protección efectiva contra unas ansias de poder como las de Voldemort! ¡A pesar de todas las tentaciones que has resistido y del sufrimiento que has soportado, tu corazón sigue puro, tan puro como cuando tenías once años y te miraste en un espejo que reflejó los deseos de ese corazón tuyo! El espejo te mostró el modo de desbaratar los planes de Voldemort, pero no te tentó con la inmortalidad ni las riquezas. ¿Te das cuenta, Harry, de que muy pocos magos habrían podido ver lo que tú viste en ese espejo? ¡Voldemort debió haber comprendido entonces a qué se enfrentaba, pero no lo hizo!»


J. K. Rowling


sábado, septiembre 12

Viaje al centro de la Tierra

 

« Colocando mi tío la cuestión en el terreno de las hipótesis, nada podía responderle.

—Pues bien, te diré que varios sabios, entre otros Poisson, han probado que si en el interior del globo existiese un calor de doscientos mil grados, los gases incandescentes debidos a las materias en fusión adquirirían una elasticidad tal, que la corteza terrestre no podría resistirla, y reventaría como las paredes de una caldera bajo la presión del vapor.

—Lo que no pasa, tío, de ser una opinión de Poisson.

—De acuerdo, pero opinan también otros distinguidos geólogos que el interior del globo no está formado de gas, ni de agua, ni de las más pesadas piedras que conocemos, porque, en ese caso la tierra pesaría dos veces menos.

—Con los números se prueba todo lo que se quiere.

—¿Y sucede lo mismo con los hechos? ¿No es incontestable que el número de volcanes ha disminuido considerablemente desde los primeros días del mundo? ¿Y de ello no se puede deducir que el calor central, si lo hay, tiende a debilitarse?

—Tío, si entramos en el campo de las suposiciones, la discusión es ociosa.

—Y has de saber que de mi opinión participan hombres muy competentes. ¿Te acuerdas de una visita que me hizo el célebre químico inglés Humphry Davy en 1825?

—¿Cómo me he de acordar, si no vine al mundo hasta diecinueves años después?

—Pues bien, Humphry Davy vino a verme cuando pasó por Hamburgo. Discutimos largo tiempo, entre otras cuestiones, la hipótesis de la liquidez del núcleo interior de la tierra. Los dos estuvimos de acuerdo en que semejante liquidez no podía existir, por una razón a la que jamás la ciencia ha encontrado respuesta.

—¿Y cuál es? —dije yo algo asombrado.

—Que ese nuevo líquido estaría sujeto, como el océano, a la atracción de la luna; por consiguiente, dos veces al día, se producirían mareas interiores que levantando la corteza terrestre, darían origen a terremotos periódicos.

—Pero es, sin embargo, evidente que la superficie del globo ha estado sometida a la combustión y es lícito suponer que la costra exterior se enfrío luego, al paso que el calor se refugió en el centro.

—¡Error! —respondió mi tío—. La tierra ha sido calentada por la combustión de su superficie, y no de otra manera. Su superficie estaba compuesta de una gran cantidad de metales, tales como el potasio y el sodio, que tienen la propiedad de inflamarse al solo contacto con el aire y el agua. Estos metales ardieron cuando los vapores atmosféricos se precipitaron sobre la tierra formando una lluvia, y poco a poco, al penetrar las aguas en las hendiduras de la corteza terrestre, determinaron nuevos incendios con explosiones y erupciones. De aquí los volcanes tan numerosos en los primeros días del mundo.

—¡La hipótesis es ingeniosa! —exclamé yo a pesar mío ».


Julio Verne


Diario de un seductor


“¡Maldito azar! Jamás te maldije cuando te mostrabas, y ahora te maldigo porque no te muestras. ¿O se trata de una nueva invención tuya, ser inconcebible, origen estéril de todo, único superviviente – de aquel tiempo en que la necesidad parió la liberta . y la libertad fue tan loca que volvió al seno materno? ¡Maldito azar! ¡Tú, único cómplice, único ser al que siempre consideré digno de mi alianza y de mi hostilidad, siempre semejante a ti mismo en la desemejanza, siempre incomprensible, eternamente enigmático! Tú, al que amo con toda la pasión de mi alma y con cuya imagen me modelo a mí mismo, ¿por qué no te muestras? Yo no te estoy mendigando, no te estoy suplicando humildemente que te muestres en alguna parte; una plegaria así seria una verdadera idolatría, y no te gusta. Yo te desafío a una pelea. ¿Por qué no te muestras? ¿O es que se ha aplacado la inquietud del universo y se resolvió tu enigma, y tú también te has precipitado en el mar de la eternidad? ¡Terrible pensamiento! En tal caso el mundo se detendría por el aburrimiento. ¡Te espero, maldito azar! ¡No quiero vencerte con principios, ni con lo que los tontos llamarían carácter, no, yo quiero elevarte a poesía!


No quiero ser poeta para otros. ¡Muéstrate y te poetizaré! Me alimento de la poesía, es mi única comida. ¿O no me consideras digno? Así como la bayadera danza en honor de un dios, yo me he consagrado a tu servicio; ligero, con poca ropa, ágil, desarmado, renuncio a todo. Nada poseo y nada deseo poseer. No amo nada y nada tengo que perder, pero no por esto me hice más digno de ti, de ti que desde hace mucho tiempo estás cansado de arrancar a los hombres lo que ellos aman, cansado de sus cobardes suspiros, de sus cobardes súplicas. Sorpréndeme, estoy preparado. Ninguna apuesta, pelearemos por honor. Muéstrame a ella, muéstrame una posibilidad que tenga toda la apariencia de una imposibilidad, muéstramela incluso entre las sombras del infierno e iré a buscarla. Deja que ella me odie, me desprecie, me muestre indiferencia, ame a otro. Yo no tengo miedo; pero mueve las aguas, rompe la calma. Dejarme morir de esta forma de inanición es algo miserable, no digno de ti, que imaginas ser más fuerte que yo.”


Sören Kierkegaard


viernes, septiembre 11

Rayuela (capítulo 105)

"Pienso en los gestos olvidados, en los múltiples ademanes y palabras de los abuelos, poco a poco perdidos, no heredados, caídos uno tras otro del árbol del tiempo. Esta noche encontré una vela sobre una mesa, y por jugar la encendí y anduve con ella en el corredor. El aire del movimiento iba a apagarla, entonces vi levantarse sola mi mano izquierda, ahuecarse, proteger la llama con una pantalla viva que alejaba el aire. Mientras el fuego se enderezaba otra vez alerta, pensé que ese gesto había sido el de todos nosotros (pensé nosotros y pensé bien, o sentí bien) durante miles de años, durante la Edad del Fuego, hasta que nos la cambiaron por la luz eléctrica. Imaginé otros gestos, el de las mujeres alzando el borde de las faldas, el de los hombres buscando el puño de la espada. Como las palabras perdidas de la infancia, escuchadas por última vez a los viejos que se iban muriendo. En mi casa ya nadie dice "la cómoda de alcanfor", ya nadie habla de "las trebes" -las trébedes-. Como las músicas del momento, los valses del año veinte, las polkas que enternecían a los abuelos.

Pienso en esos objetos, esas cajas, esos utensilios que aparecen a veces en graneros, cocinas o escondrijos, y cuyo uso ya nadie es capaz de explicar. Vanidad de creer que comprendemos las obras del tiempo: él entierra sus muertos y guarda las llaves. Sólo en sueños, en la poesía, en el juego -encender una vela, andar con ella por el corredor- nos asomamos a veces a lo que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos".


Julio Cortázar 

Camino

“No residas en el pasado, no sueñes con el futuro, concentra la mente en el momento presente. El camino no está en el cielo. El camino está en el corazón.”

lunes, septiembre 7

現代 ゲ ー ム (Gendai Gemu)

A veces el corazón de la tortuga, 1982.

"El departamento estaba limpio y bien conservado pero aun así obviamente viejo y obviamente barato. Daniel tenía que cargar las cajas de la mudanza por una larga escalera el cuarto del piso de arriba. Caminó con una pesada caja en sus brazos y pateó la puerta de madera. Ésta se cerró en la cara de otro joven.

Daniel tiró la caja – Lo siento ¿Estás bien?

La sangre fluyó de una herida en la frente del hombre joven. Fluyó por su cara hacía abajo y manchó su camisa, la cual era de franela gris. Fluyó, encharcándose en el suelo. Fluyó. Y el joven se quedó ahí, mirándolo, sus ojos grises y penetrantes, como aquellos de una enojada, anciana tortuga.

– Soy Grayson – dijo.

– Soy Daniel – respondió Daniel.

– ¿Fue karate con lo que pateaste la cerca?

-Sí, conozco un poco.

-¡No sabes nada! – Dijo Grayson, aun sin emoción, aun sin revisar su herida.

Daniel terminó de mover las cajas al departamento. Permaneció en su balcón, mirando su nuevo hogar. Su mamá estaba adentro. Ella lo había arrastrado aquí, a California, para tomar un nuevo, mejor pagado trabajo. Él la maldijo, aun cuando bendecía el sol que esparcía sus doradas emisiones sobre los árboles, la tierra que sostenía sus raíces putrefactas, con fino gradualismo, en las costas de la arena que la putrefacta tortuga tomó como hogar, conocido como el mar de California.

-Sí, el mar – murmuró, sus ojos cruzaron – puedo alcanzar el mar. 

Vagó por las dilapidadas calles de California hacía el mar rugiente. Las sucias cubiertas de las tarjas estaban colgadas en los edificios y colgando sobre los mercados de frutas; las gotas de lluvia tamborileaban sobre los oxidados techos y vidrios rotos cubrían los caminos sucios. Las cubiertas plásticas de los dulces reunidas en el borde de cada charco y un hombre yacía con una botella vacía en cada banqueta. Mientras pasaba robó una pelota de futbol soccer de una pequeña niña.

Practicaba dominando el balón con sus rodillas al ritmo de sus sollozos mientras alcanzaba la playa. Daniel se encontró a un grupo de personas que también habían sido arrastradas al océano. Ellos cometían actos de juventud y practicaban los rituales festivos de la cultura californiana, las grabadoras sonando, sonando, y la música y ¡oh los juegos!. Tenían un momento de celebración, libre de la podredumbre.

Entonces la vio. Su grabadora sonaba; su cabello atrapaba la brisa caliente: cabello dorado, como el sol después de un partido de béisbol, flotando al rededor de su cara, una cara con la piel tan blanca y tan pálida, como una tortilla de harina, que se aproximó sin pensar.

– ¿Quieres bailar?

Ella se rió y se arregló el cabello, el sonrió y se arregló el suyo. Y entonces su sonrisa se fundió, sus ojos brotaron, y el volteó para ver que la había asustado. Un esbelto muchacho con cabello rubio y chaqueta de cuero rojo se paró frente a el sonriéndole. “Johnny”, susurró la multitud. Johnny comenzó rompiendo la grabadora. La música lo perforó. La sentimental y manufacturada música pop habló a su corazón y lo apenó, por sus lágrimas no corrieron las gotas de lluvia de Chopin o la luz de luna de Bethoven. La pureza de la música clásica no lo afectaba, no podría, porque él era el único emocionalmente afectado por el verdadero contenido lingüístico. Este fallo de su intelecto no podía ser descubierto por sus enemigos. Sobre todo, no podía ser descubierto por sus amigos.

Él habitualmente usaba una patada simple para destruir las grabadoras. Pero ¿qué era esto? Un joven esbelto con el cabello negro y los labios prominentes que se paraba frente a él, evitando el final del reproductor. ¿Podría este hombre ser un guerrero?

No importa. El estilo de Johnny, Goshido-Ryu, era invencible. Mientras la mayoría de las artes marciales japonesas eran derivadas de las artes marciales chinas, el Goshido-Ryu fue heredado del general mongol Subutai, quien había desarrollado inicialmente las técnicas del estilo de pelea mongol y el uso de la espada. Tácticas como la retirada fingida eran comunes. El mismo Subutai, en su senectud, se volvió débil y obeso y tenía que cargar un carro de madera.

Solamente los cintas negras en Goshido-Ryu entendían el porque.

– ¿Quieres bailar? – dijo Johnny, coincidentemente.

Los ojos de Daniel se cruzaron. Él lo atrajo con la misma patada de karate que usó para la puerta. Johnny la detuvo. Daniel no conocía otra técnica, así que bajó su pierna, pateando con la otra. Johnny la rechazó. Una vez que Daniel estaba a una milla de sus amigos. Johnny chifló y muchos mongoles, quienes eran sus amistades, surgieron desde el mar y golpearon a Daniel con golpes pequeños, y puños que tenían olor a leche.

Daniel subió las escaleras a su cuarto de nuevo, tenía los ojos amoratados. Una luz estaba encendida en otro departamento. Alguien aun estaba despierto. Daniel tocó la puerta. Un viejo oriental abrió la puerta. No era un mongol.

– Soy Daniel, – dijo Daniel.

-Soy Miyagi, – dijo el oriental

Después de decirle a Miyagi sobre su encuentro con Johnny, el oriental accedió a enseñar a Daniel el único estilo que sería capaz de derrotar al goshido-ryu, en los subterráneos Kumites de Montreal: “el kajido”. Nunca antes hubo un estilo similar. Desarrollado en Okinawa por las esposas de los granjeros, fue preservado secretamente ocultando sus técnicas más letales en movimientos estilizados de trabajo casero. El nombre, literalmente, se traduce como “el camino de los trabajos del hogar”. Kajido.

Miyagi tenía otro estudiante. Era Grayson. Su personalidad extraña y sociópata y su inmunidad al dolor al mismo tiempo le causaba repulsión y excitación a Daniel.

– ¿Cómo puedo seguir el camino de Grayson? – le preguntó a Miyagui un día, mientras practicaba la técnica de “hacer la cama”, “deshacer la cama”.

– Encuéntrame cerca del estanque de carpas – respondió amablemente el oriental.

Se encontraron en el bosque. Para llegar allí, Daniel subió las colinas entre los árboles muertos y sus pasos crujían en la hierba de color marrón; bebió de un arroyo de la montaña muerta que sabía a libros impresos recientemente. La corriente subió sinuosa, como cayó su agua, que fluye desde las montañas volcánicas cuyos picos estaban ocultos bajo la luz del sol. Daniel dejó el banco de rocas para subir a las faldas de la montaña.

Jadeante, llegó a un claro que estaba rodeado solamente por un anillo de árboles bonsai. Su corazón latía con fuerza. No sabía lo que le esperaba. Miyagi se sentó con las piernas cruzadas en el centro del anillo, borracho y meditando, una guitarra en su regazo. De repente, se levantó.

-Le debes hacer frente a tu mayor deseo. Si hablas dentro del anillo, si dices una palabra, nunca podrás desbloquear el secreto final del kajido.

Daniel se acercó al centro del anillo y se retiró de Miyagi. La guitarra estaba allí, esperando por él. La recogió y se sentó con las piernas cruzadas. Empezó a llover. Comenzó la tormenta.

Daniel interpretó una canción triste, sin palabras, que escribió cuando su padre fue asesinado por pandilleros de Malta. De repente, la chica del cabello dorado apareció en el lado oriental del anillo, su silueta borrosa por la tormenta. Daniel vio que estaba sola y sabía que podría querer hablar. Miró hacia el suelo y fingió no verla; empezó a tocar la canción que escuchó en la noche cuando soñaba con ella.

Cuando alzó la vista, ella se puso de pie mirando hacia atrás, sentada a unos metros delante de él, a solas y aún bajo la lluvia. Había zarcillos húmedos de cabello dorado pegados a su frente y gotas de agua corriendo por su cara pálida y cayéndole de la barbilla y la punta de los dedos. Sus ojos, brillantes, negros y profundos como lagos luz de la luna, se clavaron en ella sin asombro. Continuó jugando y ella comenzó a moverse, lentamente, y se puso a bailar, y comenzó a cantar una canción antigua en la lengua muerta de antiguos guerreros.

Su voz tenía las notas del aullido del viento en la cima de las montañas. Sus acordes poseían el temblor de un trueno a través de los valles. Y cuando su canción terminó, ella simplemente bailaba bajo la lluvia su solitaria música callejera; y cuando los acordes finalmente murieron se detuvo lentamente, una vez más, de pie delante de él y esperando.

Daniel casi hablaba, se atrapó a sí mismo sonrojado y buscó su guitarra. Él apartó la mirada de sus ojos ardientes. Miró hacia abajo y se quedó observando el suelo y tocó un tono de niños tontos. Cuando por fin se atrevió a mirar hacia arriba su silueta brillante ya se desvanecía y era difícil de distinguir, al igual que las notas finales de una canción.

Daniel lloró. Miyagi volvió a su lado. – Ahora lo sabes -, dijo, – lo que es tener el corazón de la tortuga. Debe ser suave, como la cara de la tortuga es suave, pero debe ser firme, ya que los brazos de la tortuga lo son. A partir de ahí la formación de Daniel tomó un nuevo giro. Miyagi y Grayson regularmente lo golpeaban con un bastón de madera. Su cuerpo se volvió tan suave y flexible como la piel de la cara de una tortuga, y bajo masajes frecuentes sus músculos se volvieron elegantes.

Un día, en el puente de madera que cruzaba el estanque de carpas, Grayson y Daniel estaban practicando una kata de kajido intermedia: “lavar plato, secar plato”. El sol estaba en lo alto del cielo y el viento soplaba con fuerza, lanzando ondas sobre las cabezas de las carpas naranjas que nadaban perezosamente entre las plantas acuáticas. Miyagi se acercó.

-Ahora está listo-, dijo Miyagi, -para aprender la técnica de final del kajido. – Daniel se inclinó. Miyagi se dirigió hacia el otro extremo del puente y tomó una escoba. Volvió y se la entregó a Daniel.

– Barrer a la izquierda, barrer bien-, dijo, lo que demostró con movimientos de barrido agraciado pero de gran alcance, los músculos de sus brazos morenos se tensaron, las manos ásperas, callosas, se movían con sorprendente elegancia. Le entregó la escoba a Daniel.

“Barrer la izquierda, barrer la derecha”. Daniel ejecutó la técnica. Miyagi se inclinó un poco, se volvió, y se fue, Grayson todavía estaba enfadado y burlándose de Daniel. Grayson continuó su plato kata, kata y Daniel su escoba. “Barrer la izquierda, barrer la derecha”. “Lavar plato, secar plato”. Parecía solo cuestión de tiempo antes de que su competencia se volviera mortal. Después de varias horas, sin embargo, cuando el sol se desvaneció, arrojando sus tonos naranjas luminiscentes a través del estanque, las hojas del otoño caían meciéndose llevadas por el fuerte viento de verano, Miyagi regresó. Le dio una banda para la cabeza de Daniel. Estaba adornada con las siete técnicas de trabajo de casa sagradas, cada una inscrita en bellos símbolos orientales dibujados a mano.

-“Ya estás listo para enfrentarte a Johnny. Ponte esto”.

Daniel ató la cinta alrededor de su cabeza. Sonrió, se contuvo, y se inclinó. Miyagi se inclinó hacia atrás y se fue. Daniel, en su euforia, alzó la escoba, triunfalmente, sus cerdas vibraban de forma majestuosa en el cielo del crepúsculo. La tomó sobre su cabeza, sus brazos temblaban, sus dedos se veían blancos contra la madera desgastada marrón, y gritó una expresión gutural, que hizo huir a la fauna cercana, que resonó a través del estanque y trajo lágrimas a los ojos de Grayson; las notas de su expresión eran puras, como el suspiro de un amante, como la leche de la madre, o el tacto del recién nacido, o los muslos de la viuda. Era el grito, algunas veces, del corazón de una tortuga.

El día del torneo llegó. Daniel y Johnny se enfrentaron a través de varios combates irrelevantes mientras que la música sonaba. Se enfrentarían en el combate final. Se decidió por un consejo de ancianos que las finales ocurrirían en un lugar neutral: Tome , pueblo en Okinawatown del Valle de San Fernando. Allí estaban en una torre elevada en el castillo del rey Shohashi, rodeados de agua, karatekas y amigos de Okinawa que los venían a animar. Allí estaban, uno atrás del otro, mirando más allá de los muros del castillo, a lo largo de la gran llanura del Valle de San Fernando. Se quedaron en las rocas talladas, pútridas con sus kimonos, un árbitro entre ellos. Había una tormenta otra vez. Era un tifón.

Grayson gritó de repente, desde la base de la torre, ¡era yo el que debería haber bebido de esta copa! ¡Soy el poseedor del corazón de la tortuga! Varios miles de mongoles estaban con él. El Valle de San Fernando ahora estaba inundado, el agua les llegaba hasta la rodilla. Las nubes de tormenta se congregaron y el fuego y los relámpagos empezaron a caer del cielo.

Los espíritus del vapor entraron en conflicto y respiraron, incendiando el valle. Atacaron el agua y se estremeció, pero no se marcharon. Se sumergieron en los elementos, los vapores fluyeron a través de la piedra, la tierra y el agua que se fusionó en esculturas de llamas. Se levantaron lentamente desde el mar revuelto, sosteniendo espadas que brillaban, como abrir y cerrar la luz estelar. Eran las almas del Ejército mongol. Los karatekas puntuales a su llamado vinieron para proteger la torre y una gran ola junto con ellos. Se reunieron los guerreros caídos en una guerra de carne y fuego. A medida que el mar cubrió las almas, liberó sus alas vigorosas que se propagaban como telarañas en mil hebras de piedra, lentamente ondulantes bajo la lluvia, que atrapan el viento mientras sus pies de piedra esculpida pueden caminar por la superficie del mar. Los karatekas abrieron sus puños y destrozaron la piedra, y las espadas de fuego de los mongoles quemaron la carne y carbonizaron el puño. Los karatekas gritaban y cantaban mientras caían y se llevaban a los mongoles con ellos. Nunca habían luchado tan gloriosamente.

Con Grayson y su ejército mongol decapitados por el filo de las manos, el árbitro señaló el comienzo del encuentro. La lluvia caía sobre ellos, el cielo oscuro, y Daniel sabía por la mirada en los hermosos ojos de Johnny que sería hasta la muerte. Dio un salto hacia adelante de repente, chocando su hombro en el pecho de Johnny, y los dos se cayeron y rodaron desde la parte superior de la torre hacia el borde.

Johnny recuperó su estabilidad con una destreza sobrenatural, con su agilidad élfica que era evidente a partir de la mirada de su rostro blanco y puntiagudo. Como Jhonny alcanzó a Daniel con el filo de su mano, cayó hacia él, pasando tan cerca de la cabeza que le cortó la oreja.

¡Punto para Johnny!” – exclamó el árbitro, lo que indica la puntuación – anotación con la mano.

Regresaron a la contienda, la sangre que brota de la herida en el costado de la cabeza de Daniel, mezclándose con la lluvia que cayó sobre ellos. Daniel recordaba todo, cada movimiento, cada finta, practicada y perfeccionada con la precisión de las técnicas conservadas del Kajido, el isomorfismo finalmente decodificado. Las aguas irrumpían, seguían aumentando a su alrededor, ahogando esta postdiluviana Tierra, eran una parte de él, recordando la técnica sagrada Kajido, “lavar, limpiar”, lavando la maldad del Valle de San Fernando.

Daniel, en su estado de dominio, saltó hacia delante con una técnica de Kajido otra vez, pero ellos fueron esquivados con maestría por el Goshido-Ryu de Johnny, las técnicas mongoles impermeables a la letalidad de las tareas domésticas de agarre.

Entonces Daniel, inspirado en algo profundo dentro de él, comenzó a atacar en combinación, bloqueo con un “encerar y pulir” y en seguida con el brazo doble “hacer la cama”. Johnny contrarrestado fácilmente cada vez con golpes rectos y torsión de lanza mongólica. Johnny estaba intacto, su cabello mojado muy rubio y elegante en la lluvia, pero la cara de Daniel estaba derramando sangre de una docena de heridas y su cuerpo núbil molido de los lanzamientos. Estaba aumentando desesperadamente. Johnny comenzó a lanzar combinaciones de codo de Mongolia, el último de los cuales rompieron la clavícula de Daniel.

-¡Un punto para Johnny!-, Exclamó el árbitro.

Daniel estaba agotado y golpeado, y comenzó a contemplar su muerte. De repente, una voz le llamó, de las aguas por debajo de ellos. ¡Daniel, barre la pierna!” 

Fue Miyagi, en un barco, luchando para no zozobrar en las aguas. Daniel entendió. La última técnica de Kajido. El más mortal de técnicas que se conservan en las tareas del hogar. Johnny se precipitó hacia adelante una vez más, un movimiento de balanceo con los codos. Daniel bloqueando con “lijar la cubierta” y sus brazos, de repente tomó la posición de la escoba, barriendo en un arco bajo y frente a él, rompiendo ambas rodillas de Johnny.

¡Un punto para Daniel! – Gritó el árbitro. Johnny se derrumbó, arrodillado ante Daniel, quien pronunció un poderoso “hacer la cama” a la parte posterior de la cabeza, fracturando el cráneo.

– ¡Un punto para Daniel!

El marcador estaba empatado. Johnny yacía tembloroso boca abajo en la piedra, y Daniel se acercó con cautela, buscando apertura. Este punto fue crítico. Ejecutó la técnica de “cortar la carne” a la parte posterior del cuello de Johnny, lo decapitó.

¡El ganador es Daniel!, – Exclamó el referí.

Pero no había nadie para felicitarle. El barco de Miyagi se había volcado. En algún lugar de esas profundidades del rugido de ese mar antiguo, un amable oriental yacía muerto, y aún así, entre las olas rodó y cayó la lluvia, habían pasado eones. Daniel, cansado del árbitro, barrió con la pierna y lo empujó fuera de la torre. Pateó la cabeza y el cuerpo de Johnny en las aguas. Y, con la vista sobre el valle, se dio cuenta de que la chica rubia encontraba en alguna parte, con Miyagi y Grayson, bajo el mar indiferente. 

Daniel se sentó solo a la mitad de la torre y miraba a un mar infinito. Sus sueños se habían ahogado y sus ojos eran claros. Se puso la guitarra en su regazo y tocó su canción sin emoción. Se acordó de su cabello dorado. Mientras tanto, tocaba su música que hizo eco en la torre y sobre las aguas. El eco dio su forma a la lluvia que cae delante de él. Daniel sonrió a la chica brillante que bailaba lentamente con la canción. Su sonrisa se desvaneció cuando se dio cuenta, seguía tocando, no había nada realmente allí, excepto la lluvia que cae".


Cuentos de Kenzaburō Ōe

domingo, septiembre 6

Anam cara - Libro de la sabiduría Celta


"El kaliyana mitra. En la tradición budista se concibe la amistad según la bella idea del kaliyana mitra, el “amigo noble”. Tu kaliyana mitra lejos de admitir tus pretensiones, te obligará, con dulzura y mucha firmeza, a afrontar tu ceguera. Nadie puede ver su vida íntegramente. Así como la retina del ojo tiene un punto ciego, el alma tiene un lado ciego que no puedes ver. Por eso dependes del ser amado, que ve lo que tú no puedes ver. Tu kaliyana mitra es el complemento benigno e indispensable de tu visión. Semejante amistad es creativa y crítica, está dispuesta a recorrer territorios escabrosos y accidentados de contradicción y sufrimiento. Uno de los anhelos más profundos del alma humana es el de ser visto. En el antiguo mito, Narciso ve su cara reflejada en el agua y queda obsesionado por ella. Si miras detrás de ti, pierdes de vista el frente. Tu yo jamás te verá íntegramente. Aquel que amas, tu anam cara (“amigo del alma” en le tradición celta), tu alma gemela es el espejo mas fiel de tu alma. La integridad y la claridad de la amistad verdadera dibuja el contorno real de tu espíritu. Es hermoso contar con semejante presencia en tu vida. No puedes amar a otro si no estás empeñado al mismo tiempo en la obra espiritual, hermosa pero difícil de aprender a amarte a ti mismo. En otras palabras, no necesitas buscar fuera de ti el significado del amor. Esto no es egoísmo ni narcisismo, obsesiones negativas sobre la necesidad de ser amado. Por el contrario, es el manantial del amor en el corazón. Por su necesidad de amor, las personas que llevan una vida solitaria suelen tropezar con este gran manantial interior. Aprenden a despertar con sus murmullos la profunda fuente interior de amor. No se trata de obligarte a amarte a ti mismo, sino de ser reservado, de incitar a ese manantial de amor que constituye tu naturaleza mas profunda a surcar toda su vida. Cuando esto sucede, la tierra endurecida de tu interior vuelve a ablandarse. La falta de amor lo endurece todo. No hay mayor soledad en el mundo que la del que se ha vuelto duro o frío. El resentimiento y la frialdad son la derrota final. El mayor don que el nuevo amor trae a tu vida es el despertar del amor oculto en tu interior. Te vuelves independiente. Ahora puedes acercarte al otro, no por necesidad ni con el aparato agotador de la proyección, sino por auténtica intimidad, afinidad y comunión. Es una liberación. El amor debería liberarte. Te liberas de esa necesidad ávida y abrasadora que te impulsa continuamente a buscar afirmación, respeto y significación en cosas y personas fuera de ti…”



John O Donohue

sábado, septiembre 5

Anima mundi

"Las mujeres por su misma fisiología tienden a ir hacia abajo. La mayor parte del género femenino está prisionero de sus humores, vive entre saltos hormonales y deseos primarios. Pero cuando esto no sucede y las mujeres logran elevarse, son criaturas extraordinarias, muy superiores a la mayoría de los hombres. Entre ellas y los ángeles la diferencia es mínima. Son seres femeninos pero impregnados de virtudes viriles, conocen la amistad, la fidelidad, la pureza y todos los sentimientos más altos. Sólo junto a ellas un hombre puede llegar a conocer la felicidad, la plenitud. Dos voluntades se unen en un único proyecto. Como Dante y Beatriz, como Lancelot y Ginebra. Este es el destino del amor superior."


Susanna Tamaro

Etimología de las pasiones

" A pesar de su aparente inocencia, la alegría guarda algunos rasgos esenciales de la pasión: nos sobreviene muchas veces involuntariamente, nos expande  ( "no cabe en sí misma de gozo") nos arrastra, nos inunda, nos transforma, nos levanta en un torbellino de luz del que nos cuesta regresar..."

 " ... Comprobamos que, contrariamente al olfato o al oído, la vista ha originado desde siempre una especie de lenguaje propio para expresar una gran cantidad de estados cognoscitivos y afectivos: la idolatría, la sabiduría, la vigilancia, la protección, el desprecio, la vergüenza, el respeto, la sospecha, la admiración, la posesión, el despecho, el pudor, la pregunta, la maravilla, la espera. ¿Cuántos sentimientos, pasiones, actitudes y estados de ánimo pueden expresar los ojos, cuántas palabras y cuántos matices tiene este diccionario de la vista?"


Ivonne Bordelois


viernes, septiembre 4

Why isn't love enough?


Causas

"Los ponientes y las generaciones.

Los días y ninguno fue el primero.

La frescura del agua en la garganta
de Adán.

El ordenado Paraíso.

El ojo descifrando la tiniebla.

El amor de los lobos en el alba.

La palabra. El hexámetro. El espejo.

La Torre de Babel y la soberbia.

La luna que miraban los caldeos.

Las arenas innúmeras del Ganges.

Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.

Las manzanas de oro de las islas.

Los pasos del errante laberinto.

El infinito lienzo de Penélope.

El tiempo circular de los estoicos.

La moneda en la boca del que ha muerto.

El peso de la espada en la balanza.

Cada gota de agua en la clepsidra.

Las águilas, los fastos, las legiones.

César en la mañana de Farsalia.

La sombra de las cruces en la tierra.

El ajedrez y el álgebra del persa.

Los rastros de las largas migraciones.

La conquista de reinos por la espada.

La brújula incesante. El mar abierto.

El eco del reloj en la memoria.

El rey ajusticiado por el hacha.

El polvo incalculable que fue ejércitos.

La voz del ruiseñor en Dinamarca.

La escrupulosa línea del calígrafo.

El rostro del suicida en el espejo.

El naipe del tahúr. El oro ávido.

Las formas de la nube en el desierto.

Cada arabesco del calidoscopio.

Cada remordimiento y cada lágrima.

Se precisaron todas esas cosas
para que nuestras manos se encontraran".


Jorge Luis Borges

Las causas
Historia de la noche, 1977

miércoles, septiembre 2

Armonía

"Estás equivocado y limitado si consideras que el placer es bueno y el sufrimiento es malo. La sabiduría te permite ubicar qué placeres caben y la responsabilidad implica saber qué sufrimientos abrazarás."

Jonathan R. Ahumada 
Clínica de las emociones 

martes, septiembre 1

Cuerpografía


Madness


"La locura va rodeando lentamente tu cintura
y con mis dedos 
paso a paso te desnuda
y hasta el alma pierde la cordura
si estoy cerca de ti.

La locura son tus labios reclamándome la luna, 
es responderte sin saber lo que preguntas..."