« ¿Moriré como todos? No, Dios mío,
la muerte negra, no, la negra y honda
muerte que acecha y hiere entre la fronda
de una noche con nubes y alto frío.
No la quiero, Señor, quiero un rocío
que me anegue despacio, que me esconda
con suavidad de beso en la redonda
plenitud de tu excelso praderío.
Quiero una muerte que me roce apenas
el filo de los párpados, creciente
flujo de ti lamiendo mis arenas,
beso de nuevo amor sobre mi frente,
limpio caudal que, abriéndome las venas,
me lleve a tu presencia dulcemente »
Manuel García Viñó
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