No una sanación como en la recuperación física, sino una sanación mucho más profunda. La sanación de nuestros espíritus, de nuestras almas.
Cuando hablamos de aprender nuestras lecciones, estamos hablando de deshacernos de asuntos inacabados. Los asuntos inacabados no tienen que ver con la muerte, sino con la vida.
“Sí, he tenido una buena vida pero, ¿he sacado tiempo para vivir de verdad?”. Hay muchas personas que han existido, pero que realmente nunca vivieron. Y gastaron cantidades inmensas de energía en mantener ocultos sus asuntos inacabados.
Puesto que los asuntos inacabados son el mayor problema en la vida, también es el tema principal que abordamos cuando nos enfrentamos a la muerte. Muchos de nosotros dejamos la vida con una gran cantidad de asuntos inacabados; algunos solo dejan unos pocos.
En tiempos antiguos, la comunidad solía tener lugares para reunirse donde los niños y los adultos escuchaban, mientras los ancianos y ancianas contaban historias de la vida, de los desafíos de la vida, y las lecciones que pueden extraerse de los últimos momentos de una vida. La gente sabía que a veces nuestras lecciones más importantes se hallan en los momentos de mayor sufrimiento.
Encontramos muchas cosas en este largo viaje, extraño a veces, que contemplamos como vida, pero básicamente nos encontramos a nosotros mismos. Quiénes somos en realidad, qué es lo que más nos importa.
Los moribundos siempre han sido maestros de grandes lecciones, porque cuando nos vemos empujados hacia el final de la vida es cuando la vemos con mayor claridad. Al compartir con nosotros sus lecciones, los moribundos nos enseñan mucho sobre el inmenso valor de la vida en sí.
En lo más profundo, todos sabemos que hay alguien que estamos destinados a ser. Y podemos sentir cuándo nos vamos convirtiendo en ese alguien. Lo contrario también es verdad: sabemos cuando algo no encaja y no somos la persona que estábamos destinados a ser.
Consciente o inconscientemente, todos buscamos respuestas, intentando aprender las lecciones de la vida. Andamos a tientas por miedo y culpa. Vamos en busca de sentido, amor y poder. Tratamos de comprender el miedo, la pérdida, el tiempo. Tratamos de descubrir quiénes somos y cómo podemos llegar a ser realmente.
Sin embargo, con demasiada frecuencia los buscamos en el dinero, en la condición social, en el trabajo perfecto, o en otros lugares, solo para descubrir que estas cosas carecen del sentido que esperábamos encontrar y que incluso nos producen angustia. Seguir estas pistas falsas sin una comprensión más profunda de su significado nos deja inevitablemente con una sensación de vacío, creyendo que la vida tiene muy poco o ningún sentido, que el amor y la felicidad son tan solo espejismos.
Para conocernos, ser auténticos con nosotros mismos, para descubrir lo que queremos hacer y lo que no, necesitamos comprometernos con nuestras propias experiencias. Todo lo que hacemos debemos hacerlo porque nos produce alegría y paz, desde el empleo que tenemos hasta la ropa que usamos. Si hacemos algo para aparentar respetabilidad a los ojos de los demás, no estamos viendo el valor que hay en nosotros. Es sorprendente hasta qué punto vivimos mucho más por lo que deberíamos hacer que por lo que queremos hacer.
Solo podemos encontrar paz y felicidad en el amor cuando eliminamos las condiciones que ponemos a nuestro amor por los demás. Y generalmente a los que más amamos les imponemos las peores condiciones. Nos han enseñado bien el amor condicional, lo cual dificulta mucho el proceso de desaparecer. Como seres humanos, no es posible encontrar un amor totalmente incondicional entre nosotros, pero podemos encontrar más que los pocos minutos que por lo general tenemos en la vida.
Una de las pocas áreas donde realmente podemos encontrar amor incondicional es en nuestros hijos cuando son muy jóvenes. No les importa nuestro tiempo, nuestro dinero o nuestros logros. Simplemente nos aman. A la larga les enseñamos a poner condiciones a su amor cuando los recompensamos por sonreír, por obtener buenas calificaciones, y por ser lo que queremos que sean. Pero, aun así, podemos aprender mucho del modo en que los niños nos aman. Si amáramos a nuestros hijos un poco más incondicionalmente, durante un poco más de tiempo, tal vez crearíamos un mundo muy diferente para vivir.
A la larga perdemos todo lo que poseemos, pero lo que importa en definitiva no se pierde nunca. Nuestras casas, coches, empleos y dinero, nuestra juventud e incluso seres queridos solo los tenemos en préstamo. Como todo lo demás, no podemos conservar siempre a nuestros seres queridos. Pero la aceptación de esta verdad no tiene por qué entristecernos. Por el contrario, puede proporcionarnos la capacidad de valorar mejor la infinidad de experiencias y cosas maravillosas que tenemos durante el tiempo que permanecemos aquí.
En muchos aspectos, si la vida es una escuela, la pérdida es una parte importante del currículum.
Cuando experimentamos una pérdida también experimentamos que a los que amamos –y algunas veces incluso a los extraños– cuidan de nosotros en tiempos de necesidad. La pérdida es un agujero en el corazón. Pero es un agujero que inspira amor y puede contener el amor de los demás.
Hemos aprendido mucho sobre la pérdida gracias a los moribundos. Los que han estado técnicamente muertos y los han hecho volver a la vida nos transmiten algunas lecciones claras y sencillas. Primero, aseguran haber perdido el miedo a la muerte. Segundo, dicen que ahora saben que la muerte solo es desechar un cuerpo físico, muy semejante a quitarse un conjunto de ropas que ya no son necesarias. Tercero, recuerdan haber tenido una profunda sensación de integridad en la muerte, haberse sentido conectados con todo y con todos, y sin ninguna sensación de pérdida. Finalmente, nos cuentan que nunca estuvieron solos, que alguien estaba con ellos.
Éste es uno de los propósitos para los que sirve la pérdida en la vida: nos une. Nos ayuda a comprender a los demás de un modo más profundo. Nos conecta con los otros como ninguna otra lección de vida podría hacerlo. Cuando nos une la experiencia de la pérdida, nos preocupamos por los demás y los percibimos de un modo nuevo y más profundo.
No tendrás otra vida como ésta. Nunca volverás a desempeñar este papel y experimentar esta vida tal como se te ha dado. Nunca volverás a experimentar el mundo como en esta vida, en esta serie de circunstancias concretas, con estos padres, hijos y familiares. Nunca tendrás los mismos amigos otra vez. Nunca experimentarás de nuevo la tierra en este tiempo con todas sus maravillas. No esperes para echar una última mirada al océano, al cielo, las estrellas o a un ser querido. Ve a verlo ahora ».
Elisabeth Kübler-Ross
(2001)