« ADMITIMOS QUE ÉRAMOS IMPOTENTES ANTE LOS DEMÁS; QUE NUESTRAS VIDAS SE HABÍAN VUELTO INGOBERNABLES »
« Admito ante mí misma y ante los demás que soy impotente ante la enfermedad de la Codependencia. Cuando hacemos esto, muchos de nosotros empezamos a experimentar una sensación de pertenencia y nos damos cuenta de que no estamos solos. Aún cuando un nuevo comportamiento nos pueda hacer sentir incómodos, podemos tratar cada una de las situaciones de nuestra vida. Podemos dejar de intentar controlar; empezamos a establecer una relación nueva con nosotros mismos.
Decir que somos impotentes ante la dependencia nos pone en marcha hacia el camino de la verdad. Empezamos a identificar aquello ante lo que somos impotentes. Aprendemos a identificar algunas de las “no verdades” que nos han enseñado: nos damos cuenta de que impotencia no significa debilidad, de que el control sobre los demás no nos da seguridad, de que buscar que otros nos digan por dónde ir no nos permite vivir nuestras propias vidas, de que juzgar a otros no es asunto nuestro, de que creer que somos poderosos es doloroso. Vemos cómo los viejos mensajes que dan vuelta en nuestra cabeza pueden controlarnos. Descubrimos que pensar en términos de “blanco y negro” o de “bueno o malo” es limitante y rígido.
Nos centramos en nosotros mismos y nos ejercitamos en vivir en el presente. A medida que soltamos riendas, nos desprendemos, empezamos a liberarnos de lo que es la responsabilidad de los demás. Nos desprendemos de lo que los demás piensen de nosotros, comprendiendo que somos adultos y podemos elegir. Aprendemos a preguntarnos ¿Qué quiero? ¿Qué pienso? ¿Qué siento? Podemos calmarnos y conectarnos con nuestro Dios. Empezamos a poner límites sanos (retirarnos, llamar a alguien, dar una vuelta por la manzana) para cuidarnos a nosotros mismos de la mejor manera.
Nos damos cuenta de que ya hemos hecho suficiente cuando: escuchamos nuestra voz interior, oramos, escribimos o nos damos cuenta de que no tenemos que tomar una decisión inmediatamente. Aprendemos que no es necesario que nos guste todo lo que aceptamos. Podemos aprender mucho sobre la verdadera humildad y reconocer que no tenemos todas las respuestas. A medida que soltamos el control, estamos más capacitados para aceptar la realidad del ser humano. Encontramos la paz.
A medida que nos liberamos de la necesidad de controlar a otros, empezamos a centrarnos en aquello que sí debemos cuidar: NOSOTROS MISMOS. Podemos tomarnos tiempo para actuar con cortesía y dignidad. Cuando estamos conectados con nosotros mismos, empezamos a tener fe en que somos capaces de cambiar y aprendemos a liberarnos de nuestros miedos. Empezamos a reconocer que somos dignos y valiosos. Podemos dar “gracias” y darnos diariamente afirmaciones positivas.
Estas preguntas pueden ayudarnos a entender este primer paso:
- ¿Soy controlador? ¿Cómo?
- ¿Cuál es la diferencia entre ser impotente y ser poderoso?
- ¿En qué sentido soy poderoso cuando me desprendo de los demás? ¿Cómo hace esto que mi vida sea más gobernable?
- ¿Cómo pierdo el miedo a lo que piensen los demás?
- ¿Cómo me cuido a mí mismo?
- ¿Cómo me ayuda en esta tarea la aceptación de que “soy impotente ante los demás”?
- ¿Qué patrones codependientes (defectos de carácter) me impiden trabajar en esto?
- ¿Qué quieren decir para mi “impotencia” e “ingobernabilidad”?
- ¿Qué signos veo que me indiquen que estoy en negación?
- ¿Qué quiere decir rendirme? ¿Por qué necesito rendirme? ¿Ante qué necesito rendirme?
- ¿Cuándo sé que he hecho lo suficiente?
- ¿Por qué necesito controlar?
- ¿Estoy dispuesto a aceptar que intentar controlar a alguien me causa ingobernabilidad, hostilidad y resentimiento?
- ¿Soy impotente ante mi comportamiento codependiente? »