jueves, febrero 28

Before


Cambia tus palabras; cambia tu mundo.


Leer y ser feliz


El día que Nietzsche lloró

« -A su debido tiempo le enseñaré a vencer. Usted quiere volar, pero no se puede empezar volando. Primero debo enseñarle a andar, y lo primero que hay que hacer para aprender a andar es comprender que, quien no se obedece a sí mismo, es gobernado por otros. Es más, es mucho más fácil obedecer a otro que gobernarse a si mismo » 

Irvin David Yalom

La náusea

« Un poco más y caigo en la trampa del espejo. La evito, para caer en la trampa del vidrio; ocioso, con los brazos colgando, me acerco a la ventana. El Depósito, la Empalizada, la Vieja Estación –la Vieja Estación, La Empalizada, El Depósito-. Bostezo tan fuerte que me asoma una lágrima a los ojos. Tengo la pipa en la mano derecha y el paquete de tabaco en la izquierda. Habría que llenar la pipa. Pero me faltan fuerzas » 








Jean Paul Sartre

miércoles, febrero 27

El túnel

« No sé cuánto tiempo pasó en los relojes, de ese tiempo anónimo y universal de los relojes, que es ajeno a nuestros sentimientos, a nuestros destinos, a la formación o al derrumbe de un amor, a la espera de una muerte. Pero de mi propio tiempo fue una cantidad inmensa y complicada, lleno de cosas y vueltas atrás, un río oscuro y tumultuoso a veces, y a veces extrañamente calmo y casi mar inmóvil y perpetuo » .






Ernesto Sabato

As Chemist to Chemist

« El profesor Neddring contempló benévolamente a su estudiante graduado y no vio en él el menor nerviosismo. El joven estaba tranquilamente sentado; su cabello era un poco rojizo y sus ojos ávidos, pero atemperados; llevaba las manos en los bolsillos de su bata de laboratorio.

"Un espécimen prometedor", pensó el profesor.

Hacía tiempo que sabía que el joven estaba interesado por su hija. Más aún, hacía algún tiempo que sabía que su hija estaba interesada por el joven.

— Hablemos claro, Hal —dijo el profesor—. Has venido a verme para obtener mi aprobación antes de declararte a mi hija, ¿verdad?
— Verdad, señor —asintió Hal.

— Concedo que no soy uno de esos padres anticuados, ni tampoco demasiado moderno, pero estoy seguro de que no se trata de una novedad —el profesor metió las manos en los bolsillos de su bata y se retrepó en su sillón—. La juventud, hoy día, no suele pedir permiso. Y no me irás a decir que renunciarás a mi hija si te niego ese permiso.

— No, si ella todavía quiere casarse conmigo, como supongo. Pero me gustaría...
— ... Conseguir mi aprobación ¿Por qué?

— Por diversos motivos prácticos. Aún no tengo el grado de doctor y no quiero que se murmure que salgo con su hija para que usted me ayude a obtenerlo. Si usted piensa esto, dígalo con claridad, y tal vez aguardaré hasta que me haya graduado. O tal vez no aguardaré, y correré el albur de que su desaprobación haga más difícil para mí conseguir el diploma.

— O sea que, en beneficio de tu doctorado, opinas que sería mejor que tú y yo fuésemos amigos.
— Honradamente, sí, profesor.

Hubo un silencio entre ambos. El profesor Neddring meditaba en el asunto con cierta vacilación. Su labor investigadora se refería actualmente a la compleja coordinación del cromo, y existía una dificultad bien definida en reflexionar con precisión respecto a algo tan impreciso como el afecto, el matrimonio, y el futuro probable de cada uno de los implicados en el asunto.

Se frotó su suave mejilla (a la edad de cincuenta años era demasiado viejo para lucir alguna de las barbas adoptadas por los miembros jóvenes de su Departamento), y murmuró:

— Bien, Hal, si deseas saber cuál es mi decisión, tendré que basarla en algo, y la única forma en que yo puedo juzgar a la gente es por medio de sus poderes de razonar. Mi hija te juzga a su manera, pero yo he de juzgarte a la mía.

— Es justo —aprobó Hal.
— Entonces te lo explicaré —el profesor se inclinó hacia delante y garabateó algo en un papel—. Dime qué significa esto y te daré mi bendición.

Hal cogió el papel. Lo que había escrito el profesor era una serie de números: 69663717263376833047.

— ¿Un criptograma? —se extrañó el joven.
— Puedes llamarlo así.
— Quiere que resuelva un criptograma —dijo Hal frunciendo el ceño levemente—, y si lo consigo, aprobará mi matrimonio, ¿eh?
—Sí.
Y en caso contrario, no aprobará el matrimonio.

— Reconozco que parece trivial, pero por este criterio pienso juzgarte. Claro que siempre podrás casarte sin mi aprobación. Jamce es mayor de edad.
— Prefiero casarme con su aprobación. ¿Cuanto tiempo tengo?.
— Ninguno. ¡La solución ahora mismo! Razónala.
— ¿Ahora?
— Claro.

Hal Nord cambió de postura en su silla, que crujió en respuesta. Luego, miró fijamente los números del papel.

— ¿He de hacerlo de memoria o puedo usar papel y lápiz'
— Dé memoria. Quiero oír cómo piensas. ¿Quién sabe? Si me gusta tu forma de pensar, tal vez te dé mi aprobación aunque no resuelvas el enigma.

— De acuerdo —-conformóse Hal—. En primer lugar, haré una suposición: supongo que usted es un hombre honrado y que no me propondría un problema que supiese por anticipado que yo soy incapaz de solucionarlo. Por tanto, este criptograma yo puedo solucionarlo, según cree usted. Lo que a su vez significa que se refiere a algo que yo conozco bien.
— Bien razonado —admitió el profesor.

Pero Hall no le escuchaba y continuó con lentitud.

— Naturalmente, conozco bien el alfabeto, de manera que estos números podrían ser una sustitución de algunas letras. Presumiblemente debería de existir, en este caso, alguna sutileza, si no, sena demasiado fácil. Pero soy un aficionado a la solución de criptogramas y a menos que pueda adivinar rápidamente cierta pauta en los números aquí escritos, estaré perdido. Bien, aquí hay cinco seises y cinco treses, pero ni un solo cinco... lo cual no significa nada para mí. Por tanto, abandono la posibilidad de un cifrado generalizado y paso al campo de nuestra especialización.

Meditó unos momentos y reanudó sus deducciones.

— Usted está especializado en química inorgánica que, ciertamente, también será mi especialización. Para cualquier químico los números se refieren a números atómicos. Todos los elementos quimicos poseen su número característico y se conocen ciento cuatro elementos, o sea que los números relacionados con los átomos van del 1 al 104.

"Usted no indica cómo han de separarse los números. Los números dígitos, dentro de los atómicos, van del 1 al 9; los pares dígitos, del 10 al 99, y los tríos de dígitos del 100 al 104. Esto es obvio, profesor, pero usted quería oírme razonar y es lo que estoy haciendo.

"Podemos olvidarnos de los números atómicos de tres dígitos, puesto que en ellos el 1 va siempre seguido de un cero, y el único 1 del criptograma va seguido del 7. Como hay pues, veinte números dígitos, es posible que sólo se trate aquí de diez números atómicos de dos dígitos: diez de ellos. Podría tratarse de nueve pares de dígitos y dos de uno, aunque lo dudo. Incluso dos números atómicos de un dígito podrían estar presentes en centenares de combinaciones diferentes en la lista de elementos, pero sería una solución demasiado difícil para encontrarla ahora. Yo creo, por consiguiente, que estoy tratando con diez dígitos de dos plazas, y que el criptograma puede convertirse en: 69, 66, 37, 17, 26, 33, 76, 83, 30, 47. Estos números no significan nada en sí mismos, pero si se trata de números atómicos ¿por qué no transformar cada uno en el nombre del elemento que representan? Los nombres sí serían significativos. Lo cual no es muy fácil porque no sé de memoria toda la lista de elementos por el orden atómico. ¿Puedo consultar una tabla?

El profesor le escuchaba con interés.

— Yo no consulté tablas para preparar este criptograma.
— De acuerdo. Veamos... —murmuró Hal lentamente—. Algunos son claros. Sé que el 17 es el cloro, el 26 el hierro, el 83 el bismuto, el 30 el cinc. En cuanto al 76, es algo cercano al oro, que es el 79, lo que significa platino, osmio, iridio... podría ser el osmio. Dos de ellos son elementos raros y jamás he logrado memorizarlos. Veamos... veamos... Ah, sí, creo que ya los tengo.

Escribió algo con rapidez y prosiguió:
— La lista de diez elementos es: tulio, disprosio, rubidio, cloro, hierro, arsénico, osmio, bismuto, cinc y plata. ¿No es así? No, no conteste.

Estudió la lista pensativamente.

— No veo ninguna relación entre esos elementos. Aunque supongo que son una pista. Bien, pasemos esto por alto y me pregunto si hay algo, aparte del número atómico, que sea tan característico de esos elementos que cualquier químico lo vea interesante. Obviamente, debe tratarse del símbolo químico, la abreviatura con una o dos letras para cada elemento, que para el químico es como la segunda naturaleza del elemento. En este caso, la lista de símbolos químicos es... —volvió a escribir—. Tm, Di, Rb, Cl, Fe, As, Os, Bi, Zn, Ag.

"Esto podría formar una frase, mas no es así; o sea que se trata de algo más sutil. Si con esto se hace un acróstico y se lee sólo la primera letra de cada símbolo, tampoco sirve de nada. Por tanto, hay que probar de otro modo, o sea leyendo la segunda letra de cada símbolo por orden... y el total dice: "mi bendición (1)". Supongo que ésta es la solución.

— Exacto —asintió el profesor con gravedad—. Has razonado con precisión y te concedo mi permiso para que le propongas a mi hija el casamiento.

Hal se puso de pie, vaciló y se acercó de nuevo a la mesa.

— Por otra parte, no me gusta alabarme de algo que no merezco. Es posible que el razonamiento que he efectuado sea preciso, pero solamente lo hice porque quería que usted me oyese razonar con lógica. En realidad, conocía la respuesta antes de empezar, de modo que en cierto modo le engañé y lo admito sinceramente.

— ¿Cómo es eso?

— Bueno, usted me aprecia y supongo que deseaba que encontrase la solución, cosa que jamás podría hacer sin su ayuda. Cuando me entregó el papel, me dijo: "Dime qué significa esto y te daré mi bendición". Supuse, pues, que debía tomar sus palabras al pie de la letra. "Mi bendición" tiene diez letras (2) y usted me entregó veinte dígitos. Naturalmente, yo los separé por parejas.

"Luego, le dije que no recordaba de memoria la lista de los elementos. Bien, los pocos elementos que recordaba eran suficientes para mostrarme que, juntando las segundas letras de cada símbolo, la frase resultante era "mi bendición", de manera que logré añadir los símbolos que no recordaba de acuerdo con las letras que faltaban para formar la frase "mi bendición". ¿Está enfadado conmigo?

El profesor Neddring sonrió.
— Ahora es cuando has razonado bien, muchacho —dijo— Cualquier científico competente puede pensar con lógica. Los grandes se sirven de la intuición »

Isaac Asimov

Publicado en mayo de 1970 en la revista Ellery Queen's Mistery Magazine
con el título inicial A Problem of Numbers, 
«As Chemist to Chemist» (renombrado así posteriormente)



(1) Naturalmente, el criptograma del doctor Asimov debe entenderse con referencia al idioma inglés, en el que la palabra "bendición" es blessing, y "mi", es my. (N. del T.)
(2) Remitimos al lector a la nota anterior. 

La noche detenida

« -... En mi país siempre ha habído guerras.

-En el mío también.

-No creo que tantas como aquí. Nunca hemos cesado de luchar y no alcanzo a explicarme por qué. No sé si es la naturaleza humana o es la naturaleza de mi tierra. En Biah, como en Sarajevo, vivíamos musulmanes, croatas, y serbios, todos juntos. Cuando era el Ramadán, mis amigos cristianos venían a mi casa a merendar tras el ayuno. Y yo iba a casa de mis amigos en la Navidad católica y en la Pascua ortodoxa. Siempre había fiestas y las celebrábamos juntos. Pero vino la guerra y todos nos separamos: los amigos nos convertimos en enemigos. ¿No es inexplicable? Un hombre, aquí en Bosnia, puede matar a su amigo de la infancia simplemente porque pertenece a una religión distinta. La cultura y la religión están hechas para unir, no para matar, ¿no es así?

-No lo sé. La Historia me marea, no soy capaz de explicármela ¿Es usted creyente?

-No creo en Dioses. Pero soy musulmana, me guste o no, y mis vecinos me ven como musulamana. Es absurdo, pero así es la guerra: una crueldad estúpida.

(...)

- Yo siento ahora que escribir sobre la guerra no servirá de nada.

- Tú sabes escribir muy bien. Si yo supiera hacerlo como tú, quizás hubiera vivido el periodismo de otra manera. Pero no valgo tanto como eso. En todo caso, denunciar es útil, aunque te pringues de sangre.

- Ahora sólo intento mantener la fe.

- La fe ha muerto ¿Puedes creer en Dios cuando sales a las calles de Sarajevo?

- No hablo de Dios. No quiero perder la fe en el Hombre.

- El hombre es mierda, tú y yo incluidos. A veces me da miedo pensar que, en otra situación, yo podría llegar a hacer lo que hacen esos asesinos, los que disparan en las calles contra la gente.

- Yo he sentido algo parecido estos días...

- Tú y yo no somos tan distintos, aunque tú te preguntes a diario sobre la existencia de Dios y yo me agache a rodar junto a los muertos. Pero debo hacerlo: los espectadores tienen que ver mi imagen junto a un cadáver porque así sentirán que ellos también podrían estar al lado de la muerte. Eso ayuda a que ellos odian la guerra... Supongo.

(...)

No hay una sensación semejante a la de pensar que vas a morir. Dicen algunos que, en ese momento, todos los instantes importantes de tu vida corren a galope delante de tu memoria en cuestión de segundos. No es así. Lo que sucede es que haces un juicio sobre ti mismo, sobre tu propia estética, sobre tu forma de ver el mundo y verte a ti, y te preguntas si has llegado a ser como quisiste ser, si has obrado en consecuencia con lo que le exigías a tu vida. Y no tienes miedo más que de ti mismo, de no haber sido capaz de ser lo que deberías haber sido, de responder al dibujo que deseabas trazar para tu propia alma. Te miras en el espejo de la muerte esperando estar a la altura de tu propio orgullo. Y si piensas que lo has logrado, puedes incluso sentirte alegre aunque lamentes tu fin. Porque morir es algo gratuito, que sucede cuando menos te lo esperas. Pero vivir en armonía con tu propia estética es un raro privilegio. Y eso, sólo eso, es el valor » 


 Javier Reverte



martes, febrero 26

La Perla

« Es maravilloso el modo en que un pueblecito se mantiene al tanto de su propia existencia y la de cada uno de sus miembros. Si cada hombre y cada mujer, cada niño o cada bebé actúan y se conducen según un modelo conocido, y no rompen muros, ni se diferencian de nadie, ni hacen experimento alguno, ni se enferman, ni ponen en peligro la tranquilidad ni la paz del alma ni el ininterrumpido y constante fluir de la vida del pueblo, en ese caso, pueden desaparecer sin que nunca se oiga hablar de ellos. Pero, tan pronto como un hombre se aparta un paso de las ideas aceptadas, o de los modelos conocidos y en los cuales se confía, los habitantes se excitan y la comunicación recorre el sistema nervioso de la población. Y cada unidad comunica con el conjunto ».


John Steinbeck

Humano, demasiado humano

« Un repentino horror y recelo hacia lo que amaba, un relámpago de desprecio hacia lo que para ella significaba deber, un afán turbulento arbitrario, impetuoso como un volcán, de peregrinación, de exilio, de extrañamiento, de enfriamiento, de desintoxicación, de congelación, un odio hacia el amor, quizá un paso y una mirada sacrílegos hacia atrás, hacia donde hasta entonces oraba y amaba, quizá un rubor de vergüenza por lo que acaba de hacer, y al mismo tiempo un alborozo por haberlo hecho, un ebrio y exultante estremecimiento interior que delata una victoria -¿una victoria?, ¿sobre qué?, ¿sobre quién?-, una enigmática victoria erizada de interrogantes y problemática, pero la primera victoria al fin y al cabo: de semejantes males y dolores consta la historia del gran desasimiento. Es al mismo tiempo una enfermedad que puede destruir al hombre, esta primera erupción de fuerza y voluntad de autodeterminación, de autovaloración, esta voluntad de libre albedrío: ¡y cuanta enfermedad se expresa en las salvajes tentativas y extravagancias con que el liberado, el desasido, trata en delante de demostrase a sí mismo su dominio sobre las cosas! Vaga cruelmente con una avidez insatisfecha; lo que apresa debe expiar la peligrosa excitación de su orgullo; destruye lo que atrae. Con malévola risa da vuelta a lo que encuentra oculto, tapado por cualquier pudor: trata de ver el aspecto de las cosas cuando se las invierte. Es por arbitrio y gusto por el arbitrio por lo que acaso dispensa entonces sus favores a lo hasta tal momento desacreditado, por lo que, curioso e indagador, merodea alrededor de los más prohibido. En el trasfondo de su trajín y vagabundeo -pues está intranquilo y sin norte que le oriente, como en un desierto- está el interrogante de una curiosidad cada vez más peligrosa. ¿No es posible subvertir todos los valores?, ¿y es el bien acaso el mal?, ¿y Dios sólo una invención y sutileza del diablo? ¿Es todo acaso en definitiva falso? Y si somos engañados, ¿no somos precisamente por eso también engañadores?, ¿no nos es inevitable ser también engañadores? Tales pensamientos le conducen y seducen cada vez más lejos, cada vez más extraviadamente. La soledad, esa temible diosa y mater saeva cupidinum, le rodea y envuelve, cada vez más amenazadora, más asfixiante, más agobiante; pero ¿quién sabe hoy qué es la soledad?

[...]

Quien ha alcanzado la libertad de la razón, aunque sólo sea en cierta medida, no puede menos que sentirse en la tierra como un caminante, pero un caminante que no se dirige hacia un punto de destino pues no lo hay. Mirará, sin embargo, con ojos bien abiertos todo lo que pase realmente en el mundo; asimismo, no deberá atar a nada en particular el corazón con demasiada fuerza: es preciso que tenga también algo del vagabundo al que agrada cambiar de paisaje. Sin duda ese hombre pasará malas noches, en las que, cansado como estará, hallará cerrada la puerta de la ciudad que había de darle cobijo; tal vez incluso como en oriente, el desierto llegue hasta esa puerta, los animales de presa dejen oír sus aullidos tan pronto lejos como cerca, se levante un fuerte viento, y unos ladrones le roben sus acémilas. Quizá entonces la terrible noche será para él otro desierto cayendo en el desierto y su corazón se sentirá cansado de viajar. Y cuando se eleve el sol de la mañana, ardiente como un airado dios, y se abra la ciudad, puede que vea en los ojos de sus habitantes más desierto, más suciedad, mas bellaquería y más inseguridad aún que ante su puerta, por lo que el día será para él casi peor que la noche. Es posible que a veces sea así la suerte de este caminante. Pero pronto llegan, en compensación, las deliciosas mañanas de otras comarcas y de otras jornadas, en las que desde los primeros resplandores del alba, ve pasar entre la niebla de la montaña a los coros de las musas que le rozan al danzar; más tarde sereno, en el equilibrio del alma de la mañana antes del mediodía y mientras se pasee bajo los árboles, verá caer a sus pies desde sus copas y desde los verdes escondrijos de sus ramas una lluvia de cosas buenas y claras, como regalo de todos los espíritus libres que frecuentan el monte, el bosque y la soledad, y que son como él, con su forma de ser unas veces gozosa y otra meditabunda, caminantes y filósofos. Nacidos de los misterios de la mañana temprana, piensan qué es lo que puede dar al día, entre la décima y la duodécima campanadas del reloj, una faz tan pura, tan llena de luz y de claridad serena y transfiguradora: buscan la filosofía de la mañana ».


Friedrich Wilhelm Nietzsche

lunes, febrero 25

Así habló Zaratustra: Un libro para todos y para nadie

« De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu. No es cosa fácil el comprender la sangre ajena: yo odio a los ociosos que leen. Quien conoce al lector no hace ya nada por el lector. Un siglo de lectores todavía - y hasta el espíritu olerá mal. El que a todo el mundo le sea lícito aprender a leer corrompe a la larga no sólo el escribir, sino también el pensar. En otro tiempo el espíritu era Dios, luego se convirtió en hombre, y ahora se convierte incluso en plebe.

Quien escribe con sangre y en forma de sentencias, ése no quiere ser leído, sino aprendido de memoria. En las montañas el camino más corto es el que va de cumbre a cumbre: mas para ello tienes que tener piernas largas. Cumbres deben ser las sentencias: y aquellos a quienes se habla, hombres altos y robustos. 

El aire ligero y puro, el peligro cercano y el espíritu lleno de una alegre maldad: estas cosas se avienen bien. Quiero tener duendes a mi alrededor, pues soy valeroso. El valor que ahuyenta los fantasmas se crea sus propios duendes,- el valor quiere reír. Yo ya no tengo sentimientos en común con vosotros: esa nube que veo por debajo de mí, esa negrura y pesadez de que me río, - cabalmente ésa es vuestra nube tempestuosa. Vosotros miráis hacia arriba cuando deseáis elevación. Y yo miro hacia abajo, porque estoy elevado. ¿Quién de vosotros puede a la vez reír y estar elevado? 

Quien asciende a las montañas más altas se ríe de todas las tragedias, de las del teatro y de las de la vida. Valerosos, despreocupados, irónicos, violentos - así nos quiere la sabiduría: es una mujer y ama siempre únicamente a un guerrero. Vosotros me decís: «la vida es difícil de llevar». Mas ¿para qué tendríais vuestro orgullo por las mañanas y vuestra resignación por las tardes? La vida es difícil de llevar: ¡no me os pongáis tan delicados! Todos nosotros somos guapos, borricos y pollinas de carga. ¿Qué tenemos nosotros en común con el capullo de la rosa, que tiembla porque tiene encima de su cuerpo una gota de rocío? 

Es verdad: nosotros amamos la vida no porque estemos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar. Siempre hay algo de locura en el amor. Pero siempre hay también algo de razón en la locura. Y también yo que amo la vida, creo que quienes más saben de la felicidad son las mariposas y las burbujas de jabón, y todo lo que entre los hombres es de su misma especie. Ver revolotear esas almitas ligeras, locas, encantadoras, volubles - eso hace llorar y cantar a Zaratustra. 

Yo no creería más que en un dios que supiese bailar. Y cuando vi a mi demonio lo encontré serio, grave, profundo, solemne: era el espíritu de la pesadez - él hace caer a todas las cosas. No con la cólera, sino con la risa se mata. ¡Adelante, matemos el espíritu de la pesadez! He aprendido a andar: desde entonces me dedico a correr. He aprendido a volar: desde entonces no quiero ser empujado para moverme de un sitio. Ahora soy ligero, ahora vuelo, ahora me veo a mí mismo por debajo de mí, ahora un dios baila por medio de mí ».

El libro de los secretos


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"Si el gobierno vigilara 24 horas al día tanto a quienes consideran que acatan la ley divina como a quienes no piensan siquiera en el reglamento de Dios, imagino que la suma total de virtud y corrupción, amor y odio, paz y violencia, sería exactamente la misma. De hecho, la balanza de la intolerancia y la falta de amor probablemente se inclinaría hacia las personas que más alardean de ser religiosas en cualquier sociedad.

No digo esto con afán de polemizar. Pero es como si el universo tuviera sentido del humor, pues en un nivel profundo es imposible no tener una vida espiritual. Tú y yo estamos tan imbuidos en la creación de un mundo como lo está un santo. No puedes ser despedido del trabajo de crear un mundo, que es la esencia de la espiritualidad. Y no puedes renunciar a ese trabajo aun cuando rehúses presentarte. El universo vive a través de ti en este momento. Con o sin creencia en Dios, la cadena de sucesos que lleva de la conciencia silenciosa a la realidad física permanece intacta. El sistema operativo del universo funciona para todos por igual, y opera con base en principios que no requieren tu cooperación.Sin embargo, si decides llevar una vida espiritual consciente, ocurre un cambio. Los principios del sistema operativo, las reglas de la creación, se vuelven personales".

Deepak Chopra 

Amor sin piedad

« En la artesanía religiosa egipcia, la conciencia humana lucha por expresarse, pero su expresión fracasa. Sigue existiendo la cesura entre lo interior y su expresión exterior, que no es más que un “habitáculo no esencial”, una “cobertura de lo interior”. Esta cesura misma entre lo interior y su habitáculo inadecuado ha de ser inscrita reflexivamente en su realidad objetiva exterior, bajo la forma de un objeto externo en el cual lo interior adquiere existencia directa [las simples tinieblas, lo inmóvil, la piedra negra e informe]. Nos avergonzamos de nuestra mierda porque en ella, externalizamos nuestra intimidad más íntima.

La apariencia inmediata de lo anterior es la de una mierda informe. El niño pequeño que entrega su mierda como un regalo, está dando, de alguna manera, el equivalente inmediato de su subjetividad interior. La famosa identificación que hace Freud entre el excremento como forma primigenia del don, de un objeto íntimo que el niño pequeño da a sus padres, sin embargo, no es tan ingenua como podría parecer: el aspecto que a menudo se pasa por alto es el de que este pedazo de mí mismo, ofrecido al otro, oscila radicalmente entre lo sublime y lo excrementicio. Esta es la razón por la cual, uno de los rasgos que distingue al hombre de los animales es el de que, con la aparición de los humanos, el dónde depositar la mierda se convierte en un problema: no porque tenga mal olor, sino porque sale de nuestro íntimo interior » 


Slavoj Zizek

domingo, febrero 24

Para leer con los ojos cerrados

« Zoé era la flor de un jardin con un estanque de peces rojos, era aquello que le da un sonido elegante a ciertas melodías. Zoé era el color delicado de la luz de un atardecer en los pirineos, Zoé era aquella habilidad que los magos desean aprender. Zoé era mirar desnudo la vía láctea como un manojo de brillantes suspendidos después de haber sido lanzados al infinito. Zoé era las canciones buenas que se han escrito en guitarras sin la primera cuerda. Zoé era esa sonrisa de una futura buena madre, era el sabor de un té con galletas, era el reflejo de la complejidad del universo, era lo excitante de algunos veloces compases. Zoé era la enemiga del tabaquismo de cierto escritor, era el silencio que se apodera de las palabras tristes, era la inocencia de miles de culpables. Zoé era algo que el arte aún no logra expresar, era algo parecido a lo indescifrable de algunas sonrisas. Era la sensación placentera que producen ciertas obras de arte. Era el éxtasis malvado que produciría mirar un relámpago cayendo sobre tu peor enemigo. Zoé era una jauría de lobos dispuestos a destriparte, era una hoja bailando un vals con el viento. Zoé era darse cuenta de algo de lo que nadie se ha dado cuenta. Zoé era el contrapunto en su forma más bella, era las miles de palabras escritas en los libros no leídos. Zoé era la medida de mi poesía, era la alcancía kitsch de poco gusto de alguna avara pero dulce abuela, era esa manera tan especial de cruzar las piernas que tienen las mujeres cercanas a los treinta.

Así era, pero tuve que dejarla »

Santiago Jarrín

Poesofía: Ver.

« ¿Cuántos pájaros deben caer del cielo
para que nuestras lágrimas se eleven,
para que olvidemos adular las formas,
para que obedezcamos la orden inaudible,
para que soltemos lo que tenemos empuñado,
para que metamos la cabeza en el hocico
y cesemos de recorrernos en lugar de ser?

¿Dónde está el infierno prometido,
dónde las llamaradas del instante,
dónde la palabra convertida en alma,
dónde los leones que se elevan
mientras mil alas de metal caen del cielo?

¿Obtendremos la humildad del perro, lo leve de la brisa?
¿Cesaremos de vivir como una esfera flotando en el abismo?
¡Que lo sublime despegue de nuestros pasos las huellas ajenas!
¡Que se haga la luz en la oscuridad carente de significado!
¡Que un silencio con olor a sándalo invada la farsa del parecer!
¡Que nuestro corazón eche raíces en las cuatro esquinas del cosmos!
¡Que un rugido celestial recorra nuestros huesos cual un tren sin frenos!
¡Que el ladrido de los puercos convierta en lirios a nuestros tímpanos!
¡Que de la herida que corona a nuestra memoria mane un géiser de oro!
¡Que bajo la noche como un perro diurno devore el instante hasta agotar su miel!

¡Basta ya de bucear en túneles de gelatina amarga!
¡Basta ya de espejos arrogantes!
¡Basta ya de tanta boca huérfana
de pantanos vestidos de profeta
de vino estéril con sabor a yegua
de morder un pan hecho de sangre!

¿Nos enseñó la vida a deshacer los nudos?
Nos desprendemos de las máscaras de héroe,
de las sombras que arrastran nuestros talones,,
de la aureola que aún nos ata a santos de barro.

Cuando el gallo sagrado suspire en el último punto,
el Arcano se abrirá desde adentro como una rosa blanca,
en el centro de nuestro pecho cantará una virgen de plata,
extraeremos de cada ojo de mármol una mirada cálida,
cesaremos de criticar para que el alma onírica se extienda,
aceptaremos que la piedra es piedra, no importa quien la lance,
admiraremos la flor que se marchita tanto como la que se abre
en la materia que fluye hasta su desintegración,
nuestra conciencia impulsará lo intangible
hacia el sacrificio de los espejismos,
poblaremos con ilusiones la ansiedad del alba,
sembraremos diamantes en la estela del tiempo,
nuestra alma que nació ciega
se cubrirá de ojos que no temen ver » .

Alejandro Jodorowsky


Un libro en Sudáfrica


Miedo

« Miedo de ver una patrulla policial detenerse frente a la casa.
Miedo de quedarme dormido durante la noche.
Miedo de no poder dormir.
Miedo de que el pasado regrese.
Miedo de que el presente tome vuelo.
Miedo del teléfono que suena en el silencio de la noche muerta.
Miedo a las tormentas eléctricas.
Miedo de la mujer de servicio que tiene una cicatriz en la mejilla.
Miedo a los perros aunque me digan que no muerden.
¡Miedo a la ansiedad!
Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
Miedo de quedarme sin dinero.
Miedo de tener mucho, aunque sea difícil de creer.
Miedo a los perfiles psicológicos.
Miedo a llegar tarde y de llegar antes que cualquiera.
Miedo a ver la escritura de mis hijos en la cubierta de un sobre.
Miedo a verlos morir antes que yo, y me sienta culpable.
Miedo a tener que vivir con mi madre durante su vejez, y la mía.
Miedo a la confusión. 
Miedo a que este día termine con una nota triste.
Miedo a despertarme y ver que te has ido.
Miedo a no amar y miedo a no amar demasiado.
Miedo a que lo que ame sea letal para aquellos que amo.
Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado tiempo.
Miedo a la muerte. Ya dije eso » 
Raymond Carver

sábado, febrero 23

Mujeres que corren con lobos

« La mayoría de las mujeres puede sentir el más mínimo cambio en el temperamento de otro; puede leer rostros y cuerpos —a lo cual se le llama intuición— y a partir de una abundancia de pequeñas pistas que se congregan para darle información, con frecuencia sabe lo que tienen en mente. A fin de utilizar estos dones salvajes, las mujeres permanecen abiertas a todas las cosas. Pero es esta misma apertura lo que hace vulnerables sus límites, exponiéndolas por lo tanto a las heridas del alma ».

Clarissa Pinkola

El decálogo liberal


« 1- No estés absolutamente seguro de las cosas.
2- No creas conveniente actuar ocultando pruebas, pues las pruebas terminan por salir a la luz.
3- Nunca intentes oponerte al raciocinio, pues seguramente lo conseguirás.
4- Cuando encuentres oposición, aunque provenga de tu esposo o de tus hijos, trata de superarla por medio de la razón y no de la autoridad, pues una victoria que dependa de la autoridad es irreal e ilusoria.
5- No respetes la autoridad de los demás, pues siempre se encuentran autoridades enfrentadas.
6- No utilices la fuerza para suprimir las ideas que crees perniciosas, pues si lo haces, ellas te suprimirán a ti.
7- No temas ser extravagante en tus ideas, pues todas la ideas ahora aceptadas fueron en su día extravagantes.
8- Disfruta más con la discrepancia inteligente que con la conformidad pasiva, pues si valoras la inteligencia como debieras, aquélla significa un acuerdo más profundo que ésta.
9- Muéstrate escrupuloso en la verdad, aunque la verdad sea incómoda, pues más incómoda es cuando tratas de ocultarla.
10- No sientas envidia de la felicidad de los que viven en el paraíso de los necios, pues sólo un necio pensará que eso es la "felicidad" ».

Bertrand Russell

El conocimiento líquido

« Empezó la cosa por un cambio terminológico en apariencia simplemente técnico: en lugar de tener asignaturas, las carreras universitarias empezaron a tener créditos. Como esto ocurrió en un momento en el cual el propio crédito bancario gozaba de un enorme prestigio social, la analogía financiera no solo no fue recibida con sospecha, sino que incluso causó la impresión de que el muy desacreditado territorio de la enseñanza adquiría de ese modo un esplendor de modernidad que parecía perdido desde hacía décadas ».

José Luis Pardo

Jim

« Hace muchos años tuve un amigo que se llamaba Jim y desde entonces nunca he vuelto a ver a un norteamericano más triste. Desesperados he visto muchos. Tristes, como Jim, ninguno. Una vez se marchó a Perú, en un viaje que debía durar más de seis meses, pero al cabo de poco tiempo volví a verlo. ¿En qué consiste la poesía, Jim?, le preguntaban los niños mendigos de México. Jim los escuchaba mirando las nubes y luego se ponía a vomitar. Léxico, elocuencia, búsqueda de la verdad. Epifanía. Como cuando se te aparece la Virgen. En Centroamérica lo asaltaron varias veces, lo que resultaba extraordinario para alguien que había sido marine y antiguo combatiente en Vietnam. No más peleas, decía Jim. Ahora soy poeta y busco lo extraordinario para decirlo con palabras comunes y corrientes. ¿Tú crees que existen palabras comunes y corrientes? Yo creo que sí, decía Jim. Su mujer era una poeta chicana que amenazaba, cada cierto tiempo, con abandonarlo. Me mostró una foto de ella. No era particularmente bonita. Su rostro expresaba sufrimiento y debajo del sufrimiento asomaba la rabia. La imaginé en un apartamento de San Francisco o en una casa de Los Ángeles, con las ventanas cerradas y las cortinas abiertas, sentada a la mesa, comiendo trocitos de pan de molde y un plato de sopa verde. Por lo visto a Jim le gustaban las morenas, las mujeres secretas de la historia, decía sin dar mayores explicaciones. A mí, por el contrario, me gustaban las rubias. Una vez lo vi contemplando a los tragafuegos de las calles del DF. Lo vi de espaldas y no lo saludé, pero evidentemente era Jim. El pelo mal cortado, la camisa blanca y sucia, la espalda cargada como si aún sintiera el peso de la mochila. El cuello rojo, un cuello que evocaba, de alguna manera, un linchamiento en el campo, un campo en blanco y negro, sin anuncios ni luces de estaciones de gasolina, un campo tal como es o como debería ser el campo: baldíos sin solución de continuidad, habitaciones de ladrillo o blindadas de donde hemos escapado y que esperan nuestro regreso. Jim tenía las manos en los bolsillos. El tragafuegos agitaba su antorcha y se reía de forma feroz. Su rostro, ennegrecido, decía que podía tener treintaicinco años o quince. No llevaba camisa y una cicatriz vertical le subía desde el ombligo hasta el pecho. Cada cierto tiempo se llenaba la boca de líquido inflamable y luego escupía una larga culebra de fuego. La gente lo miraba, apreciaba su arte y seguía su camino, menos Jim, que permanecía en el borde de la acera, inmóvil, como si esperara algo más del tragafuegos, una décima señal después de haber descifrado las nueve de rigor, o como si en el rostro tiznado hubiera descubierto la cara de un antiguo amigo o de alguien que había matado. Durante un buen rato lo estuve mirando. Yo entonces tenía dieciocho o diecinueve años y creía que era inmortal. Si hubiera sabido que no lo era, habría dado media vuelta y me hubiera alejado de allí. Pasado un tiempo me cansé de mirar la espalda de Jim y los visajes del tragafuegos. Lo cierto es que me acerqué y lo llamé. Jim pareció no oírme. Al volverse observé que tenía la cara mojada de sudor. Parecía afiebrado y le costó reconocerme: me saludó con un movimiento de cabeza y luego siguió mirando al tragafuegos. Cuando me puse a su lado me di cuenta de que estaba llorando. Probablemente también tenía fiebre. Asimismo descubrí, con menos asombro con el que ahora lo escribo, que el tragafuegos estaba trabajando exclusivamente para él, como si todos los demás transeúntes de aquella esquina del DF no existiéramos. Las llamaradas, en ocasiones, iban a morir a menos de un metro de donde estábamos. ¿Qué quieres, le dije, que te asen en la calle? Una broma tonta, dicha sin pensar, pero de golpe caí en que eso, precisamente, esperaba Jim. Chingado, hechizado / Chingado, hechizado, era el estribillo, creo recordar, de una canción de moda aquel año en algunos hoyos funkis. Chingado y hechizado parecía Jim. El embrujo de México lo había atrapado y ahora miraba directamente a la cara a sus fantasmas. Vámonos de aquí, le dije. También le pregunté si estaba drogado, si se sentía mal. Dijo que no con la cabeza. El tragafuegos nos miró. Luego, con los carrillos hinchados, como Eolo, el dios del viento, se acercó a nosotros. Supe, en una fracción de segundo, que no era precisamente viento lo que nos iba a caer encima. Vámonos, dije, y de un golpe lo despegué del funesto borde de la acera. Nos perdimos calle abajo, en dirección a Reforma, y al poco rato nos separamos. Jim no abrió la boca en todo el tiempo. Nunca más lo volví a ver ».

Roberto Bolaño

viernes, febrero 22

Amor, curiosidad, prozac y dudas

« La vida debería ser como un calendario. Cada día se debería poder arrancar una página para iniciar otra en blanco. Pero la vida es como la capa geológica. Todo se acumula, todo influye. Todo contribuye. Y el aguacero de hoy puede suponer el terremoto de mañana » 










Lucía Etxebarria

Happy feet: La ópera de Erick

« Después de lo que has hecho, tú mereces lo mejor.
Todo el mundo en el error, son sólo un montón de locos 
y los reyes son necios y tontos.
¿Dónde está el honor cuando una promesa una mentira es?
Y el fuerte se burla del coraje del humilde...
Y aunque es sólo un pingüino decente, mi padre me ha enseñado que
no tienes que ser gigante para tener un gran corazón
y que no hay que volar por los aires para ser sublime.
Mi héroe; mi padre ».


Mi planta de naranja lima


« - No importa, voy a matarlo.
- ¿Qué estás diciendo, muchacho? ¡Cómo que matar a tu padre!
- Sí, voy a hacerlo. He comenzado ya. Matar no quiere decir coger el revólver de Buck Jones y hacer ¡"bum"! No es eso. Se mata en el corazón. Vas dejando de querer a la persona y un día se ha muerto ».

 José Mauro de Vasconcelos

Dios Emperador de Dune

« — No se trata de una rebelión corriente —dice.

¡Eso me devuelve la atención! Necio. Todas las rebeliones son corrientes y extremadamente aburridas. Todas están copiadas del mismo modelo, y todas se parecen la una a la otra. Su fuerza motriz es la adicción a la adrenalina y el deseo de adquirir poder personal. Todos los rebeldes son pequeños aristócratas. Por eso puedo transformarlos con tanta facilidad.

¿Por qué no me escucharán nunca los Duncans cuando les explico todo esto? Esta discusión la he mantenido ya con este mismo Duncan. Fue uno de nuestros primeros enfrentamientos, aquí mismo, en la cripta.

— El arte del buen gobierno exige que no cedáis nunca la iniciativa a los elementos radicales —dijo.

Qué pedante. En toda generación surgen radicales, y no hay que tratar de impedirlo. Eso es lo que quiere decir con esto de "ceder la iniciativa". El quiere aplastarlos, suprimirlos, controlarlos, eliminarlos. El es la prueba viviente de la poca diferencia que existe entre la mentalidad policial y la militar. Se lo dije.

— A los radicales sólo hay que temerlos cuando se les trata de suprimir. De lo contrario hay que demostrar que uno está dispuesto a utilizar lo mejor de cuanto ofrecen.

— Son peligrosos, son peligrosos. —Cree que, a fuerza de repetirla, llega a crearse una verdad.

Despacio, paso a paso, le voy guiando hacia mi camino, y hasta incluso hace ver que está escuchando.

— Esta es su debilidad, Duncan. Los radicales siempre ven las cosas en términos excesivamente simplistas: blanco y negro, bien y mal, ellos y nosotros. Al tratar los asuntos complejos de ese modo, destrozan toda posible aproximación abriendo paso al caos. El arte del buen gobierno, como tú le llamas, es el dominio del caos.

— Nadie puede hacer frente a todas las sorpresas.

— ¿Sorpresas? ¿Quién habla de sorpresas? El caos no es alguna sorpresa. Posee unas características perfectamente predecibles. En primer lugar, destruye el orden robusteciendo las fuerzas de los extremos.

— ¿No es eso acaso lo que los radicales pretenden? ¿Acaso no intentan trastocar el sistema para hacerse con el poder?

— Eso es lo que ellos creen que están haciendo. En realidad, lo que hacen es crear nuevos extremistas, nuevos radicales, continuando así el viejo proceso.

— ¿Y qué me decís de un radical capaz de comprender una situación compleja, que se presenta haciendo gala de esta actividad?

— Ese no es un radical. Es un rival para el poder.

— ¿Pero qué hay que hacer con él?

— O ganas su colaboración o le matas. Así se origina la lucha por el poder, ya a nivel de manada.

— Si, pero, ¿y los Mesías?

— ¿Los Mesías como mi padre?

Al Duncan le desagrada esta pregunta. Sabe que de un modo muy especial yo soy mi padre. Sabe que puedo hablar con la voz y la personalidad de mi padre, que los recuerdos son precisos, inéditos e ineludibles.

De mala gana, replica:
— Bien... si así lo queréis.

— Duncan, yo soy todos ellos y lo sé. No ha existido jamás un rebelde verdaderamente desinteresado. Todos son unos hipócritas, conscientes de ello o inconscientes, qué más da.

Esto aviva un pequeño avispero en mis ancestrales recuerdos. Algunos de ellos no renunciaron jamás a la creencia de que ellos y sólo ellos poseían la solución de los problemas de la humanidad. Bien, en eso se parecen a mí. Simpatizo con ellos, aunque ello no me impide decirles que el fracaso constituye la demostración de su falacia.

Sin embargo, me veo obligado a bloquearlos. No tiene sentido extenderse en ellos. Ahora ya son poco más que recordatorios patéticos... Como este Duncan que se halla ante mí con su pistola laser...

¡Por todos los dioses! Me ha cogido dormitando. Tiene la pistola laser en la mano, apuntándome a la cara.

— ¿Tú, Duncan? ¿También tú me has traicionado?¿Et tu, Brute?

Todas las fibras de la conciencia de Leto se pusieron en estado de alerta. Notaba en todo el cuerpo contracciones nerviosas y leves sacudidas espasmódicas. La carne de gusano tenía voluntad propia. Idaho le dirigió la palabra con desdén:

— Dime, Leto. ¿Cuántas veces debo pagar mi deuda de lealtad?

Leto reconoció al punto la verdadera pregunta subyacente en sus palabras: "¿Cuántos otros ha habido como yo?". Los Duncans siempre querían saberlo. Todos ellos lo preguntaban, sin que les satisfaciera ninguna respuesta. Dudaban siempre ».

Frank Herbert

jueves, febrero 21

Fidelity

« I never loved nobody fully,
Always one foot on the ground
And by protecting my heart truly
I got lost in the sounds.

I hear in my mind
All of these voices,
I hear in my mind all these words,
I hear in my mind all this music

And it breaks my heart,
when it breaks my heart.

Suppose I never, ever met you,
Suppose we never fell in love,
Suppose I never, ever let you kiss me 
so sweet and so soft,
Suppose I never, ever saw you,
Suppose you never, ever called,
Suppose I kept on singing love songs ,
just to break my own fall,
Just to break my fall,
Break my fall.

All my friends say that of course it's gonna get better,
Gonna get better,
Better, better, better, better, better, better, better.

I never loved nobody fully,
Always one foot on the ground
And by protecting my heart truly
I got lost
In the sounds...

I hear in my mind
All these voices,
I hear in my mind all these words,
I hear in my mind
All of this music
And it breaks my heart.

I hear in my mind
All of these voices,
I hear in my mind all these words,
I hear in my mind
All of this music
And it breaks my heart »
Regina Spektor


Cartas a Eva Haldimann

« Budapest, 16 de febrero de 1990 

Estimada Eva: 

La he recibido, gracias por la carta. Me da la sensación de que tengo que contestarla, puesto que me afecta profundamente su pregunta: ¿Por qué le llegan exclusivamente voces quejumbrosas de los ámbitos literarios y qué inspira tanto pesimismo a las personas? Es realmente asombroso que aquí, no ya la libertad, sino la liberación se viva como derrumbamiento. Aunque yo no conozco la respuesta precisa, le recomiendo que no olvide que aquí no han frecuentado la escuela de la seriedad: la intelectualidad era mantenida en un estado de dependencia infantil del padre; en vano sabían los intelectuales que la vara de medir que les ponían delante no daba una medida real, pero vivían según ella, era su existencia. Ahora se ha adueñado de ellos el horror vacui, ésa es mi impresión. A regañadientes, echan un vistazo al precipicio, no el que tienen delante, sino el que está detrás; y ese abismo es su vida. Pues sí: aunque no haya que temer que los valores y la verdad recuperen su poder, lo cierto es que el sistema de vida falso y la mentira ya no funcionan, y eso resulta temible para muchos. No olvide usted la frase de Sándor Márai: «La mentira nunca ha sido una fuerza tan creadora de historia como en el siglo veinte». A mi juicio, ni siquiera la situación económica es tan catastrófica como la pintan; y con el antisemitismo, los manipuladores—más allá de la realidad—juegan un juego feo y peligroso con el propósito de conseguir el poder. Por eso mismo crean un ambiente de catástrofe sin perspectivas y, de forma deliberada o no, minan el espíritu constructivo que se ha conservado. El hecho es que los cuarenta años sumieron a este país en una espantosa situación moral, espiritual y material, pero considero un juego desalmado e irresponsable que ahora se despoje a la gente de la escasa autoconfianza que le queda; para colmo, no aparece por ninguna parte esa «personalidad carismática» que pueda ofrecer cierto apoyo anímico en medio del vaivén o, mejor dicho, del tambaleo generalizado. A lo lejos, las elecciones limpian el ambiente. A lo mejor, cuando venga a finales de verano, la recibe una atmósfera más animada. Me temo que ya la aburro. Cuando se publique Kaddish (me lo han prometido para la semana del libro, esto es, principios de junio), yo mismo se lo enviaré a usted, no me dejaré sustraer esa alegría. si me permite, le daré dos números de teléfono: 15-64-190, el de mi piso en la Pasarétiút. Y 11-50-117, el de mi despacho en la Török utca, donde trabajo entre las diez de la mañana y las cuatro de la tarde aproximadamente; este último número se encuentra también en la guía telefónica. Le saluda con amistad y afecto » 


Imre Kertész

Mr. Tompkins in Wonderland

« —¡Siga disparando! —gritó el profesor—. ¡Reparta el fuego alrededor, sin cuidarse de hacer blancos precisos! No es más que un tigre, pero está disperso en torno a nuestro elefante. ¡Nuestra única esperanza es alzar el hamiltoniano!

El profesor cogió otro rifle y el estruendo de las descargas se mezcló con los rugidos del tigre cuántico. Al señor Tompkins le pareció que pasaba una eternidad. Finalmente, una de las balas "acertó" y, para gran sorpresa del señor Tompkins, el tigre (pues en uno se convirtió) salió por el aire con tal ímpetu que, tras describir un arco, fue a caer detrás de un palmar distante.

—¿Quién es el hamiltoniano? —preguntó el señor Tompkins cuando volvió la calma—. ¿Algún famoso cazador que trató usted de sacar de la tumba para que viniera en nuestra ayuda?
—¡Oh, lo siento de veras! —explicó el profesor—.

Excitado por el combate empecé a utilizar el lenguaje científico, que usted no entiende. Hamiltoniana se llama a una expresión matemática que describe la interacción cuántica entre dos cuerpos. Toma el nombre de un matemático irlandés, Hamilton, quien fue el primero en aplicarla. Sólo quise decir que disparando más balas cuánticas aumentaríamos la probabilidad de interacción entre la bala y el cuerpo del tigre. En el mundo cuántico, como acaba usted de ver, por cuidado que se ponga al apuntar, es imposible contar con dar en el blanco.

Como la bala se dispersa, lo más que llega a alcanzarse es cierta probabilidad finita de acertar, jamás la certidumbre. Hemos gastado aproximadamente 30 balas para lograr un verdadero blanco sobre el tigre. Lo mismo sucede en nuestro mundo de todos los días, pero en escala mucho menor. Lo que pasa es que, como ya le he explicado, en el mundo ordinario hay que investigar partículas diminutas, como los electrones, para advertir estos efectos. Tal vez sepa usted que todo átomo consta de un núcleo relativamente pesado, en torno al cual gira determinado número de electrones. En un principio se creyó que el movimiento de estos electrones en torno al núcleo era del todo análogo al de los planetas alrededor del Sol hasta que un análisis más profundo demostró que las nociones ordinarias acerca del movimiento son demasiado groseras para los sistemas de dimensiones atómicas. Las acciones que intervienen en los átomos son del mismo orden de magnitud que el cuanto elemental de acción; de ahí que el cuadro se haga muy confuso. El movimiento de un electrón alrededor de un núcleo atómico es, en buena parte, análogo al del tigre por los alrededores de nuestro elefante: parecía estar en todas partes a la vez.

—¿Y alguien se dedica a disparar a los electrones, como nosotros al tigre?

—¡Naturalmente! El núcleo mismo emite en ocasiones cuantos de luz de elevada energía, unidades elementales de acción luminosa. Y también es posible disparar a los electrones desde el exterior, iluminando el átomo con un rayo de luz. Sucede lo mismo que con el tigre: muchos cuantos de luz atraviesan la zona ocupada por el electrón sin afectarlo en lo más mínimo, hasta que uno acaba por actuar sobre él, expulsándolo del átomo. Es imposible perturbar levemente un sistema cuántico; o no sucede nada o el cambio es decisivo.

Igual que el gatito que no puede ser acariciado en el mundo cuántico sin perecer —concluyó el señor Tompkins »

George Gamow