lunes, diciembre 10

Drácula


« Teníamos la impresión de estar viviendo una pesadilla llamada Lucy. Los dientes puntiagudos, los labios voluptuosos, manchados de sangre… Todo ello era suficiente para producir escalofríos de terror, y su cuerpo sensual, visiblemente carente de alma, era como una burla diabólica de lo que fuera en vida el cuerpo de Lucy.

Metódicamente, según su costumbre, Van Helsing retiró de su cartera diversos instrumentos, dejándolos a mano. Primero, sacó un soldador y un poco de soldadura; después, una lámpara con aceite que, una vez encendida, desprendió un gas azulado que daba mucho calor; luego, los instrumentos que debía servir para la operación, y finalmente una estaca de madera cilíndrica, de unos diez centímetros de diámetro y un metro de longitud. Puso al fuego la punta de la estaca, y después la afiló agudamente. Por fin sacó de la cartera un martillo de grandes dimensiones.»

[…]

«Van Helsing abrió el libro de rezos y empezó a leer; Quincey y yo contestábamos lo mejor posible. Arthur colocó la punta de la estaca sobre el corazón de Lucy, y observé que empezaba a hundirla ligeramente en la blanca carne. Después, golpeó con el martillo con toda su fuerza.

El cadáver, dentro del ataúd, tembló, se retorció en pavorosas convulsiones, y un chillido de rabia, que heló nuestros corazones, se escapó de su boca; los afilados dientes se clavaron en los labios, y se cubrieron de una espuma escarlata. Arthur no perdió el coraje. Semejante al dios Thor, su brazo se alzaba y se abatía con firmeza, hundiendo cada vez más la misericordiosa estaca, mientras saltaba la sangre, esparciéndose por doquier. En su rostro se veía retratada la resolución, como si estuviese seguro de ejecutar un deber sagrado, y ante aquello, nuestras voces también se elevaron con más firmeza y voluntad.

Poco a poco, el cuerpo cesó de temblar, las contorsiones disminuyeron, mas los dientes continuaron clavados en los labios, y los rasgos del rostro siguieron estremeciéndose. Finalmente, el cadáver quedó completamente inmóvil. La terrible tarea había terminado ».

Bram Stoker